Capítulo 6 - Inés

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Inés oyó el tintineo de llaves de Paco, Paco abrió la puerta, entró en la casa y cerró tras de sí con un portazo. Inés estaba sentada en el sofá mirando la fotografía de boda que ocupaba el hueco del televisor, trataba de no dejarse ahogar por el ataque de ira y repulsión, respiraba con dificultad y maldecía al servicio de correos, que todavía no le había hecho llegar ninguna noticia sobre la marcha de su anuncio. Sólo sabía que el periódico había publicado mal el apartado de correos, lo que la había obligado a rellenar una serie interminable de solicitudes para recobrar su correspondencia. Ya no podía hacer nada sino esperar. Y si esperar no había dado resultados antes, pensaba sin apartar la mirada del escote escandaloso de la chica de la foto, no iba a darlos ahora.

- Buenas noches. El conserje tenía un paquete para ti.

            A Inés le dio un vuelco el corazón. Había mirado en la garita antes de subir y no había visto nada. El buzón también estaba vacío. A duras penas controló la necesidad de saltar del sofá y arrebatarle a Paco el sobre marrón que probablemente aún llevaba en la mano.

- ¡Ah! ¿Si? - Dijo en cambio. - Es raro. No esperaba nada.

- No tiene remitente, pero el matasellos es de Resignación.

- Déjalo por ahí, luego lo abro. ¿Quieres algo de cena?

- ¿Vas a cocinar?

- Sólo te he preguntado si vas a cenar. No hace falta que te pongas sarcástico.

            Paco no esperaba aquel ataque. Había tomado algo con Mabel y no quería que Inés se molestase sin objeto. Tampoco quería decirle la verdad. No le apetecía una escena doméstica. Le habría gustado sentarse junto a Inés y tener una conversación tranquila con un poco de buena música de fondo, pero ella le miraba con los ojos encendidos y los puños crispados. Llevaban meses así sin que él supiera por qué. Le habría arrancado aquello de cuajo fuera lo que fuese, pero Inés no se lo permitía.

- No te pongas así, haz el favor.

- ¿Y como quieres que me ponga?

- De ninguna manera. Lo último que me apetece es discutir según llego dela oficina, Inés, por favor.

- Pues lo último que me apetece a mí es que me tiren punzadas después del día que he trenido. Tú no eres el único que trabaja en esta casa.

- Nadie te ha tirado ninguna punzada. Últimamente estás un poco susceptible.

- Un poco no. Estoy muy susceptible. A lo mejor es por algo.

- No sé a dónde quieres llegar.

- Claro que no. Tú nunca sabes nada.

- Entonces dímelo. Ya sabes que haría lo que fuera por ti, pero no soy adivino.

- Ese es el problema, Paco, que no tendría por qué decírtelo.

- Esto es ridículo. ¿Vas a decirme lo que te pasa o no?

- No me pasa nada.

- Está bien. En ese caso voy a acostarme.

- Pues buenas noches.

            Aquello no había sido como debía ser. Las discusiones tendrían que tener algo de tragedia griega, algo de dioses paganos que condenan la Tierra y a todos sus habitantes. Debería haber habido gritos, furia contenida, chispas en los ojos de ambos, palabras inadecuadas que jamás pudieran perdonarse pero que inevitablemente se perdonarían. Tendría que haber habido incluso insultos y ropa sucia que saliera a la luz, vecinos escandalizados por el ruido estrepitoso de algo que se cae y se hace añicos, días de silencios incómodos... Pero de eso sí tenían suficiente: silencios de todo tipo sobre los que no se podía hablar o gritar, en los que no cabía nada ni nadie. Inés odió a su marido por hacer tintinear las llaves antes de abrir la puerta, por llegar pronto del trabajo, por ser una vez más portador de su destino y por no saber hacerle frente como debía.

Lugares equivocadosDove le storie prendono vita. Scoprilo ora