TRENTA-UN

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Álvaro y yo pasamos el resto del día con papá, a quien también le digo que soy gay. Y se lo digo así, sin más, mientras está sirviéndonos un refresco a mí y a mi hermano. "Papá, soy gay", y él me dice "vale, la coca-cola no está muy fría, ¿quieres hielo?". Y no hablamos más del tema.

La novia de papá cena con nosotros esta noche y ambos nos dan la noticia de que se van a vivir juntos a la casa de ella. Álvaro y yo también decimos "vale" y cambiamos de tema. Era cuestión de tiempo, así que no nos coge por sorpresa.

Después de comer, bebemos un rato en el salón y charlamos de todo un poco.

—Yo he tenido un día estupendo —digo, sólo porque estoy harto de estar callado—. Y ya tengo planeado que mañana sea igual.

Mi padre y su novia me miran raro un momento, pero Álvaro sonríe de inmediato.

Lo que digo es cierto. Ya he comprado un billete de tren para volver a Madrid mañana, justo después de haber hablado esta tarde con Agoney por el móvil de Ricky. A pesar de haber cortado hace poco, lo cierto es que se llevan bastante bien.

—¿Qué lo ha hecho tan estupendo? —me pregunta papá.

—Yo —respondo.

Durante el resto de la tarde, todo lo que hacemos es seguir hablando como hacía tiempo que no hablábamos, de todos los temas que se nos ocurren y, sobre todo, de nosotros mismos y nuestros planes. Les cuento lo que quiero y lo que no, me lo guardo, pero por decisión propia y no por que no se interesen en mí. Supongo que es porque sienten que hoy me apetece hablar.

Vuelvo a casa con Álvaro y me pregunta sobre todo por la academia de policía. Dice que me va a echar mucho de menos mientras esté allí.

—Pero venid a visitarme, ¿eh? O a ver qué coño hago yo seis meses sin veros. Sobre todo a Maday —le digo.

—Claro que iremos, tete, que pareces tonto. Pero va a ser un cambio muy brusco que te vayas tan lejos, con el por culo que das.

Lo miro de reojo, con el ceño fruncido mientras conduzco, y vuelvo a fijar la vista en la carretera.

—¿Eso ha sido un chiste malo? —pregunto.

—Una casualidad afortunada.

Nos echamos a reír y me apresuro a cambiar de tema, porque esta tontería me ha dado mucha vergüenza. Mientras el coche se llena de las carcajadas acompasadas de mi hermano y mías, caigo en la cuenta de que yo le voy a echar muchísimo más de menos.

***

Cuando llego a Madrid por la mañana, Agoney ha venido a recogerme a la estación. En moto.

Me acerco a él, que está esperándome al lado de ésta, y me pasa un casco justo antes de recibirme con un abrazo.

Todavía se me hace raro verlo después de todo este tiempo y con lo mucho que ha cambiado. Es como si no me lo acabara de creer todavía, pero también resulta muy reconfortante.

—¿Qué tal el viaje? —me pregunta mientras se pone el casco.

—Menos peligroso que el que vamos a hacer ahora mismo, eso seguro —bromeo.

—¡Pero bueno! Que yo conduzco muy bien, a ver qué te has creído.

Se ríe, me da un golpe suave en el brazo y se sube a la moto. Yo me pongo el casco, me coloco detrás de él y me agarro a su cintura hasta que salimos a la carretera.

El camino es muy corto, pero tengo tiempo de sobra para mirar a Agoney por el espejo retrovisor como nueve veces.

Llegamos y el camión de la mudanza está en la puerta de su bloque. Ricky lleva una caja que tiene pinta de ser bastante pesada y casi la tira al suelo cuando nos ve.

WAVESWhere stories live. Discover now