Ojos amarillos

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La noche estaba despejada e iluminada por la lívida luna llena que navegaba en el cielo, bajo el cual, en una desierta y alejada carretera que atravesaba un despoblado, se deslizaba en silencio un viejo taxi que llevaba a Martín y Mónica en el asiento trasero, una joven pareja dormida por el largo trayecto a bordo de esa máquina y el pesado día que habían tenido en la universidad.

Mientras soñaban con sabe Dios qué, el exhausto taxista (quien llevaba más de cinco horas continuas a bordo de ese auto) empezó a cabecear, terminando por dormirse. El taxi siguió su trayecto durante cien metros hasta que una curva los precipitó a un pequeño bosque, quedando el auto atrapado entre decenas de árboles. El estruendo y la brusca sacudida sacó a la pareja de su sueño, ella cayendo del asiento y él golpeándose con el respaldo del asiento del copiloto. Tardaron en reaccionar, pero, afortunadamente, estaban ilesos; no como el taxista, a quien Mónica vio colgado de la cintura en el agujero que había hecho en el parabrisas con su cabeza, desmayado sobre el destrozado capó.

—Oh, Dios. —Como estudiante de medicina que era, salió de automóvil a socorrer al pobre hombre, seguida por un aún aturdido Martín.

—¿Está vivo? —preguntó Martín al ver el ensangrentado rostro del inconsciente taxista, todavía con trozos de cristal.

—Sí, lo está —respondió Mónica después de comprobar su pulso—. Ayúdame a sacarlo.

Entre ambos, sacaron al pobre hombre y lo pusieron en el asiento trasero. Martín vio absorto cómo Mónica le daba los primeros auxilios al accidentado con el botiquín que había encontrado en la guantera.

—Necesita un hospital —dijo, después de auxiliarlo lo mejor que pudo—. Tiene heridas graves.

Martín sacó su celular, solo para ver resignado la señal muerta. Trató de llamar, pero fue inútil, la señal no llegaba hasta ahí, él lo sabía bien.

—No puede ser —Mónica intentó con su celular, obteniendo el mismo resultado. Miró a su alrededor y a la desolada carretera entre los altos árboles. Desde que entraron en ese lugar, no habían visto a ningún alma pasar—. Este hombre está grave.

Martín miró a su alrededor, reconoció el lugar, debían estar a más de dos kilómetros de su casa; pero, para sorpresa de Mónica, empezó a caminar entre los árboles hasta que pareció encontrar algo.

—¿Qué te pasa?

—Sé cómo llegar más rápido al pueblo —Apartó una rama y descubrió un pequeño sendero que se internaba en el bosque—. De pequeño, cuando tenía que ir al colegio, los autobuses no entraban a mi población, así que todos los niños teníamos que irnos por este sendero para agarrar la única micro que pasaba en ese tiempo, que solo llegaba hasta acá... Si me voy por aquí, estaré en mi casa en menos de veinte minutos. Tú te puedes quedar cuidando al señor mientras llego y llamo a una ambulancia o algo.

—Pero...

A Mónica no le agradaba la idea de que Martín se fuera, por alguna razón sentía un mal presentimiento respecto a ese sendero:

—Podríamos ver si el taxi aún funciona. —Mónica vio con pocas esperanzas el destrozado capó del auto.

Martín notó la angustia de Mónica y se acercó al auto, se sentó en el asiento del piloto y trató de encender el contacto, pero el auto solo tosió para después quedar en silencio.

—¿Ves? —Sacó las llaves e inconscientemente las guardó en su bolsillo—. Está muerto —Mónica miró a su alrededor, como buscando alguna salida—. No te preocupes, no tengo cómo perderme.

—¿Y si te pasa algo?

—¿Como qué? ¿Que me ataque un monstruo? —Rio de tal idea—. No hay nada en ese lugar. Además, sí o sí debemos hacerlo, tú lo dijiste, el señor está grave.

creepypastas para no dormirWhere stories live. Discover now