Cuatro.

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Al día siguiente todo transcurrió con normalidad. No vi a Mike por ningún sitio y Amanda no hablaba con él desde el lunes. Estuvimos hablando un rato detenidamente sobre nuestras vidas hasta que el timbre sonó.

Amanda y yo entramos juntas a la clase de Danés que, por cierto,  no sabía porqué me había metido a estudiar ese idioma si lo odiaba. Cada día que pasaba me parecía más aburrido estudiarlo.

La profesora Shyky habló desde el comienzo de la clase hasta el final solamente en danés. Nadie entendió nada y era normal, esa mujer estaba loca. Nos hablaba como si supiéramos hablar esa lengua desde que nacimos. Además tenía un acento peculiar lo que hacía muy difícil comprenderla. Aquello era un completo caos. Normalmente en sus clases solíamos estar estudiando, con los móviles o con cualquier otro entretenimiento para no caer dormidos en la mesa porque el mal carácter que tenía esta profesora a veces asustaba.

Miré mi reloj y me di cuenta de que apenas le quedaban cinco minutos a esta interminable clase. Fui recogiendo lentamente los libros y el estuche. Cuando sonó el timbre mire a Amanda para celebrar que había terminado ese infierno, o al menos por hoy.

A continuación nos tocaba Matemáticas Avanzadas en la cual el profesor nos daría las notas del examen global. Era la primera vez que estaba nerviosa, pensaba en mi madre y en lo que me costaba decirla que había suspendido un examen. Normalmente se lo mantenía en secreto hasta que la tutora tenía reunión con ella. Allí mi madre se enteraba de todo y después llegaba a mi casa enfadada como una bestia para echarme la charla interminable. Odiaba esos días. Además mi tutora no podía tener la boca cerrada. Le hablaba de TODA mi vida escolar. Le contó incluso hasta la primera vez que me besé con un chico de mi clase en primer año porque se "enteró por los pasillos del instituto". No lo había pasado tan mal en mi vida. Era una bocazas y una cotilla. Ojalá algún día aprendiera a callarse.

Sinceramente, en este examen tenía la esperanza de haber sacado un siete por lo menos. Sentía una corazonada. Había estudiado y esas cosas se me daban bastante bien, o eso creía yo. Las matemáticas siempre habían sido mi fuerte pero como era tan vaga, odiaba estudiarlas. Sobre todo odiaba atender en clase. Algunos de mis compañeros eran tan inútiles que se tiraban los cincuenta y cinco minutos de clase mirando la pizarra boquiabiertos y repitiendo ochenta veces que no lo entendían. Qué paciencia se debía de tener para enseñar a alumnos como ellos.

El profesor Stevenson me llamó la última de una clase de treinta personas y mi corazón estaba a punto de sufrir un infarto:

— Señorita Meyer, Alexandra Meyer.— me dijo. No parecía pintar muy bien. Había dicho mi nombre. No era buena señal. Eso hizo ponerme todavía más nerviosa de lo que ya estaba. Me temblaban las piernas. Mientras que me acercaba lentamente a su mesa, él me miraba con los ojos abiertos como platos. Lucía duro e inflexible como siempre aunque hoy especialmente más. Sus manos aferraban un examen, mi examen. Miré a mis compañeros y la gran mayoría mostraban caras largas de desesperación. Incluso algunas chicas del fondo se habían puesto a llorar por la impotencia de haber suspendido. Tragué saliva y respiré hondo.

— Dígame, señor.— dije completamente temblando.

— Aquí tiene su... examen. Quiero decirle que...— hizo una pausa y me entregó el examen— enhorabuena, no la creía capacitada para sacar esta nota. Me ha demostrado su esfuerzo. Por favor, siga así. No se deje influenciar por las malas compañías.

Observé mi examen casi sin creerme mi aprobado y dirigí mi mirada hacia el recuadro donde el profesor debía poner la nota. ¡Un nueve en el examen! Iba llorar de felicidad. Quería reírme y saltar pero recordé el panorama de tristeza que reinaba en la clase y decidí comportarme. A mi tampoco me gustaba que me restregasen que habían aprobado y yo no.

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