Capítulo 1

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Desde la entrada del enorme edificio veía el monovolumen alejarse cada vez más rápido, o quizás solo fuera su impresión. A su lado, una mujer ancha de pelo rizado le agarraba del brazo con intención de evitar su posible intento de fuga. Lo había visto más de una vez, esas muchachas eran peligrosas. Irene agarraba en una mano una pequeña figura de un delfín azul saltando entre las olas. Sus nudillos empalidecían cada vez más de la presión que ejercía sobre el marfil. Era su amuleto, se lo había dado su hermana pequeña. Con la otra mano agarraba su maleta con lo indispensable para estar todo un curso en la residencia de jóvenes delincuentes. “Delincuentes”, esa palabra resonaba en la cabeza de Irene como si fuera un martillo. Nunca se había considerado una delincuente pero visto el curso de los acontecimientos se veía en la obligación de admitirlo. Bajo el brazo, un ejemplar de Orange is the new black corría el peligro de escurrirse y perderse antes de que entrara en el edificio. “Tienes que entrar ya, niña” le dijo la vigilante que estaba a su lado. Con algo de reticencia, ambas entraron en un edificio triste y gris. Tras la primera puerta había un pequeño descansillo, donde sólo había una vieja máquina de refrescos, dos o tres sillas y un mostrador tras el que un hombre que no debía pasar de la treintena navegaba por internet viendo vídeos de gatitos. La chica hizo un amago de saludo pero el hombre ni siquiera levantó la cabeza. Entraron en una puerta junto al mostrador y fueron a parar a una sala en la que un hombre le hizo abrir la maleta. Entre los dos guardias revisaron sus pertenencias, haciendo que la chica se sintiera más expuesta que nunca. Libros, ropa y productos del pelo volaron por los aires mientras ambos buscaban cualquier elemento sospechoso, hasta que se cansaron de revolver entre las cosas de una chiquilla de 17 años. La mujer, que parecía más bien aburrida, le ordenó sin ganas que se desnudara. Irene sabía que eso podía pasar pero se sintió, aún así, muy incómoda frente a esos dos desconocidos que buscaban cualquier cosa que la encasillara en el perfil de “peligrosa”. Tampoco encontraron nada, y las dos mujeres salieron del cubículo volviendo a pasar frente al amante de los gatos.

-Vamos a entrar en la residencia, procura no meterte en líos y todo saldrá bien.

La guardia se acercó a un pequeño armario y sacó cuatro polos, una falda escolar, diez pares de medias, ropa interior blanca, un jersey azul que tenía pinta de picar y unos zapatos negros, todo ello metido en una bolsa de lona.

-Toma tu ropa, todo lo que necesites para la higiene personal estará encima de tu cama de la habitación de las nuevas. El resto de las mariconadas que uséis las adolescentes de hoy en día podrás comprarlo en el economato a partir de la próxima semana.

Irene no podía negar que se sentía completamente fuera de lugar. No entendía nada de lo que estaba pasando y esa mujer no parecía muy dispuesta a ayudar. Solo asintió y siguió a la guardia por los pasillos del edificio. Todos le parecían iguales. En la primera planta había salas cerradas a cal y canto pero podía ver a través de la cristalera mesas con juegos y revistas, así como una televisión del siglo pasado. Al llegar a las escaleras comenzó a oír voces que aumentaban de volumen a medida que iban subiendo. Tuvieron que ir hasta la tercera planta. En su pasillo las puertas estaban abiertas y pudo ver a algunas chicas pintándose las uñas, leyendo, escuchando música o estudiando. Ninguna de ellas levantó la cabeza mientras ella pasaba. Ninguna menos una chica. Estaba tumbada en la cama, con las piernas en alto enfundadas en unas gruesas medias grises. Tenía una carpeta repleta de apuntes frente a ella y una corta melena castaña le caía sobre su pálido rostro. No estaba muy concentrada en su tarea y cuando Irene pasó frente a su puerta algo le llamó la atención. La chica achinó sus rasgados ojos e identificó el título del libro de la nueva. “Orange is the new black” susurró para sí. Cuando estaba a punto de levantarse para presentarse, la chica ya había desaparecido de su campo de visión. Irene siguió avanzando, cada vez más intimidada por la confianza que parecían desprender sus compañeras. Algunas iban de una habitación a la otra pidiendo tipex o tampones y se dio cuenta de que todas las habitaciones eran de dos. Se preguntó quién sería su compañera. Al llegar al final del pasillo se encontraron dos puertas. La primera daba a unos baños y tras la segunda, una estéril habitación parecía darle la bienvenida. Tres literas estaban alineadas en una pared y frente a ellas había una pequeña cómoda. Nada más. En una de las literas de abajo un cepillo de dientes, unas chanclas de ducha y otros elementos imprescindibles acompañaban a una tarjeta identificadora con su apellido. La gran mujer rió irónicamente.

Tenemos tiempoWhere stories live. Discover now