[1] Bienvenida

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La idea de que mi trabajo perfecto sería vendiendo artículos por vía telefónica no deja de recorrer mi mente incesantemente, y es que he estado hablando por teléfono por tanto tiempo que ya perdí la cuenta de los minutos gastados. De seguro que el mes que viene mi recibo llegará con unos cuantos números extras, pero no importa, mi mejor amigo lo vale. Parecemos dos adolescentes chismeando acerca de las prendas que se pondrán de moda en esta temporada, sólo que en cambio nosotros chismeamos sobre el asunto de la nueva casa. Bueno, tampoco es que estemos tan grandes como para marcar tanta diferencia. Estamos en nuestro último año de universidad y esto de la adultez nos aterra a ambos. Aunque siendo sinceros, creo que él entraba más seguido en pánico que yo. Al menos yo estaba por comenzar un empleo de medio tiempo por ahora.

—Te digo, es la mejor inversión que pudimos haber hecho. Todo el esfuerzo valió la pena. ¡Y de seguro se podrán dar las mejores fiestas aquí! —dije a través del teléfono estando recostada en el sofá más grande de la sala.

— ¡Pues en la lista de invitados especiales ya debería estar! —sabía muy bien que el mencionar el tema de las fiestas a Nick siempre lo ponía de buen humor. Tanto él, como ninguno de los chicos nunca pueden perderse una. Somos adictos a ellas. Y digo chicos porque en nuestro grupito soy la única mujer. Es sumamente extraño. Las únicas mujeres de mi edad con las que convivo son las novias de mis mejores amigos. Y sigue siendo totalmente raro. No es que no sean lindas, la verdad es que son de las personas más dulces que conozco.

— Lo estás desde el día en que decidimos mudarnos juntos. Ya necesito estrenar esta casa —dije con un tono impaciente. Por obviedad tenemos que oficiar una fiesta para inaugurar la casa, somos los mejores anfitriones según cuenta la gente.

— ¡No vaya a ser que me saques a patadas de nuestro propio hogar!

— Te prometo que no. Oye, hoy vino la última camioneta con cosas de la mudanza. Creo que son las cajas de Leo que faltaban. Así que estamos completos.

— Genial. Recuerda que estaremos llegando en el próximo par de días así que disfruta esto de vivir sola mientras puedas. ¡Pero no te vayas a mal acostumbrar, eh!

— ¡Hasta crees que voy a olvidar cuento me queda sin su desmadre! Pero bueno, también estoy emocionada. Nos vemos pronto, ¡adiós! —y antes colgar vi el total de tiempo invertido en la llamada. ¡Llevaba más de cuarenta minutos hablando! Ahora sí me había pasado de la raya. Eso de ser independiente y empezar a pagar cuentas me estaba doliendo en lo más profundo de mi ser. Eso sí, yo quería ser libre y dejar de depender de mis padres a como dé lugar.

Creo que por esa razón a mis cortos veintidós años tenía un grado de madurez que otros de mi edad no tienen. Claro, insisto en que esa es creencia mía. Mis padres no dieron queja alguna en dejarme ir, simplemente confiaron en mí. En definitiva estaban cansados de tener que mantenerme pero eran lo suficientemente educados para no decírmelo. Bueno, a final de cuentas ellos ayudaron a conseguir el préstamo por parte del banco para poder mudarme.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por un ruido en la planta superior de la casa. Extrañada, me levanté del sofá y subí las escaleras. Caminé por el pasillo revisando las habitaciones. Todo estaba normal. Llegué hasta el que ahora es mi cuarto. La ventana estaba totalmente abierta. Me acerqué y vi el paisaje. La residencia estaba rodeada de árboles. A pesar de que era Diciembre y nos encontrábamos en vacaciones de invierno no había rastro de nieve. Eso de las blancas Navidades no sucedían aquí. O al menos era rara la ocasión. Podía caer granizo, pero nieve no. Creo que la última vez que nevó propiamente fue cuando yo tenía diez u once años.

En el centro de la propiedad había una pequeña fuente. Y ahí escuché otro ruido. Vi cómo salpicaba un poco el agua dentro de la fuente. Como si alguien hubiera lanzado un objeto pequeño dentro. Me dieron escalofríos. Cerré la ventana lentamente y volví a bajar.

LimboWhere stories live. Discover now