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Una vez hubo pensando todo lo que tenía que pensar, libre por fin de sus cavilaciones y ya bastante recuperado de lo que había pasado, se dedicó a indagar al nuevo acompañante.

―Y güeno, ¿va a contarme?

―Sí, señor.

―¿Me va a contar por qué me sigue?

―Claro, en cuanto usted esté dispuesto.

―¿Y por qué no me ayudó con el inglés pudrido ese?

―Sí, señor. Verá que la explicación a eso es más simple de lo que se imagina.

Nuestro gaucho estaba lleno de preguntas.

―¿Quiere que hablemos aquí mismo? ―el rubio miró al payaso desparramado e inmóvil a un lado.

―Por mí no hay problema ―dijo el despreocupado Armando mientras buscaba algo en su morral. Ya no sentía miedo. Sólo le molestaba un poco el hedor, pero no tenía ni las ganas ni las fuerzas de arrastrar semejante bicho por el campo, o moverse él.

―Creo que lo mejor es que empiece desde el comienzo ―dijo el rubio―. Es la única manera en la que pueda comprender por qué estoy aquí y por qué todo esto. Y por cierto, entiendo su desconfianza: puedo ser un caminante o como uno de los que le sacó sangre... con estos últimos quizá tenga yo algo en común, pero verá que no tanto.

―¿Cómo sabe lo de la sangre?

―Lo sé. Se dará cuenta en breve de porqué lo sé.

―Güeno. ¿Le preparo un queso y dulce? ―lo sacó del morral, se lo había dado Gilberto, antes que se marchara. La conversación iba para largo y necesitaba recuperar energía. Si algo había aprendido en este último tiempo es que «uno nunca sabe cuando ha de necesitar energías por si el que tiene delante es un pudrido come caras...».

―Le agradezco, señor...

El joven se quedó en silencio por un segundo y luego continuó:

―Como le conté al principio, no en balde, mis orígenes son alemanes. Alemania tiene mucho que ver con esta historia.

Algo se imaginaba don Armando de por dónde iban las balas, habiendo tenido esa charla con Gilberto y Victoria...

―Nací en Alemania, pero vine con mis padres a Bariloche cuando aún era un niño. Mi padre quería un cambio en su vida y, como sabrá, Bariloche es un lugar muy adecuado para un alemán que quiere sentirse en casa: la cordillera de los Andes le recuerda a los Alpes, la gran comunidad de suizos y alemanes que están asentados allí han fortalecido el idioma y la estética de aquel poblado entre las montañas... todo es alemán en Bariloche. Fui, por ejemplo a la Primo Capraro, una escuela germanofílica. Flameó allí alguna vez la bandera nazi junto a la argentina. Antes estallara la guerra, claro. Con esto creo que le ilustro bastante bien lo que quiero decir.

»Y bien, resulta que al volverme un hombre decidí que quería alistarme en el ejército argentino. Y Eso hice. Quería hacer una carrera militar. La Segunda Guerra Mundial había comenzado hacía más o menos tres años. Esos años fueron convulsos dentro del ejército, ya sabe... la guerra, los rumores. Pero nuestro país se mantuvo neutro casi hasta el final de la guerra, cuando por fin, el presidente Farrell decidió declararles, casi de forma simbólica, la guerra a las Potencias del Eje y por lo tanto a la Alemania Nazi.

»La cuestión es que, durante y después de los años de la guerra, estudié medicina en la escuela médico militar, y me mantuve en la fuerza durante todo ese período. Con el tiempo me recibí de médico y seguí la especialización como cirujano, en esa misma escuela.

Cosa'e Mandinga: Las aventuras del gaucho miedosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora