Veintiocho.

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Al abrir los ojos, una intensa luz se apoderó de mi dejándome completamente ciega. Cuando me acostumbré, pude observar donde me encontraba. Parecía una sala de interrogatorios aunque yo sabía que no se trataba de eso. Me sentía algo dolorida.

Estaba sentada en una silla metálica con todo mi cuerpo apoyado en una mesa también de hierro. Ésta se sentía bastante fría. En mis manos se encontraban cuerdas que apretaban mi piel hasta tal punto que escocía. A su vez, las manos estaban unidas a la mesa mediante otra soga más gruesa y áspera imposible de cortar.

Levanté la cabeza y me puse en posición vertical para observar esa brillante y horrible estancia. Sólo contenía el mobiliario donde me encontraba y una lámpara que estaba justo encima mía. La puerta era de hierro, parecía bastante dura y consistente. Era imposible salir de aquí.

Me empecé a agobiar. El oxígeno en mis pulmones brillaba por su ausencia y mi sangre tenía una sobredosis de adrenalina. Quería gritar, salir de aquí. Quería volver a casa.

Mi primer impulso fue tirar de la soga y gritar hasta desgarrarme la garganta pero sólo conseguiría más escozor en las muñecas y un dolor insoportable en mi cuello. Estaba encerrada y sin esperanzas.

Intenté desviar mis pensamientos hacia otra parte así que miré mi ropa. Tenía algunas manchas de barro y mis pantalones estaban rotos. También vi que mis pies estaban atados y descalzos. El suelo era de hormigón armado, si mal no recordaba de mis clases de tecnología, por lo cual estaba muy frío. Su superficie era rugosa y empecé a jugar con mis pies en los pliegues que se extendían debajo de mi.

Mi mente empezó a divagar, pensando en todo, en cómo salir, en sí me matarían, etc hasta que un gran estruendo me despertó del trauma. Elevé mi mirada y me encontré con unos amenazantes pero culpables ojos verdes que me miraban fijamente. Mike estaba delante mía con un cuchillo demasiado afilado. Todos mis músculos se tensaron y mi vista se agudizó. Estaba esperando el momento para atacar, no físicamente ya que era imposible, sino psicológicamente.

— Hola peligrosa. Me alegro mucho de verte y poder hablar de cara a cara.— me dijo con una sonrisa perversa en su rostro. Parecía ser una persona completamente diferente a la que yo había conocido años atrás. 

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Mirar al individuo que tenía frente a mí me era desagradable. Una mirada, un roce o su voz y sentía unas ganas de vomitar horribles. Las arcadas comenzaron a invadirme.

— Me das asco, Mike.— dije escupiendo con la intención de darle pero estaba demasiado lejos como para que el producto de mi boca llegara a su ropa.

— ¡Uh! Mala chica. Ahora mismo no puedes hacer nada contra mí, pequeña, así que respétame.

— ¿Necesitabas atarme para sentirte superior? Me das lástima. Eres un idiota. Encima que estoy aquí en contra de mi voluntad, ¿quieres que te respete? Estas loco...

— ¡Cállate! Si estás aquí no es precisamente por mi. Si no quieres que te corte la lengua mejor deja tu pico cerrado.— interrumpió acercándose y apuntándome con el cuchillo. La hoja de este brillaba cerca de mi nariz, un movimiento y yo ya no estaría en este mundo.

— Cuando salga de aquí te voy a matar con mis propias manos. Juro que no vivirás más de unas horas después de que esté libre.— dije amenazante y levantándome de la silla.

— Me estás hartando y eso no es bueno. ¿No sabes quién manda aquí? Pues te lo voy a enseñar ahora mismo.— me contestó empujándome para que cayera sobre la silla otra vez. Segundos después me cogió el brazo y observé la larga, fina y afilada hoja del cuchillo. Con un movimiento rápido y preciso de la mano de Mike sentí como un grito se apoderaba de mis cuerdas vocales y no pude hacer nada para controlarlo. Grité lo más fuerte que mi garganta aguantó mientras intentaba aliviar el dolor de la herida que acababa de hacerme el cruel demonio al que llamaba "mejor amigo".

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