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Frunció el ceño.

-La falda está muy corta.

Ella resopló.

-Estoy intentando seducirte... ¿Y eso es lo único que dices? ¿Qué la falda esta muy corta? –Suspiró con tristeza -¿Ves? No tardaras en dejarme. Las chicas de instituto no seducen a los hombres...

Él salió de detrás del escritorio, notó enseguida que Mariana no llevaba zapatos. Entendía más o menos a ella, que pensaba que él se sentiría incomodo con una chica que apenas cumpliría los dieciocho años. Pero Juan Pedro venía de una civilización donde los hombres tomaban por esposas a niñas de apenas quince años... Y si ella quería, el podría esperar unos años mas... De todas maneras, ya había esperado quinientos largos años por ella.

-Mariana... Si no te sientes bien conmigo, puedes simplemente dejarlo. No me molesta esperar por ti unos años, de todas maneras el tiempo es lo que me sobra.

Ella levantó la vista del suelo y entrecerró los ojos antes de ponerse de puntillas y rozar sus labios con los de él.

-¿Ya te he seducido?

Juan Pedro se inclinó y atrayéndola contra él, la beso de manera apasionada y deseosa. Cuando se separó, los ojos de Mariana estaban aturdidos por el deseo y la necesidad... Él sonrió.

-Supongo que sí –Murmuró antes de recostarla ligeramente del escritorio e introducir sus manos debajo de la falda de cuadros escoceses.

En cuanto él rozó sus muslos con las manos, Mariana suspiró antes de besarlo en los labios. Juan Pedro respondió el beso con avidez mientras la acariciaba, llenándola de una cantidad exuberante de sensaciones...

Él la empujó ligeramente contra la pared, mientras le tocaba el pecho escondido dentro de la camisa del instituto. Y de un momento a otro, sus labios bajaban de su boca hasta alcanzar su barbilla y luego su cuello... Los dedos de Juan Pedro vagaron hasta el interior de sus bragas y comenzaron a acariciar el lugar donde se localizaban el triangulo de rizos castaños.

Mariana gimió débilmente y hundió sus dedos con lentitud en los cabellos negros de él, mientras su barba incipiente le raspaba el cuello y su lengua jugaba en donde se hallaba su pulso.

Juan Pedro introdujo un dedo en su interior, comenzando así a acariciarla con lentitud y agilidad... Ella sentía que estaba al borde del abismo mientras él seguía acariciándola y cuando llegó al orgasmo, sintió los colmillos de Juan Pedro traspasar su piel y comenzar a tomar de su sangre.

La sensación la sacudió con fuerza, intensificando su éxtasis. Gimió su nombre antes de correrse nuevamente.

Con la respiración severamente entrecortada, Juan Pedro se separó de ella con los ojos encendidos y algo de sangre descendiendo de su labio inferior. Se veía tan atemorizante e intimidante, pero al mismo tiempo atractivo y sensual... Sus ojos verdes brillaban y su cabello negro resplandecía... La barba incipiente cubría su mandíbula e hizo que extendiera la mano y la tocara con la yema de los dedos sintiendo su textura.

-¡Genial! –Mariana se sobresaltó al oír la voz del lado derecho de la habitación, cuál fue su sorpresa el ver a un hombre tranquilamente sentado en uno de los muebles de la oficina de Juan Pedro. Sus ojos eran azules, brillantes y amenazadores; su cabello negro caía sobre sus hombros... Era el tipo de hombre que destilaba sexo por todos sus poros –Yo me vengo para advertirte de que corren peligro, y resulta que están aquí metiéndose mano en lugar de andar alertas.

-¿Nacho? –preguntó Juan Pedro estupefacto. Mariana se sorprendió al oír el nombre empleado; Nacho no parecía ser un nombre correcto para ese hombre sentado en la silla. Nacho tenía la vista clavada en la parte baja de su cuerpo con una sonrisita. Solo cuando siguió su mirada, descubrió que Juan Pedro aun no había sacado las manos de debajo de su falda.

Oscura inocencia Where stories live. Discover now