Capítulo 7

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Christine se despidió de Liz al final de la tarde. La diseñadora se hallaba en la parte posterior de la tienda, cortando ella misma la cola para Emma. Debía admitir que su trabajo por lo general podía ser muy gratificante, pero su cita con aquella muchacha lo había sido y mucho.

Siempre que terminaba con alguna novia especial, se sentía con el corazón más ligero y alegre. Por sus manos habían pasado decenas de chicas con problemas diversos: algunas que enfrentaban las duras pérdidas de sus padres que no podrían acompañarlas en el mejor día de sus vidas; otras aparecían con aparentes defectos físicos que las hacían sentir incómodas con su cuerpo. A todas ellas Liz les sacaba una sonrisa al final de la cita, y se marchaban llenas de ilusión ante el momento espléndido que les depararía el futuro: su boda.

—Lizzie, me marcho —dijo Chris cansada—, nos vemos mañana.

La dueña se despidió mientras cortaba la tela guiada por el patrón que había hecho previamente.

—¡Saluda a Matt de mi parte! —gritó.

La pelirroja se rio bastante hasta que en la puerta principal de la tienda se encontró a alguien que no esperaba ver por segunda vez en un mismo día.

—¿Pierce Graham?

—Sí, hola —tartamudeó él mientras entraba—. Quería agradecerles a ambas por la cita de hoy. En la mañana, delante de Em, consideré que no era adecuado hacerlo, así que preferí venir ahora para traer este obsequio para la tienda.

—Por favor, pasa —le pidió Christine con una sonrisa espléndida.

Pierce llevaba en sus manos un hermoso arreglo floral de rosas blancas. Eran doce, para ser exactos y se sentía un tanto ridículo cuando salió de la florería con ellas.

—¡Son una preciosidad! Muchas gracias. ¿Seguro que las flores son para la tienda? ¿No serán para Liz?

Jamás en sus treinta y tres años Pierce se había ruborizado, pero en esa ocasión lo hizo de manera muy evidente, por lo que se quedó mudo y no contestó. La pelirroja se echó a reír al ver su reacción, pero no tomó las flores.

—Yo tengo que marcharme, pero Liz está al fondo. De seguro le gustará recibir esas hermosas rosas. Gracias por el detalle —le dijo con guiñándole un ojo—. Ya le advertí a Liz que no parecías gay…

—¿Gay? —Pierce estaba cada vez más colorado.

—Lo siento, lo siento, no debí decir eso —se disculpó Christine mientras salía al exterior todavía riéndose—. No lo eres, ¿verdad?

La expresión en el rostro de Pierce le hizo comprender a la joven pelirroja que, en efecto, no solo no era gay, sino que estaba interesado en su amiga.

Liz levantó la mirada del encaje cuando sintió un leve toque en la puerta entreabierta.

—¿Olvidaste algo, Chris? —preguntó distraída.

—Lo siento, no soy Chris —dijo él con voz grave—, pero ella me dijo que podía pasar.

Liz se quedó sin habla cuando lo vio con un hermoso arreglo floral en las manos. Estaba tan aturdida que no dijo ni una palabra, y al ver su ofuscación Pierce supo que tenía que explicarle la razón por la cual estaba allí.

—He querido venir a traerles este obsequio —comenzó mientras colocaba el arreglo encima de una mesita vacía—, es una pequeña muestra de agradecimiento por la cita de hoy. Emma estaba radiante y cuando llegó a casa no dejaba de hablar de su vestido y de que cumpliría su sueño de utilizar un traje de cola. Esa es la felicidad que añoraba ver en el rostro de mi hermana. Muchas gracias, Liz.

Ella se estremeció con sus palabras y con el hecho de que la hubiese llamado por su nombre. Bajó la cabeza y se acercó a las rosas blancas.

—¡Dios mío! ¡Son preciosas! —exclamó.

Hacía años que no recibía flores de nadie, pero aquel pensamiento no lo compartió.

—Muchas gracias, Pierce. No tenías que haberte molestado… Ha sido un gesto muy bonito de tu parte y te lo agradezco de corazón.

Él dio un paso hacia ella. Estaban muy próximos el uno del otro, tanto que ella se sobresaltó un poco. Levantó la mirada para toparse con aquellos hermosos ojos verdes que la miraban con un interés estremecedor.

—Solo hay algo que me ha dejado un poco confundido —continuó él—. ¿Por qué piensas que soy gay?

Liz despertó de su ensoñación sobresaltada. "¡Christine y sus indiscreciones!" Pierce advirtió que se ruborizaba y tardaba en contestar.

—¡Cielos! —exclamó él riendo—. ¿Es en serio?

Liz lo miró con timidez, pero también sonrió.

—¿No lo eres? —preguntó dubitativa.

—¿Lo parezco? —No estaba ofendido, más bien tomó la situación con humor.

Ella se sentía muy apenada, pero quiso compartir con él el motivo de su confusión.

—Ayer, cuando nos conocimos, recibiste una llamada al móvil. Era un hombre y por el nombre del contacto parecía tu pareja. Lo siento, no quise ser indiscreta —continuó de forma apresurada—, pero el teléfono lo tenía en mis manos y…

Una carcajada de Pierce la interrumpió de golpe al descubrir cómo había llegado a aquella falsa conclusión.

—¡Era el teléfono de Em! —le explicó—. El mío estaba sin batería, pues olvidé mi cargador en mi casa, en Nueva York. Emma me prestó el suyo y me llamó del teléfono de su prometido Charlie aquella mañana; por eso viste su foto.

Liz comprendió todo y también se echó a reír, un poco avergonzada por la situación.

—¡Lo siento mucho! —se disculpó después—. Mi asistente Christine es un poco atolondrada y aquel día sentía mucha curiosidad con tu visita a la tienda… Yo creí que eras gay y… —se interrumpió—. Por favor, discúlpame. En realidad, no me interesa la orientación sexual de nadie. Soy completamente desprejuiciada en ese sentido.

—Yo también —confesó él—, pero te aseguro una vez más que no soy gay. Además, es bueno que lo sepas, porque voy a invitarte a salir.

—¿Qué? —Liz frunció el ceño, no se lo esperaba...

—Después de tu terrible equivocación, creo que es lo mínimo que puedes hacer por mí —añadió él con otra seductora sonrisa.

Liz estaba muy nerviosa, pero intentó serenarse un poco.

—Lo siento, de verdad, pero yo no tengo citas. Con nadie —recalcó.

Pierce se sorprendió un poco. Sabía que le sería difícil que accediera, pero no se esperó que tuviese una vida social tan monótona.

—No voy a aceptar un no por respuesta —le contestó—, no después de tu terrible confusión. Es solo una cena, ¿está bien? Paso mañana por ti a casa de tu abuela. A las siete.

Él ya se marchaba y Liz todavía no le había dado una respuesta. Tenía el corazón apretado en el pecho y, por un instante, miró las rosas. Sin saber bien lo que hacía, finalmente le dijo que sí.

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Vestidos de novia ✔️Where stories live. Discover now