Capítulo 12

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Pierce tomó algunos segundos para serenarse, pero luego buscó a Liz. La halló en una habitación que parecía ser un almacén de telas, a juzgar por los altos rollos de distintos tejidos que la rodeaban. Liz se había sentado en el alféizar de una ventana; atrás suyo la lluvia todavía caía de manera insistente, haciendo ruido contra el cristal.

Ella levantó la mirada cuando sintió sus pasos en el piso de madera que crujía. Pierce la miró con aquellos ojos verdes que conocía, tal vez con cierto recelo para entrar. No quería importunarla, pero tampoco creía que dejarla sola fuese lo mejor.

—Lo lamento —le dijo mientras atravesaba la habitación y se colocaba frente a ella.

Liz negó con la cabeza; ahora que había controlado sus miedos, se sentía avergonzada de su comportamiento.

—Yo lo lamento —le contestó—, he hecho el ridículo.

Pierce dio un paso más hacia ella, pero no la tocó. No quería presionarla en lo más mínimo, aunque se moría de deseos de confortarla.

—Quiero hacer bien las cosas —le confesó él.

Liz volvió a mirarlo a los ojos.

—No sé bien qué es lo que pretendes, pero esto ha llegado demasiado lejos. Debes detenerte, Pierce —le pidió—. Yo no tengo remedio: mi corazón está roto y no sabes a lo que te estás enfrentando…

—Tal vez sí lo sepa, Liz Wellington.

Ella le miró asombrada al ver cómo lo había llamado. Se levantó de la ventana con el corazón en un puño.

—¿Qué has dicho?

—Sé quién eres, siempre lo supe. Sé por qué has huido a Cooperstown y tuve el disgusto de ver ese horrible programa.

Ella comenzó a temblar cuando le escuchó. Sentía una mezcla de vergüenza, dolor y resentimiento al recordar aquellos momentos.

—¿Por qué no me dijiste nada? —preguntó.

—Porque tenía miedo de sacar a relucir algo que es evidente que todavía te atormenta. Si habías decidido tener otra vida, no era quién para recordarte la que habías dejado atrás.

—¿Entonces por qué me lo dices ahora? —se le quebró la voz cuando preguntó.

—Porque si en verdad quiero construir algo contigo, no podemos hacerlo con otras identidades y secretos de por medio. Me importas, Liz —le susurró tomándole una mano—, y jamás te haría daño. Te lo prometo.

Una lágrima bajó por su mejilla, y Liz se abrazó a él. Pierce la estrechó entre sus brazos en silencio, dándole un beso en la cabeza.

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Había escampado ya. Debían darse prisa si no querían que les sorprendiera la noche por el camino; luego de una tormenta, podía ser peligroso.

Después de aquel contacto en el almacén de telas no habían vuelto a hablar mucho. Liz cerró la casa, activó la alarma y se encontró con Pierce fuera. Había bastante barro por todos lados, pero al menos ya no llovía. Intentó poner en marcha su auto, pero había sido inútil. Pierce le echó un vistazo, pero nada podía hacer sin las herramientas adecuadas.

—Es mejor que te marches conmigo y que mañana los de reparaciones pasen por él.

Liz asintió; sabía que era lo más lógico, pero tenía un pésimo ánimo y no sabía expresar por qué. Luego de una primera cita maravillosa, incluso después de aquel almuerzo lleno de risas y de miradas cómplices, todo se había echado a perder. Ella misma construyó una barrera entre los dos, y ni siquiera la confesión de Pierce había aligerado el ambiente, todo lo contrario. Le dolía que él supiera la verdad acerca de su vulnerabilidad; le pesaba que hubiese visto aquel video, el bochorno no la había abandonado a pesar de los cinco años que habían transcurrido…

Vestidos de novia ✔️Where stories live. Discover now