Capítulo 1 - Inés

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Todos preguntaron si era cierto que Clara e Inés eran madre e hija. Los invitados llegaban poco a poco, las anfitrionas salían a abrirles y a recoger los abrigos y los cumplidos. Fue una noche inolvidable para todos. Bebieron, comieron, bailaron e importunaron a los vecinos hasta que incluso Clara se caía de cansancio.

            Inés bebió como los demás. Después de la primera impresión nadie le hizo demasiado caso, así que se sentó junto al mueble-bar a observar lo que ocurría en aquellas fiestas que llevaba toda la vida espiando.

            Vio como el hombre que había llegado con  la mujer de la falda naranja acariciaba los muslos de su madre; cómo la mujer de la blusa amarilla deslizaba  una mano dentro de los pantalones de cualquiera que se parase a hablar con ella; como las tres mujeres de azul se frotaban unas contra otras mientras pretendían estar bailando; como los dos hombres que no se habían movido del lado de la puerta del salón miraban a todas las mujeres. Lo vio todo teñido de la luz tenue de las lámparas y medio escondido entre la música que nunca dejaba de sonar. Lo vio y se abrió el escote. Descruzó las piernas y extendió una hacia delante para ayudar a su cuerpo a deslizarse casi fuera del sofá.

            El primer hombre que la vio se sentó junto a ella y le preguntó si se aburría.

- No, no me aburro. Estoy mirando.

            El hombre sonrió y le ofreció su vaso.

- Las fiestas no son para mirar, son para divertirse.

Inés bebió. No le gustaban el whisky ni la Coca-cola.

 - Prefiero un gin-tonic.

            El hombre se levantó y preparó dos. Cuando volvió no se sentó más cerca de Inés. Le dio su vaso y bebió del suyo.

- ¿Llevas muchos?

- Este es el segundo. No hay forma de acercarse a la botella. Todos beben como esponjas.

            El hombre se rió con ganas y le dio la razón.

- Ven, vamos a bailar. Que no se diga que no has salido a tu madre.

            Inés le cogió de la mano que le tendía y le siguió hasta la esquina donde los otros dos hombres seguían babeando.

- A Clara.

- ¿Perdona?

- Me guata llamarla Clara. Y a ella también.

            El hombre asintió con la cabeza, murmuró un “vale” y esperó a que alguien cambiase el disco para empezar a bailar. Inés se movía despacio, cerraba los ojos como siempre había querido hacer y echaba la cabeza hacia atrás para que el pelo le acariciase la cintura. De vez en cuando se giraba y extendía los brazos. A veces tocaba sin querer al hombre, que la miraba como si nunca hubiese visto bailar a nadie.

            Cuando sonó un lento Inés miró al hombre, inclinó la cabeza y sonrió. Le colocó las manos sobre los hombros y se apretaron.

            Clara miraba de vez en cuando sin inquietarse. Era el regalo de cumpleaños de Inés y ella ya tenía de qué ocuparse. Sonrió al, acompañante de la mujer de la falda naranja y se sintió orgullosa de su hija cuando vio que acariciaba con toda la palma de la mano la cremallera del hombre que bailaba con ella y se apretaba aún más a él, que la aceptaba encantado.

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