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—¿Qué tal el fin de semana Stone? —Wood me guiñó el ojo (algo más que habitual en él), se sentó al lado mía y dejó la mochila en la mesa.

—Nada fuera de lo común. Excepto por el hecho de que tuve que estar cuidando a un amigo porque no vio venir el puñetazo que le iban a dar en su bonita cara.

—¿Acabas de llamarme guapo, o son imaginaciones mías?

—Vaya, parece que le ha quedado alguna secuela después del golpe, ahora tiene imaginaciones y todo. Qué cosas más raras pasan. —saqué el archivador y el estuche de mi mochila, y lo coloqué todo en la mesa. Wood hizo lo mismo.

—Con qué humor te has levantado hoy.

—¿En qué quedamos? Si estoy borde, te sorprendes, y si no, también. No hay quien te entienda —la profesora entró y comenzó la clase.

Wood se acercó a mi oído y me susurró:

—Déjame atender Stone, que no paras de distraerme.

—Estúpido —le dí un codazo y no volvimos a hablar en toda la hora.

Durante la hora del almuerzo, esta vez fui yo la que se acercó a la mesa de Wood.

—Hola chicos. Hola Theo.

—La salvadora de Theo —dijo un chico rubio, con pecas y ojos azules.

— Creo que no nos has presentado correctamente a tu chica —comentó un amigo de Wood, de pelo y piel oscura.

— No soy la chica de nadie, denada —le miré y sonreí irónicamente—. Y puedo presentarme yo sola. Soy Danielle, encantada.

Todos los amigos de Theo se presentaron.

—Soy Jack —y así se llamaba el que me había llamado la salvadora de Wood.

—Cody, un placer conocerte.

—Él tan cursi como siempre. Yo soy Luke. —Luke, el idiota de turno que se pensaba que tenía que ser propiedad de Wood.

—¿Quieres quedarte a comer con nosotros? —preguntó un chico castaño de ojos verdes. —Soy Dylan.

—No no, solo os quiero hablar un momento con Theo a solas. ¿Os importa que me lo lleve? —todos negaron con la cabeza, y Wood se levantó y me acompañó hasta el pasillo.

—¿Qué te pasa Stone?

—¿Quieres venir esta tarde a mi casa?—Wood me sonrió de una manera pícara y se empezó a reír como de costumbre.

—¡Theo! Deja de tener la mente tan llena de mierda, me harías un favor.

—A sus órdenes, mi majestad —hizo como si se quitara un sombrero, e hizo una reverencia hacia mi.

—Idiota, escúchame de una vez. Mis padres no estarán, y tengo que cuidar a mi hermano. He pensado que si tal vez vienes tú, no se aburrirá tanto, no sé por qué pero te tiene un cariño especial, le caíste bien.

—Cariño... ¿Cómo el que me tienes tú a mí no?

—Si tú lo dices... —me encogí de hombros y le guiñé un ojo—. Ven a la hora que quieras, las puertas de mi casa siempre estarán abiertas para ti —giré sobre mis talones, y empecé a caminar otra vez para ir al comedor.

—¿Eso ha sonado como una declaración de amor? —le escuché gritar detrás mía.

—¡Piensa lo que quieras! —grité.

GREENWhere stories live. Discover now