Capítulo 12 - Inés (FIN)

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Inés Duarte, en el colmo de la amargura, no podía dejar de pensar que tenía nombre de telenovela venezolana y que, además, también era secretaria. Afortunadamente el culebrón lo emitía solamente una cadena autonómica, así que el daño no era tan terrible. De todas maneras, sus compañeras de trabajo, las únicas mujeres con las que se relacionaba, estaban demasiado absorbidas por la tarea de  pretender que sus niveles cultural y social estaban muy por encima del culebrón televisivo: jamás admitirían ante las demás que disfrutaban con las lágrimas embotelladas y los galanes acartonados; ni siquiera para hacer frente común en la misión de darle un bufón a la oficina.

En aquella época, cuando Inés Duarte ya no era más que una secretaria pendiente de su apartado de correos, hastiada de todo y resentida, las mujeres ya habían dejado atrás las ansias de pisar con tacones de aguja inverosímiles a la mayor cantidad de hombres posible, ya no se llevaban los colores estridentes y se apuntaba la moda de los remedios naturales, las blusas sugerentes pero no provocativas, el pelo suelto y el zapato plano. En otras palabras, se estrenaba década y  a las mujeres se les había metido en la cabeza reencontrarse con la madre naturaleza para enfrentar el nuevo milenio limpias de cualquier culpa. No se era una romántica empedernida porque el amor eterno estaba demasiado ligado a la idea de sumisión al hombre. No se era una liberada sexual en activo porque las enfermedades venéreas eran el pan nuestro de cada día. No se era exageradamente agresiva porque ya se había demostrado que se podía llegar a donde se quisiese. A principios de los noventa las mujeres tenían la obligación moral de encontrarse a sí mismas. Lo que en la mayoría de los casos encontraban era un equilibrio más o menos estable entre todas las doctrinas que habían ido aprendiendo y desaprendiendo. También veían telenovelas, o leían novelas con corazón o se iban de vacaciones a algún paraíso tropical (las que podían) para contar el romance acaecido o inventarlo. Inés se había descubierto a sí misma sin ganas de renovar el vestuario, sin ánimo para viajar y sin imaginación para sumarse al grupo de triunfadoras de mesa camilla de cuya existencia sospechaba. Se levantaba cada mañana por la misma fuerza de la inercia, cumplía con los encargos de su jefa y volvía a casa deseando que estuviera vacía porque no podía soportar la presencia de su marido, que ni siquiera había servido para hacer algo que mereciera tanta repulsión.

            Dejar de ser quien era no había resultado fácil. Tratar de rebelarse a los cambios incomprensible de su madre no le había provocado sino confusión. A otros en cambio les puso en bandeja la oportunidad de sus vidas. Dijeron que Inés Duarte no encontraba con quien acostarse porque ya se había acostado con todo el mundo. Así era como acababan las mujeres que no se hacían respetar. Les daba pena pero también asco porque se lo merecía. Ella solita se lo había buscado y no le serviría de nada pasearse con cara de mosca muerta por el parque con un libro de la mano. Todo el mundo sabía quien era, no iba a engañar a nadie y sería mucho mejor para todos que ni siquiera se molestase. No se molestó, no tenía por qué. Los amigos que la habían abandonado, las fiestas desaparecidas, los ropajes exagerados que había dejado de llevar se convirtieron en un luto activo por la muerte de Clara y el nacimiento de su madre. Ya en la universidad aprendió que cuando las cosas no funcionan alrededor de uno, uno busca un alrededor en el que las cosas funcionen. Y entonces sí sucedió que el polvo de la biblioteca se le volvió menos fastidioso, los colores muertos menos agrios y el silencio dejó de oprimirle el pecho. Sucedió también que el cine se convirtió en sucedáneo de vida, con sus imágenes tan evidentes y la música que obliga a hacerse consciente de cada acontecimiento, sin piedad. Sin embargo fue la literatura la que funcionó como  una trampa mortal: Madamme Bovary, Ana Karenina, Peter Pan, El Quijote, Cien años de Soledad, Fortunata y Jacinta, La Regenta... También estudiaba y veía la televisión. En casa había un vídeo ( habían llegado los ochenta y su madre se había apuntado a un par de modas; entre ellas la de la tecnología en casa y la de aplastar al hombre con los famosos tacones de aguja) y en el país una ley según la cual Lo que el viento se llevó, Un tranvía llamado Deseo, Casablanca, Desayuno con diamantes y  Gilda  eran la columna vertebral del programa cinematográfico no dedicado exclusivamente al público masculino. Además, la casa se había vaciado ya completamente de amantes, los invitados a las fiestas eran invitadas casi en su totalidady la madre se había transformado en una especie de máquina de obsesionarse por el estudio, el estatus, el esfuerzo personal y la estupidez masculina. Siempre que las notas fueran buenas y la reputación de la familia fuera buena su madre pensaría que ambas estaban trabajando con ahínco por la causa y consiguiendo que el hombre se viese por fin confinado en el recinto de ser inferior que siempre le había correspondido. Estudiar secretariado le dejaba a Inés Duarte mucho tiempo libre.

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⏰ Last updated: Aug 21, 2012 ⏰

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