VINT-I-SET

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Actualidad.

Son casi las once de la noche cuando Óliver aparca el coche en el garaje de la comisaría para llevarme al archivo. Evidentemente, hay bastante gente trabajando a esta hora aquí, pero nadie le pone un sólo impedimento para entrar en ninguna parte.

Bona nit, Óliver —lo saluda un compañero.

—Eh, ¿qué pasa, Marc?

—¿Hoy te tocaba a ti currar?

—No, estoy haciendo algo por mi cuenta —responde.

Y no le piden más explicaciones que esa, así que avanzamos por los pasillos del edificio juntos. Apenas hemos hablado desde que salimos de su casa, y es raro, porque Óliver no se calla nunca. 

No me quedan uñas que comerme cuando llegamos al archivo y él abre la puerta sin vacilar. Creo que no he sido consciente de lo que estamos haciendo hasta que llego a ver las estanterías llenas de documentos clasificados.

El nombre de Agoney tiene que estar escrito en alguno de ellos.

Me quedo quieto cerca de la puerta y dejo a Óliver seguir avanzando. Está muy callado, creo que por lo preocupado que está por mí, por si lo que encuentre me hace estar aún peor. Me encantaría poder tranquilizarlo, pero estoy muchísimo más preocupado que él, así que correspondo su silencio.

El chico pone los brazos en jarras y me da la espalda un momento, pensativo de cara a los altos estantes, como si quisiera recordar dónde vio los papeles.

Cada estante tiene una etiqueta enorme que indica una letra, de modo que sobreentiendo que todo está ordenado por orden alfabético.

Cuando Óliver parece acordarse, se acerca a uno de ellos y comienza a buscar.

—Incendio del Mediterráneo, Incendio del Mediterráneo... —repite para sí mismo.

Está rebuscando entre un montón de papeles en concreto. Cada página que pasa es un grado de nerviosismo que se me echa encima.

Ya no tengo uñas, así que me estoy mordisqueando la piel de la punta de los dedos, sólo por calmarme.

Entonces, Óliver tira de un montón de papeles grapados por una esquina y los saca de su sitio.

—¿Son esos? —pregunto.

La voz me tiembla tanto que, si no estuviera atacado, me disculparía.

Él me mira con preocupación un momento, pero no me responde. Con los documentos en la mano, se acerca al escritorio más cercano y se sienta en una silla.

—Sí —dice—. Sí, son estos.

Camino hacia él despacio y me siento a su lado frente al escritorio. Óliver pasa una página y deja escapar un suspiro de entre los labios, así que, antes de que pueda hablar, le paso una mano por la nuca y le acaricio el pelo.

—¿Te parece bien ayudarme, Óliver? —pregunto.

Él alza levemente la barbilla, lo justo para mirarme de lado sin que yo aparte la mano de la parte trasera de su cuello.

WAVESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora