12

71 5 0
                                    

Juan Pedro apreció enseguida como el color desaparecía de la cara de Nacho. El pobre parecía a punto de darle un ataque al corazón.

-Una cosa es que no quiera unirme a ella –Habló Vico –Pero algo muy distinto es que otro hombre se atreva a posar siquiera sus ojos en algo que me pertenece por derecho.

Las cejas de Victorio se juntaban en lo alto de su frente, y su rostro representaba una arrebatadora furia que Juan Pedro nunca había visto en su vida. Intentó imaginarse que sentiría si algún hombre hablara de esa manera de Mariana, y descubrió que sería capaz de matar a cualquier bastardo que se atreviera.

-Oye... Yo... Yo no lo sabía.

-Es cierto, Vico. Nacho no es un adivino, es solo una criatura que controla la magia y es capaz de cambiar de forma –Dijo encogiéndose de hombros –Ah, y lee el futuro de vez en cuando.

Los brazos de Vico se tensaron.

-Muchas gracias por la ayuda, Peter –Ignacio observó al alrededor con nerviosismo destilando de sus poros –Oye, Vico... No te preocupes por eso. Yo de todas maneras no podría haber tocado a Candela, sería como acabar y pisotear nuestra amistad... Y no puedo amarla realmente, porque tengo que esperar una compañera también.

Esas palabras parecieron relajarlo. La tensión desapareció del ambiente y enseguida Juan Pedro volvió la vista al rinconcito donde estaba sentada Mariana. Ella tenía la mirada alzada intentando comprenderlo todo.

-¿Al señor D'Alessandro le gusta Candela? –Todos se volvieron para ver a Mariana, quien se pasaba una mano por el rostro –Lo siento. Es que no entiendo nada... ¿Y qué diablos es una compañera?

Victorio cerró los ojos en una mueca, comprendiendo que se había ido de bocazas. Nacho desvió la vista y enseguida monto una escusa para largarse. Peter recordó que ese era el pequeño detalle que había evitado hablar con Mariana la noche anterior.

Con la mirada rogó a Vico que les diera algo de privacidad, gracias al cielo el hombre entendió y con un asentimiento se trasladó hacia la puerta por donde desapareció minutos después. Peter se sentó al lado de Mariana y se concentró en mirarla detenidamente.

-¿La?

-¿Vas a explicármelo todo?

Él se removió incomodo. Provocando que ella se sintiera aun mas intimidada... Extrañamente, pensó un poco en sus padres. Sin entender por qué, recordó que ellos se la pasaban horas y horas investigando cuestiones que no tenían la intención de compartir con ella.

A ella también le apetecía investigar e investigar. Indagar sobre el mundo paranormal donde había sido enterrada y arrastrada con cruel lentitud.

-Hay cosas... Cosas que no te he contado, que realmente deseaba guardármelas hasta que estuvieras lo suficientemente tranquila como para tocar el tema.

-Estoy tranquila, Juan Pedro –Dijo abrazándose a sí misma y devolviéndole la mirada. Él se mordía el labio, parecía indispuesto a decir algo.

-Nosotros los vampiros, fuimos creados solitarios y tristemente tenemos que vagar de esa manera... Por lo menos así pensábamos. Realmente tenemos una oportunidad de vivir acompañados. En nuestra larga existencia aparece una mujer entre todas las demás a las que nosotros llamamos compañeras –Hizo una pausa para tomar aire –Ellas son completamente diferentes y especiales. No creo que me comprendas, pero para nosotros ellas son únicas. Las reconocemos al mirar sus ojos y sentir todo tipo de sensaciones recorrer nuestra sangre... Aunque muy pocos vampiros realmente se enamoran de sus compañeras no pueden siquiera ver a ninguna otra; siempre terminan uniéndose a ellas, por medio de un intercambio de sangre para que ellas logren ser inmortales.

Oscura inocencia Where stories live. Discover now