Capítulo 11

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Era un día cualquiera después de comer, el cielo estaba completamente gris y nadie tenía ganas de salir al patio. La tele de la salita estaba encendida y unas pocas veían el telediario mientras dormitaban. Nadie tenía realmente ganas de hacer nada y tampoco tenían muchos exámenes. Ali había comprado una baraja de cartas en el economato algo gastadas por el tiempo, pero que seguían sirviendo para su finalidad. Se había sentado en una de las mesas de la esquina de la habitación y le repartía las cartas a Eva y Mónica. La mirada de la última al ver sus cartas fue un tanto altiva, de tan segura que estaba de que iba a ganar.
-No te confíes chica, que esta vez tengo buenas jugadas -había comentado Eva.
Y Ali había reído por lo bajo.
Entre las tres pronto surgió el juego más competitivo de la historia. Eva era realmente buena, siempre había sido una persona muy intuitiva; pero Mónica era competitiva por naturaleza. Ali siempre se pensaba mucho las jugadas y aquello desesperaba bastante a las otras, que querían que la partida avanzase a toda costa. Con una sonrisa victoriosa, la pelirroja se inclinó sobre la mesa para cogerle unas cartas a Eva, que le hizo el corte de manga. Ali puso los ojos en blanco y con un hábil movimiento consiguió varias cartas de Mónica. El juego era de lo poco que las entretenía en aquellos días tan grises y aburridos.
-¿Vais a ir mañana a la biblioteca para hacer el trabajo de psicología? -había preguntado Eva.
-Yo supongo que sí, y así aprovecharé para reorganizar algunos libros que tengo pendientes -respondió Ali enroscándose un mechón rojizo entre los dedos. Mónica, tras hacer un mohín, aceptó para poder sacarse del medio aquel proyecto de una vez por todas.
-De todas formas luego podemos ir a la sala a ver una peli, creo que mañana traen nuevas -había añadido Eva, dirigiéndose a Ali.
En ese momento la puerta de la sala se abrió de golpe y Sandra entró buscando a alguien con la mirada. Al localizar a Ali se acercó a ella, sentándose en el único sitio que quedaba libre. A las otras no les sorprendían aquellas interrupciones, aquella muchacha de pelo cortado a lo garçon siempre había sido así.
-Ali, ¿podrías hacerme un favor enorme?
La chica la miró reticente, ¿qué querría Sandra?
-Dime, ¿qué pasa?
-Bueno, ya sabes que últimamente no hay mucho que hacer y las chicas se están empezando a aburrir. Me han pedido que te preguntara si nos podrías ayudar a organizar una fiesta.
Claro, era aquello. De vez en cuando las chicas organizaban alguna pequeña fiesta en la residencia. No era nada del otro mundo, siempre había alguna que tenía que salir a hacer algún recado y compraba el alcohol para las demás, siendo el drama de todas las fiestas cómo hacía la encargada para meterlo en la residencia sin que nadie se diera cuenta. El lugar adecuado era la azotea, no podían hacerlo en el patio porque sería demasiado cantoso; pero encima de una residencia en la que el noventa por ciento de sus residentes no dormían esa era perfecto. Y sí, muchas veces era Ali la que lo organizaba, evidentemente con ayuda. Pero todos confiaban en ella para ese tipo de cosas. La pelirroja suspiró al ver a sus dos amigas mirándola con emoción y ganas de fiesta. No tenía muchas ganas de hacer aquello pero aún así accedió, no iba a fastidiar al resto. Sandra, emocionada por haberlo conseguido, comunicó la noticia al resto de las internas que había en ese momento en la sala, y salió de allí con una gran sonrisa de satisfacción.
-¿Quieres que te ayudemos? -había preguntado Eva, que no quería dejar a su amiga con toda aquella carga encima.
-Sí, claro.

Algunas veces, tras las horas de trabajo, alguna de las chicas recibía una llamada. Algún familiar o amigo que quisiera charlar un rato o que quisiera comunicarles alguna noticia. Ese día, Claudia y Ali iban juntas hacia la cocina con algo de prisa. La primera estaba bastante animada por la fiesta, quería divertirse un poco y ya estaba dando ideas de cosas que podrían hacer.
-Acabo de salir de limpiar el aula de informática. Parece que nadie entra ahí desde hace siglos.
Era lo que comentaba la pequeña mientras se arrancaba trozos de laca de uñas. Ali sonreía ante la emoción de la chica mientras las tripas le rugían de hambre. Justo cuando iban a entrar en la doble puerta del comedor, una voz de megafonía anunciaba que Alicia Díaz tenía una llamada en espera. Las dos muchachas se miraron, hacía mucho que nadie llamaba a Ali, ¿quién sería? La chica hizo entrar a Claudia en el comedor, rechazando su oferta de esperarla y dirigiéndose hacia el pasillo de los teléfonos. Estaba bastante extrañada y también algo nerviosa, no entendía por qué alguien iba a llamarla, hacía siglos que aquello no pasaba y algo en su interior le decía que aquello podía no estar bien. Pero volvió a tirar de un mechón de pelo y descolgó el teléfono. Lo acercó a la oreja, con miedo a oír la voz de su padre dándole alguna mala noticia sobre su abuela.
-¿Ali? ¿Alicia?
Aquella voz joven pero a la vez rasgada la desconcertó por completo. Era Matías. ¿Qué hacía el llamándola?
-¿Matías? -aquella palabra le salió demasiado aguda, de los nervios que estaba sintiendo- ¿por qué me llamas?
Aquel chico, que tanto la había querido y que tanto daño le había hecho, hacía mucho que había quedado en su pasado. Aquel chico la había metido en un mundo del que por poco había salido viva.
-Hola, cielo -al oír aquella palabra Ali tembló de arriba a abajo, le producía sentimientos encontrados. Sentía aversión por el hombre que estaba al otro lado de la línea pero hacía mucho que no se sentía querida, y él le había hecho sentir eso y mucho más- necesito pedirte un favor.
Ali cerró los ojos, agotada de repente. Tenía la sensación de que la gente solo recurría a ella pidiéndole favores, ayuda, y que nunca recibía nada a cambio. El tono de voz de la chica al responder fue cortante.
-No tengo que hacer nada por ti, ya he hecho suficiente.
El chico se puso nervioso, parecía que aquello le angustiaba y su voz sonaba suplicante.
-Por favor, necesito saber si tienes algún tipo de contacto con Roberto. Necesito volver a traficar. Estoy pelado, cielo. Necesito...
El nombre de Roberto le sentó como un jarro de agua fría y de repente sintió ganas de vomitar. Se sintió paralizada, fría, como muchos años antes. Sintió sus dedos entumecerse y su garganta cerrarse. Y sin saber muy bien cómo, sacó fuerza para responderle.
-Escúchame muy bien, Matías. Desde que me mandaste al medio del monte por querer salvar tu culo no he vuelto a saber de Roberto. No, es más, no he sabido de él más que lo que me dijo la policía. No quiero saber nada de él, ni de ti, ni de ninguno de vosotros. Me habéis arruinado la vida pero pensaba que esto te lo había dejado claro hace ya muchos años. No entiendo por qué me llamas ahora pidiéndome favores pero no vuelvas a contactar conmigo. No te debo absolutamente nada. Hace mucho que desapareciste de mi vida y no tengo ningún interés en que vuelvas. Adiós.
Todo ese tiempo la chica tuvo los puños apretados y su rostro había empezado a enrojecerse. Estaba en pura tensión y haber dicho todo aquello le había hecho sentir muchísimo mejor. Respiró hondo y oyó movimiento al otro lado de la línea. Él no iba a decir nada más, no después de aquello, no después de todo. Ali colgó, con un peso menos encima, uno que pensaba que había desaparecido hace mucho tiempo.

A aquellas horas de la noche las calles estaban prácticamente vacías. Solo había algunos viandantes solitarios, algunos borrachos y gente que iba a trabajar demasiado temprano con el cansancio todavía encima. Pero aún era plena noche, las farolas seguían encendidas y una chica con una espesa mata de pelo rojizo caminaba con dificultad por una concurrida acera. Fruncía el ceño fuertemente, como si quisiera atisbar algo a lo lejos, y una botella de algún tipo de bebida alcohólica se balanceaba peligrosamente en su mano. Estaba demasiado borracha como para que le importara perder la botella a aquellas horas de la noche. Se pasó una mano por la sudorosa cara, desborronándose aún más el maquillaje de la noche anterior. Con mucha dificultad se acercó a un banco junto a la carretera, y sacó su teléfono del bolsillo. Desbloqueó la pantalla y buscó entre sus contactos la última chica con la que se había acostado, Marina o María, qué más daba. Antes de presionar el botón de llamada se vio obligada a echar todo lo que llevaba dentro. "Qué asco" se dijo. Seguro que era culpa del gilipollas que le había servido la cena, se dijo sin saber muy bien qué estaba pasando. Llamó a la chica mientras se quitaba los zapatos, se sentó con las piernas cruzadas y dio un buen trago a la botella que tenía entre las manos. Escuchó unos breves murmullos cuando descolgó el teléfono. En ese momento un coche pasaba por allí y al grito de "Cállate la boca, gilipollas" le lanzó la botella, que fue a estallar al otro lado de la carretera.
-¿Sí? ¿Mónica? ¿Por qué me llamas?
La chica, que se había recostado en el banco, respondió.
-Hombre que tal guapa, ¿cómo lo llevas después de lo del otro día? Te has vuelto a corr...
-Por el amor de dios Mónica, son las cuatro de la mañana. Y cierra la bocaza que estoy con mi compañera de cuarto.
Levantándose repentinamente, la pelirroja sufrió un mareo que por poco le hace echar la pota.
-Esa también te come el coño? Me cagó en todo no me esperaba yo esto.
Tras esto, soltó una risita sarcástica que le provocó un ataque de tos.
-Joder... ¿estás borracha? Mira tía no estoy para tonterías.
-Ay mira, que te den. Ya me buscaré a otra. De todas formas tampoco eras tan buena en la cama.
En ese momento un atronador pitido, o al menos así se lo pareció a Mónica, la sacó de su conversación. Había logrado levantarse del banco y salir a la carretera, y al girarse unos faros la cegaron hasta el l punto de caerse al suelo. Alguien salió del coche que acababa de frenar y recogió el móvil del suelo, colgando. Unos fuertes y rígidos pies enfundados en unas caras botas se acercaron con decisión hasta ella. Solo podía ver hasta las rodillas de aquel hombre, que al llegar a su altura se había detenido expectante.
-Levántate.
La chica estaba confusa, intentó separarse el greñoso pelo de la cara, sin resultado. Bufó y levantó la vista. Su padre la miraba con aquellos profundos ojos negros y una expresión desafiante.
-No estoy para bromas, arriba.
Mónica juró por lo bajo y se levantó con dificultad, tropezando unas cuantas veces. No fue consciente de cómo los ojos de su padre comenzaban a humedecerse cuando la cogía del brazo y la metía en el asiento trasero de su lujoso coche. "Oye, ten cuidado que me caigo" y alguna otra carcajada era lo único que salía por la boca de la chica. El hombre cerró la puerta y entró en el asiento del conductor. Vio por el retrovisor su hija desplomada contra la puerta, con la cabeza apoyada en el cristal y mechones de pelo pegados al cuello por el sudor.
-Hija, ¿qué voy a hacer contigo?
Ni un solo sonido salió del asiento trasero.
-Te prometo que ya no sé qué hacer, me estoy volviendo loco y no te reconozco.
Los ojos del hombre cada vez estaban más llenos de lágrimas. Mientras tanto, la pelirroja cerraba los ojos a intervalos.
-Esto se va a acabar. Te prometo que tomaré medidas. Cada vez estoy más decepcionado.

Tenemos tiempoWhere stories live. Discover now