CINC

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Actualidad.

Me palpita el cráneo. Voy a morirme.

Si abro los ojos se me van a salir de las órbitas y luego van a explotar y ni siquiera podré ver lo guay que será.

Me giro sobre el colchón lentamente y siento como si me dieran con un bate de béisbol en la coronilla. Pero fuerte, con intención de hacer un maldito home run. Estoy al borde la muerte.

Quiero dejar mis muy pocos videojuegos a Álvaro, mi habitación a Maday y mi teclado se lo pueden rifar Miriam y Alfred. Y si mis órganos funcionan después de la noche de ayer, los donaré a la ciencia. Aunque no creo que hagan grandes avances.

No sé cómo consigo levantar la cabeza de la almohada sin vomitar, pero lo hago. Soy un héroe. Soy invencible. Entonces, me siento sobre el colchón muy despacio, apoyándome en él con ambas manos para no caerme de cara al suelo y, finalmente, consigo levantarme. No espera, me caigo. No, vale, no, me he agarrado a tiempo a la cómoda. Estoy bien. Sigo siendo invencible.

Abro los ojos despacio y parpadeo unas veintidós veces antes de poder ver algo. Los elementos que decoran mi habitación se han vuelto imperceptibles: la estantería con dos videojuegos y varios libros, los dibujos de Álvaro que cuelgan con orgullo encima de mi piano eléctrico, las cortinas rojas de la ventana...

La puerta está demasiado lejos. No lo voy a conseguir. El hombre invencible vencido por una puerta de madera. Soy patético. Quiero volver a la cama.

—¿Raoul? —oigo una voz a mi espalda.

Hostia.

Miro de reojo a la cama y lo recuerdo todo de golpe. Casi todo, al menos.

—¿Aitana? —Mi voz suena como si hubiera estado callado demasiado tiempo y se me hubiera oxidado la garganta.

—Joder, ¿qué hora es? —me pregunta.

Ojalá supiera dónde está mi móvil para poder mirar la hora, pero no lo sé. Ya me ocuparé de eso más tarde. Mañana, por ejemplo, cuando pueda levantarme de esta cama.

—Tarde, seguro —le respondo.

Trago saliva varias veces, intentando humedecerme la boca, porque da asco escucharme.

Vuelvo a echarme de espaldas sobre el colchón y Aitana pasa por encima de mí para levantarse. Se mueve con mucha más soltura, desde luego, lo que me hace pensar que en un momento de la noche, ella dejó de beber.

Por un instante, me planteo la posibilidad de haber llegado a acostarme con ella, ya que probablemente anoche me apetecía de verdad, pero tengo la esperanza de que el alcohol me parase a tiempo, porque ahora que la veo poniéndose el vestido delante de mí, me parece tan menuda e inocente que toda la piel se me pone de gallina. Además, tengo la ropa puesta. Mal, pero puesta. No creo que después de un polvo esta chica se dedicase a vestirme.

Muevo un poco mi mano sobre el colchón y encuentro mi móvil sin querer. Cuando lo desbloqueo, lo primero que me aparece en la pantalla es Spotify, con Bang Bang de Nancy Sinatra en repetición. Y sé exactamente lo que esto significa: que no, que ni la he tocado, que no se me levantaba ni a tiros. Me choco los cinco mentalmente y cierro los ojos soltando un suspiro.

—Oye, que yo me voy —me dice.

La miro de reojo sin apenas separar los párpados y le hago un gesto con la mano.

—Ha sido un placer —digo.

La oigo bufar justo antes de que sus zapatos repicoteen sobre el suelo de mi habitación. Abre la puerta de mi habitación, se aleja cuatro pasos y alguien le da los buenos días por el camino. Ella ni siquiera devuelve el saludo, pero todo ha tenido que ser tan violento que dudo que a mi hermano le haya importado.

WAVESWhere stories live. Discover now