TRETZE

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Actualidad.

César me ha estado llamando e insistiendo en salir conmigo, así que no me ha quedado otra que quedar con él esta noche.

Está bien, no me molesta, sólo es que quiere llevarme de fiesta con sus amigos y no los conozco de nada. César es un buen tío, pero tiene pinta de codearse con auténticos imbéciles. Sea como sea, eso no es un buen argumento, así que tengo que ir de todas formas.

Ni siquiera me paro más de cinco minutos frente al ropero para buscar la ropa, porque, además, la fiesta (la idea que César y sus amigos tienen de lo que es una fiesta, al menos) es en la casa de uno del grupo.

El chaval insiste en venir a recogerme a casa a pesar de que me niego a ello varias veces. Algo me dice que lo que quiere es vacilar de cochazo, aunque no podrían importarme menos esas gilipolleces. El caso es que llega casi diez minutos antes de lo acordado, pero me niego a cogerle el teléfono hasta que sea la hora.

Mi madre ha salido, así que voy a la habitación de mi hermano a decirle que tengo que irme, pero sólo llegar a su puerta, lo escucho sollozar dentro. Está intentando no hacer ruido, pero falla de pleno.

Pienso en marcharme por donde he venido cuando recuerdo la conversación de ayer, el momento en la cocina, la foto.

Abro la puerta sin llamar y me encuentro con Álvaro en el suelo. Sé lo que ha pasado sin necesidad de preguntar.

—Tete...

—Joder, Raoul, vete de aquí —me corta.

Se está secando la cara con el antebrazo de espaldas a mí.

Camino hacia él y me inclino a ofrecerle una mano para levantarse, pero la rechaza de la forma más brusca que es capaz de ocurrírsele ahora mismo. De ese modo, decido sentarme a su lado.

—¿Qué coño estás haciendo, tío? —ladra—. Vete de aquí, por favor.

—Está bien llorar, Álvaro —comienzo a decirle—. Está bien dejar salir a las lágrimas a las diez de la noche, en el suelo de tu cuarto, a murmullos o a pleno pulmón. Si quieres llorar dos días enteros aquí encerrado, hazlo. Te mereces hacerlo. Y no te hace débil, nada puede hacerte débil, porque estás vivo y eso es lo más complicado y valiente que podrías estar haciendo —para cuando lo miro, ni siquiera es capaz de mantener los ojos abiertos. Los tiene cerrados con tanta fuerza que creo que tiene que dolerle—. Estoy tan orgulloso de ti, tete. Siempre lo he estado.

Para cuando termino de hablar, los brazos de mi hermano ya me tienen rodeado.

Hoy es uno de esos días en los que no soy capaz de sentir nada con fuerza, pero aun así, noto cómo los brazos ajenos aprietan hasta alcanzar a abrazarme el alma.

Álvaro termina levantándose él mismo, terminando por fin el viaje de la silla a la cama, y yo salgo de la casa un poco más lleno.

—Hola, guapo —me saluda César cuando abro la puerta de su coche.

—Buenas noches.

Se estira desde el asiento del conductor para alcanzar a darme un beso. Creo que apartarme me haría sentir peor que devolvérselo, así que me dejo hacer y le doy una palmada cariñosa en la pierna.

No he sido consciente de lo poco que me apetecía venir a esta puta fiesta hasta que me he sentado a su lado en el coche.

Durante la primera mitad del viaje, es él el que habla en todo momento a excepción de algún que otro monosílabo por mi parte. Me cuenta de manera muy resumida que dos de sus amigos han venido con él desde Ibiza, mientras que a los demás los conocieron por una página de ligue gay que, por otro lado, me recomienda.

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