Veinte.

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Miré aterrada a Amanda. Mike se atrevía a llamar aún con lo que me había hecho pasar.
Después de unos segundos pensando, cogí su iPhone y descolgué el teléfono.

— Alex al habla.—dije intentando hablar sin temor en mi voz.

 —Hola... Alex.—por su voz pensé que algo le preocupaba— Quería decirte una cosa, bueno...

— ¡¿Me vas a decir que narices te pasa?! Nunca pensé que podrías hacer eso, cerdo asqueroso.—le interrumpí gritando y Amanda se quedó mirándome más asustada que antes. Empecé a sentir un calor incómodo por todo mi cuerpo.

— Escucha, si te he llamado es porque tengo que decirte algo important...

— ¿El qué? Estás loco. ¿Qué diablos te pasa?—pregunté en tono frío.

— ¡POR DIOS, DEJA QUE TE HABLE!—me gritó y yo bufé— Las cosas se han puesto difíciles para mi, tengo problemas. No soy un delincuente, sólo quiero proteger lo que realmente quier...

De repente la llamada se cortó y esperé a otra pero nunca llegó. Miré a Amanda y me empezaron a caer lágrimas de mis ojos. Ella se acercó a mí y me abrazó muy fuerte. Se separó después de un rato y me miró con el rostro preocupado.

— Alex, estás pálida, ¿te encuentras bien?—ahora que la adrenalina abandonó mi cuerpo, me empecé a sentir mareada. El estrés de hablar con Mike, las noches sin dormir por culpa de los hombres de negro y el miedo me pasaron factura.— Voy a llamar a tus padres.

Asentí pero luego recordé que se fueron de viaje a Nueva Zelanda por un asunto político.

— ¡No! Están de viaje.- dije con un hilo de voz antes de caer inconsciente al sofá.

  . . . . . . . .

Abrí mis ojos y vi la preciosa luz que entraba por mis ventanas. El techo parecía azul por el sol aunque en realidad es blanco. Me fui a incorporar pero mi cuerpo no contenía fuerzas en su interior. No hacía caso a cada uno de los estímulos que enviaba mi cerebro a mis articulaciones. Poco tiempo después conseguí levantar un brazo. Me sentía pesada, era como si hubiese tragado toneladas de plomo. Bajé la cabeza y vi el anillo de Damon en mi pecho colgado. Después me fijé en que mi puerta y vi una figura que me observaba. Por un instante me asusté pero luego pude ver un brillo que siempre me derretía al verlo. Ese brillo azul e intenso de los ojos de Damon. Cuando entró, sonreí ampliamente y el devolvió la sonrisa. También observé que detrás de él venía un señor de unos cuarenta años, moreno y de ojos color miel.

— Hola preciosa, este es el doctor Seratonth. Viene a ver lo que te ocurre.— mierda, odio los doctores. Tan creídos con su bata blanca hablando con palabras incomprensible . Los aborrezco. Miré a Damon con cara interrogante. ¿Por qué le ha traído?

— Buenos días, señorita Meyer.—dejó su maletín y empezó a revisarme. Me hizo levantarme la camiseta para auscultarme. Odiaba que el trozo de metal aquél estuviese tan frío. Después me revisó las pupilas con la luz y la garganta. Yo me encontraba bastante mal, a decir verdad. Cuando concluyó, se acercó a Damon y le dijo en un tono apaciguado:

 —Cuídela. Que esté en cama una semana. Tuvo un ataque de ansiedad bastante importante, quizás demasiado estrés y preocupaciones. Intente que esté relajada y que no salga, necesita reposo. Que tome estas pastillas dos veces al día cada doce horas.—el médico le entregó un pequeño papel que acababa de firmar y Damon asintió.

Él aceptó y acompañó al doctor a la entrada de mi casa. Cuando salieron por la puerta intenté sentarme al borde de mi cama pero en vez de eso, quedé destapada, con mis pies descalzos colgando fuera de la cama y todo mi cuerpo tumbado. Antes de colocarme bien, Damon entró e intentó no reír aunque se notaba por los hoyuelos de su cara que le estaba costando reprimir la risa. Me cogió en brazos para volver a tumbarme de nuevo aunque yo todavía tenía fuerzas para ello.

Secrets #Wattys2016 #WEAwards2º #PremiosMusaRomanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora