NOU

5.5K 312 259
                                    


Actualidad.

Me despierta el sonido de la vibración de mi móvil contra la madera de la mesita de noche. Evidentemente, lo dejo vibrar con la esperanza de que quien sea se canse rápido. Si quisiera que me molestasen no tendría el móvil en vibración.

No obstante, la tercera vez consecutiva que el teléfono tiembla sobre la madera, me veo obligado a moverme y extender el brazo para agarrarlo.

La luz de la pantalla me ciega tan pronto como entreabro los ojos, así que ni siquiera me molesto en mirar el nombre de quien llama. Sólo me llevo el aparato a la oreja.

—¿Hm? —Es todo lo que puedo decir.

—Noticias frescas —oigo al otro lado del teléfono. Es Mireya.

—No, por favor...

Giro un poco el cuello, lo justo para poder hundir mi cara en el cojín. Las noticias frescas de Mireya siempre son la misma basura. Y siempre giran en torno a chicos guapísimos. O no tan guapos, en realidad, pero que ella asegura que tienen algo especial. Y la mayoría de las veces se equivoca y acaba dejándolos en una media de veinticinco días. He hecho la cuenta.

Por todo lo anterior es que no estoy dispuesto a aguantar otra de sus noticias frescas.

—Te juro que esta vez es verdad, rubio —insiste.

Eso es lo que dice también todas las veces.

Levanto la cabeza de donde la tengo hundida y aprovecho para tomar aire. Me resulta un poco molesto. No sé cuánto tiempo llevo durmiendo, pero el aire es caliente y sobrecargado.

—Ilumíname —le digo a mi amiga. Sé que lo está deseando.

Tal y como esperaba, ella empieza a hablar. Y no, esta vez no es de verdad, es exactamente igual a las ciento treinta y dos veces anteriores. Me sé toda la historia, tanto que dejo el teléfono sobre la mesa mientras él me cuenta lo que quiera que me esté contando. Ni siquiera se va a dar cuenta de que no estoy al otro lado del teléfono; nuestras conversaciones siempre son más bien soliloquios.

Por mi parte, me esfuerzo por levantarme a abrir la ventana, aunque las cortinas las dejo echadas porque tengo intención de volver a la cama tan pronto como encienda el ventilador que cuelga del techo.

Me acuesto en la cama deshecha y me quedo mirando las aspas girar. No tengo nada de sueño ya, porque debe de ser bastante tarde, pero no me apetece levantarme de la cama. No me apetece afrontar el día de hoy ni ninguno de los siguientes.

Si no recordara cada día del viaje con tanta exactitud, tal vez lo llevaría mejor, pero lo cierto es que no he podido olvidar ni un detalle desde entonces. Y no sólo eso, sino que muchas de las cosas que aprendí entonces las he trasladado a mi día a día, ya forman parte de mí, y no puedo ignorarlas como si nada.

«Ya forman parte de mí», digo en mi cabeza, y el dibujo que descansa en la piel de mi tobillo se me viene a la cabeza. Me obligo a sonreír, porque es lo que me he propuesto hacer cada vez que vea mi nuevo tatuaje: recordar todo lo bueno que me ofreció, las risas, el amor... y sonreír.

Porque si él piensa en mí alguna vez, es exactamente lo que quiero que haga.

Oigo un murmullo que me hace fruncir el ceño. Inmediatamente pienso en Álvaro, en mi madre y en Maday charlando, pero cuando agudizo un poco más el oído, caigo.

Me había olvidado de Mireya por completo.

Corro a coger el móvil y me lo pongo en la oreja lo más rápido que puedo.

—¡...es que no me lo creo! —está gritando.

—Lo siento, tía.

—¡Eres un cabrón, Raoul! Lo has vuelto a hacer, ¡me has dejado hablando sola! ¿Por qué nunca me tomas en serio?

WAVESWhere stories live. Discover now