Capítulo 10

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Algo más tarde Claudia pasaba la fregona por la cocina. El suelo estaba bastante sucio porque acababan de comer y la chica se había empeñado en limpiar hasta el más ínfimo pegote. Así se olvidaba de la conversación con su madre, del sobre y de Mónica. Así tenía la mente ocupada. Allí dentro hacía calor y se había quitado la chaqueta del chándal. Ya había pasado la fregona bajo las mesas, donde estaba acumulada la mayor parte de la porquería, y ahora se enseñaba con una de las esquinas. Frotaba con la mayor fuerza que podía y no se había dado cuenta de que el resto de sus compañeras hacía un rato que se habían escaqueado. Habían dado la excusa de que al ser día de visitas tenían derecho a descansar. A la castaña no le importaba. Había parado un momento para secarse el sudor y hacerse una coleta. Después cogió la fregona con intención de continuar su tarea. En ese momento escuchó la inconfundible voz grave de Mónica.
-A este paso podremos comer en el suelo de lo limpio que lo estás dejando.
La chica estaba apoyada en el marco de la puerta. Claudia la ignoró y se fue desplazando poco a poco en dirección contraria a la salida. Pero la pelirroja entró en el comedor.
-Oye, ¿necesitas ayuda?
Claudia estaba escurriendo la fregona en el cubo.
-¿Por qué iba a necesitarla?
Mónica abrió los brazos como queriendo abarcar toda la sala.
-Quizás porque estás completamente sola.
La chica la miró, dándose cuenta de que el enfado casi se le había pasado. Pero siguió con su trabajo. Se acercó a ella y con un pequeño "Apártate" fregó el trozo de suelo que hacía unos segundos había pisado la chica. Mónica se había apoyado en una papelera y miraba a la otra algo dolida. Se había olvidado por completo de la chica de aquella mañana, tras la conversación con su padre lo único que sentía respecto a ese tema era arrepentimiento y un doloroso nudo en el estómago. Le sentaba fatal ver a Claudia con esa actitud, quería volver a verla feliz. Además, había sido testigo de parte de la visita de la chica y le hubiera gustado ayudarla.
-Te he visto hablando con tu madre. Te dio un sobre, ¿era suyo?
-Sí -susurró la otra mirando hacia la fregona.
Mónica se acercó a la chica, caminando sobre lo que ya había fregado. Al estar frente a ella le echó un mechón que se le había caído de la coleta tras la oreja. Ella levantó la vista, con las mejillas sonrosadas.
-Lo siento -musitó la pelirroja. Y ambas sabían todo lo que abarcaban aquellas dos palabras-. Quiero escucharte, estoy aquí para todo lo que necesites.
La chica la abrazó fuertemente, enterrando la cabeza en su pecho. La otra le acariciaba el pelo y ambas querían alargar ese momento lo máximo posible. "Todo está bien, niña" le decía Mónica mientras la otra la apretaba lo máximo que podía.

Hacía buen tiempo y no había exámenes. Muchas de las chicas estaban fuera haciendo deberes mientras disfrutaban del sol o haciendo algo de deporte. Algunas estaban corriendo, otras jugando al baloncesto y otras en la piscina de dentro. Las chicas estaban en la cancha de tenis aprovechando los pocos momentos que estaba libre. No era nada del otro mundo, pero servía a su propósito. Ali y Eva iban en un equipo contra Irene y Claudia. Mientras tanto, Raquel y Mónica animaban desde una esquina. Irene era realmente buena y parecía completamente ensimismada. "Menuda paliza os están dando" había gritado Mónica, haciendo que Ali le sacara la lengua. Mientras tanto, Irene parecía muy concentrada, como si algo más importante estuviera pasando por su cabeza. La chica repetía movimientos que había hecho muchas otras veces a lo largo de su vida en la casa de campo de sus padres. Pero también como aquella vez.no, y podía evitar que algo se le removiera en el estómago al pensar en ello.

Era un día soleado. Sus padres bebían limonada mientras Irene jugaba contra su hermana. Hacía poco que la niña había empezado a entrenar pero ya era casi tan buena como ella. Ambas corrían de un lado a otro de la cancha, sacando a relucir el espíritu competitivo de la familia. En un momento desafortunado la pelota fue a parar frente a sus padres, que les soltaron una pequeña regañina pero siguieron leyendo sus respectivos periódicos. A sus padres les gustaba leer el periódico sentados bajo el sol, decían que a la luz solar los problemas parecían difuminados, como si no tuvieran importancia. Irene lo consideraba una tontería así que no les hacía mucho caso, solo intentaba ganar a su hermana en aquel deporte. Cuando estaba a punto de sacar una voz se oyó a lo lejos, llamando a la chica. Sus padres giraron la cabeza, extrañados. Hacia ellos se acercaba una muchacha morena con una coleta alta y la piel brillando de sudor.
-¿Cómo has entrado aquí? -fue lo primero que preguntó la madre, mientras que el resto de la familia se había quedado completamente muda.
La muchacha frunció el ceño, arrugando sus pequeños ojos pardos. No parecía haberle dado la más mínima importancia a aquel comentario. Estaba acelerada y había pasado junto a la mitad del campo de tenis cuando el hombre, como levantado por un resorte, le agarró del brazo como si fuera una muñeca de trapo.
-Vete de aquí, ya nos has causado suficientes problemas -le susurró al oído. El hombre estaba hirviendo de ira, ver a aquella chica en su propiedad era más de lo que podía soportar. Quería que se alejara completamente de su hija. Pero la chica, con un rápido movimiento, se zafó de las garras del hombre y se abalanzó sobre Irene, que seguía paralizada. La agarró por los brazos con miedo a que desapareciera de un momento a otro y acercó su cara al rostro de la rubia.
-Irene, escúchame -la seriedad en los ojos de la chica había confundido a la otra-,     tenemos que irnos de aquí. Han descubierto a Ricardo y nos está buscando.
Los ojos de la chica brillaron con miedo por primera vez aquella tarde.
-¿Qué quieres decir?
En ese momento la madre, con la pequeña en brazos, se acercó allí para separar a las muchachas. Apretó los labios en una fina línea recta y apoyó una mano en el hombro de la chica.
-Natalia, será mejor que te vayas. No queremos problemas.
Pero ella solo se acercó al oído de Irene, intentando controlar los nervios mientras le susurraba.
-Han descubierto todo lo de la droga, Ricardo nos estará buscando para borrarnos del mapa, no quiere pruebas. Aunque quizás nos pille antes la poli.
La bilis le subió por la garganta a la rubia, que con manos sudadas agarró fuertemente a Natalia.
-¿Nos están buscando? ¿Quieren matarnos? ¡Natalia, tenemos que hacer algo!
Mientras esto pasaba, el padre de la familia había mandado al resto dentro de la casa. Buscaba en el desván cualquier cosa con la que pudiera sacar a esa chica de allí. No quería coger el rifle, no quería hacerle daño a su niña. A ella no, pero esa chica había metido a su pequeña en asuntos mucho más grandes que los que dos muchachas de dieciséis años son capaces de afrontar. Y tampoco quería que salpicara a su empresa.
-Tenemos que irnos de aquí.
Esa afirmación era tan rotunda que Irene se dio cuenta de que no tenían opciones. O huían o acabarían muertas, o metidas en un reformatorio o algo por el estilo. Ninguna quería esa vida. Aquella mano que le tendía Natalia, aquella sonrisa de labios pintados de rojo que invitaba a la aventura, no podía dejarla pasar. Le dio la mano. Se iban.
El padre de Irene fue testigo de cómo ambas corrían desesperadas hacia la alta reja que rodeaba la mansión, en búsqueda de aquello que llamaban "libertad". Cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando bajó corriendo las escaleras, a punto de caerse un par de veces. Su mujer lo siguió, sabiendo que algo pasaba. Atravesaron la moderna cocina que habían remodelado dos años antes y al llegar al recibidor y abrir la puerta gritaron con todas sus fuerzas. Había que pararla. Al hombre le estaba dando un ataque de ira. Pero las chicas ya estaban subidas en una moto lo suficientemente lejos como para que fuera imposible alcanzarlas a pie. Y quizás hubieran podido coger un coche. No lo hicieron. Quizás se habían dado por vencidos, quizás siempre supieron que se les iba a escapar de entre las manos.
Esa noche el padre de Irene llamó a la policía para denunciar una desaparición. Y ellos ataron cabos. Aquella llamada fue lo que hizo que la policía parara a dos muchachas de dieciséis años que estaban a punto de cruzar el país, con ojos asustados y el pelo enmarañado. Fue lo que hizo que aquel traficante de drogas fuera a la cárcel y que Irene y Natalia fueran a centros de menores completamente separados. Fue la guinda del pastel en la tensión que se había introducido en aquella idílica familia destrozando a su hija mayor, metida hasta el fondo en el tráfico de drogas. Y quizás fuera lo que evitó que Ricardo no las pillara antes que la policía y las matara. Aún así, nada de esto salió a la luz. La imagen de aquel hombre seguía tan limpia como siempre.

Las dos chicas parecen una bolita de mantas. Una cabeza rubia y una morena se vislumbran entre los pliegues de los edredones, justo debajo de un ordenador portátil. Ambas están acurrucadas, la cabeza de Irene apoyada en el pecho de Raquel, que acaricia su pelo con suavidad. Se están adormilando pero no importa, porque se está demasiado bien allí. Tienen agarradas las manos, signo de la complicidad que muy pronto ha aparecido entre ellas. Y Winona Ryder había vuelto del infierno.
-Esta película es muy rara -había dicho Raquel. La otra había reído, obligándole a admitir que le estaba gustando. Porque les había enganchado, pero eso no había evitado los comentarios de la película ni los susurros al oído. Y en un momento la morena se había reído tan alto que había tirado las palomitas por toda la cama. Aquella peli tenía algo peculiar, sí. Pero quizás fuese eso lo que las había unido. "La mejor es Heather McNamara" había dicho Raquel, a lo que Irene había respondido fingiendo estar ofendida "Shut up Heather, la mejor es Heather Clandler" y ambas se habían echado a reír.
-No me puedo creer que no supieras de la existencia de Heathers -decía ahora Irene.
-Bueno, siento no tener tanta cultura cinéfila como usted, señorita.
Irene se había acurrucado aún más cerca de Raquel, y al levantar la cabeza podía observarla iluminada por la fantasmal luz que se colaba a aquellas horas por las ventanas del edificio.
-¿Eres feliz aquí dentro?
A Raquel le costó reaccionar, no se esperaba que le fuera a hacer aquella pregunta. Le acarició la mejilla a la chica, y se tomó unos minutos para contestar mientras se perdía en sus inquisitivos ojos verdes.
-Sin duda no es lo mismo que estar fuera, pero aquí las cosas funcionan. Siguen un orden lógico. No creo que feliz sea la palabra adecuada, pero me siento en paz y tranquila.
Frunció el ceño.
-¿Y tú?
La chica suspiró y agarrándole de la mano, respondió.
-Creo que sí.
Se quedaron un rato en silencio, viendo la pantalla oscura del ordenador y con las conversaciones de las chicas amortiguadas por las paredes. Todavía no era demasiado tarde, pero sí lo suficiente como para que ambas estuvieran cansadas. Sus respiraciones se mezclaban entre las sábanas de la cama de Raquel, que dejaban a la vista pequeños retazos de piel. Y en la habitación reinaba una calidez que hacía mucho que ninguna sentía. Raquel notaba el cuerpo de aquella curiosa chica pegado a sus costillas, su tibieza a través de la única fina camiseta que llevaba puesta durante toda la tarde, y no podía negar que había estado aguantando mucho tiempo sin acercarse demasiado, no quería asustarla. Pero su mano se fue acercando lentamente hacia el abdomen de la otra, que tembló bajo el contacto de sus frías manos. Los gruesos labios de la morena se acercaron a ese cuello que esperaba ser besado desde hacía horas y horas, y lo fue acariciando lentamente, haciendo que la rubia soltara leves suspiros y que, sin poder aguantarse, se diera la vuelta y la mirara con aquellos profundos ojos verdes. Unos ojos verdes con un brillo de determinación que nunca había visto. Se sacó la camiseta, que tiró hacia quién sabe dónde, y se abalanzó sobre el torso de la otra, que no pudo más que recibirla entre sus brazos. Irene hacía mucho que no se sentía así y no le importaba ya nada. Empezó por el pecho, hundiéndose entre la piel de Raquel, que la apretaba con sus finos dedos, y poco a poco fue bajando, sofocando lo que ambas llevaban sintiendo durante días.

Tenemos tiempoWhere stories live. Discover now