VINT-I-QUATRE

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Seis años antes.

Un grito desgarrador es lo que consigue despertarme con el corazón acelerado.

Lo primero que veo al abrir los ojos es el cuello de Agoney, que queda a la altura de mis ojos porque anoche se durmió con la barbilla pegada a mi frente.

«Anoche», pienso.

Por la escotilla de este camarote aún puedo ver el cielo estrellado y oscuro, lo que me hace pensar que no ha sido más que una pesadilla inoportuna.

Me permito alejarme levemente para contemplar a Agoney con más atención durante unos segundos, antes de volver a apoyar la cabeza en la almohada para echarme a dormir. Es una imagen tan plácida que mis ojos no tardan en comenzar a cerrarse de nuevo.

Entonces, otro grito, diferente al primero pero igualmente desesperado.

Zarandeo el brazo del canario con suavidad y veo cómo abre los ojos poco a poco, con el ceño fruncido.

—Ago, despierta —susurro—. ¿Has oído..?

La sirena de emergencia me interrumpe y nos obliga a ambos a dar un respingo sobre la cama. La luz roja intermitente que sigue al ruido nos hace cerrar los ojos con fuerza. Esto está siendo tan repentino que casi siento vértigo.

Me cuesta unos segundos acostumbrarme a la claridad y poder abrir los párpados lo suficiente para ver a Agoney levantarse de la cama y rodearla hasta mí.

—¿Qué pasa? —le pregunto.

—Creo que nada bueno.

Alarga un brazo para agarrar mi mano y tira de mí con fuerza suficiente como para levantarme y llevarme hasta la puerta, detrás de él.

Abre con brusquedad, pero por un momento, todo lo que vemos es una nube de humo negro saqueando el pasillo.

No entiendo nada.

Agoney cierra deprisa, retrocede y corre hasta la cama en busca de nuestras camisetas desperdigadas. Eso y los zapatos es todo lo que no llevamos puesto.

Cuando alcanza mi camiseta, me la lanza.

—Cúbrete la boca con ella para salir —me indica.

Agoney no encuentra su camiseta, así que agarra la sábana de nuestra cama, la toquetea un poco, rompe un buen pedazo y se lo lleva a la boca a modo de mascarilla, mostrándome qué hacer.

Tengo tanto miedo que apenas puedo reaccionar, pero no importa, porque él me lleva.

De nuevo, su mano libre se aferra a la mía y tira de ella hasta que salimos por el pasillo iluminado de rojo y repleto de humo.

—¡Agáchate! —me ordena Agoney, elevando el tono de voz para que yo pueda escuchar algo entre los berridos de las sirenas y los gritos que nos llegan desde abajo.

Los dos comenzamos a avanzar por el pasillo de cuclillas y el resto de habitaciones se van abriendo a nuestro paso.

A partir de aquí, todo se vuelve caos.

Oigo llantos doloridos, oigo un miedo atroz, oigo la incertidumbre en la voz de la gente que aún no es consciente de lo que pasa.

Yo tampoco sé exactamente qué está ocurriendo, pero algo es seguro: fuego. Un fuego lo suficientemente importante como para no haber podido frenarlo a tiempo.

En las paredes hay flechas que, al reflejar la luz roja, se hacen fácilmente visibles e indican el camino que hay que recorrer en caso de emergencia; exactamente por donde me está llevando Agoney.

WAVESWhere stories live. Discover now