Capítulo 4 -María (tercera parte)

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Se echó a reír sin preocuparse de los mechones de pelo que le caían sobre la cara. Reía estrepitosamente, con una risa grave que habría helado las venas en la sangre del cartero. Se le ocurrió que si ella no se hubiese empeñado todo podría haberse quedado en un simple error de imprenta, que las cosas no tendrían que haber dejado de ser como eran si en lugar de abrir el paquete lo hubiera devuelto.

- Pero tú sabías que lo abriría ¿no?.

            Desde el principio María supo que no podía ser para ella. Hacía demasiado tiempo que no tenía noticias de Pablo, y Cobo no la había escrito nunca.. Pero de todas formas había abierto el sobre marrón porque sabía que las casualidades y los errores ajenos no la concernían. También sabía que algunos muertos son incapaces de estarse quietos en sus tumbas, que se entretenían en amargar la existencia de los vivos. Y se le ocurrió que a lo mejor había sido la propia Ana quien se había encargado de convencer a todo el mundo, incluso a perfectos extraños, de lo maravillosa que habría sido su vida si maría no hubiera decidido continuar con la suya.

- No fue culpa mía ¿me oyes? Yo ni siquiera estaba allí.

            María había tenido un día muy ajetreado. Por la mañana su padre la había enviado al pueblo vecino a comprar dos pares de botas. Estaba cansado de verlas subir al monte con zapatillas de deporte, no quería que tuvieran algún accidente tonto y llegaran a casa con una pierna rota. o una brecha en la frente. Ella tendría que haber estado en casa  de una compañera terminando de redactar un trabajo sobre la revolución Francesa, pero su padre lo había solucionado con una llamada de teléfono y María cogió el autobús tan obedientemente como siempre después de prometer a su  hermana y a sus amigos que estaría de vuelta para la salida que habían planeado aquella tarde. Sin embargo nadie la había avisado de que había obras en la carretera, ni de que el autobús se desviaría y llegaría tarde, con lo que también saldría tarde. Cuando por fin abrió la puerta de casa con una disculpa dibujada en los labios se encontró a su padre en la cama con fiebre y una nota de Ana que había salido con Pablo y Cobo de todos modos. Decía también que le había dado al enfermo unas aspirinas. Ni siquiera se había preocupado de llamar al médico. María tiró las botas en un rincón y corrió al teléfono. Cuando se aseguró de que don José María estaba en camino volvió a la habitación de su padre y le arropó. Le llevó agua fresca, le tomó la temperatura y se sentó a la cabecera de su cama.

            Mientras tanto Ana había convencido a los chicos de que la sacaran de casa. Se aburría y quería ver cómo bajaba el río lleno de agua después de la tormenta del día anterior. Cobo no estaba seguro, pero Pablo se animó en seguida. No era difícil convencer a Pablo para subir a las montañas. El plan era llegar hasta los collados y esperar allí a María, que no podía tardar. Mientras Ana y Cobo recogían flores y hojas para un herbario que nunca empezaban siquiera Pablo dibujaría el paisaje. Luego terminarían de subir los cuatro juntos.

            Pero María tardaba,  Ana  se impacientaba, Cobo no estaba para hierbas y Pablo terminó su dibujo y les propuso continuar solos.

- María sabe el camino. Si quiere ya nos encontrará.

- ¡Claro!

Y siguieron subiendo como lo hacían siempre, admirando los perfiles de las montañas más alejadas, parándose a observar a los animales y riendo. Hasta que Cobo vio un desvío que nadie había notado hasta entonces y se lo mostró a los otros. Ana no esperó, salió corriendo aunque aquello era un barrizal. Cobo la siguió tan rápido como pudo, pero era difícil alcanzar a Ana, que se movía con la seguridad de las cabras montesas y su misma intrepidez. Pablo le arengaba a su espalda y Cobo sentía el sudor resbalarle por la frente. De repente dejaron de oírse las zancadas de Ana. Cobo se paró a escuchar y Pablo no pudo frenar a tiempo. Ambos rodaron por el barro.

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