Peligrosa.

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Era una mañana de primavera y ya empezaba a calentar el sol avisando de que el verano se estaba aproximando. Miré a mi muñeca derecha donde se encontraba mi reloj y las agujas apuntaban hacia las diez. Acto seguido dirigí mi mirada al velocímetro que indicaba los ciento ochenta kilómetros por hora a los que viajaba en esos instantes. Iba en mi Porsche Carrera negro sin rumbo. Había salido de casa para despejar mi mente y tomar el aire pero no había pensado hacia donde conducir.

Me llamo Alexandra aunque prefería que me llamesen Alex. Yo era una chica de metro sesenta de altura, pelo liso y oscuro y tenía los ojos verdes como esmeraldas con algunas pequeñas motas amarillentas en el interior. Mi constitución era delgada y tenía unos rasgos faciales muy delicados y definidos. Me consideraba guapa aunque yo era de las que creía que la belleza era algo muy subjetivo por lo que nunca juzgaba a nadie por su físico. Una persona es más de lo que parece ser por fuera.

Posiblemente era en una de las últimas personas en las que te fijases ya que odiaba ser el centro de atención. Me ponían muy incómoda esas situaciones. También era algo tímida al principio pero en cuanto cogía confianza con alguien podía ser la persona más graciosa y alegre que nunca hayas visto.

Una de mis aficiones favoritas era coger el coche y pisar el acelerador hasta no poder identificar qué eran las figuras que pasaban por ambos lados de mi vehículo. Antes participaba en carreras de coches. Sí, algo raro para una chica pero me gustaba sentir la adrenalina recorrer mi cuerpo aunque hace tiempo lo dejé.

Soy hija de Joanna, una diseñadora de interiores bastante famosa por Londres, y de Daniel, político también conocido aquí, así que el dinero no me falta.

Lo peor de tener unos padres como ellos era aguantarles cada vez que llegaba una carta con alguna multa de tráfico. Mi madre, en estas situaciones, siempre exageraba todo y al final convencía a mi padre para que me castigase por un par de días sin llaves del coche. No sabéis como lo odiaba.

La verdad es que me importaba poco lo que me dijeran respecto a este tema. Sabía que mi madre estaba preocupada y decepcionada porque no era la hija que había querido que fuese pero soy así. La gente no cambiaba de un día para otro y como siempre me decía ella en estas ocasiones "el lobo cambia de pelaje pero no de costumbres". También estaba enfadada conmigo porque mi rendimiento académico cada vez era más bajo. Nunca había sido una alumna estrella, lo admito. Estudiar no era una de mis aficiones.

Me podía considerar como una chica poco normal. Me gustaban los coche, las carreras y odiaba los vestidos. Millones de veces me habían insultado llamándome "marimacho" y cosas por el estilo ya que decían que era poco femenina. Pero yo era feliz dentro de lo posible. Tenía personalidad propia y eso me hacía distinta al resto.

 Tenía personalidad propia y eso me hacía distinta al resto

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