Capítulo 13

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Capítulo 13

Aquella mañana las chicas ya habían recuperado fuerzas tras la resaca del día anterior. Al menos, unas más que otras. El cielo estaba gris y la mayoría se habían quedado en sus habitaciones haciendo el vago o intentando sacar algo de provecho de aquella mañana de domingo. Sin embargo, alguna que otra valiente se había atrevido a salir al patio. Una cabeza pelirroja daba vueltas a la pista intentando no pensar en nada o tal vez pensar en todo. Cada vez que Mónica se encontraba una piedrecita no podía evitar el impulso de darle una patada con toda la fuerza del mundo. Estaba de mal humor y el resto de las chicas se daban cuenta y evitaban pasar por su lado. No había hablado con Claudia en todo el fin de semana y no tenía muy claro lo que había pasado en la fiesta. No se podía creer que después de tanto tiempo hubiera vuelto a caer en la bebida. No se podía perdonar. Tan absorta estaba en sus pensamientos que no se fijó en la chica que estaba frente a ella, contra la que chocó estrepitosamente. Estuvieron a punto de caer y cuando la otra le miró a los ojos dispuesta a darle un puñetazo a la que casi la había hecho caer, la reconoció. Raquel relajó la mano, se la pasó por su sudorosa coleta y le lanzó una mirada helada. Se giró rápidamente para seguir corriendo no sin antes escupir frente a la pelirroja. La otra se había quedado helada.
-¡Raquel! Tía,¿qué coño pasa? ¡Espera!
Corrió contra la morena, que casi había llegado a la punta del campo y que se acababa de poner unos pequeños auriculares. El sonido de sus viejos tenis ya casi ni se oía pero Mónica siguió corriendo tras ella. Un par de chicas le chillaron que parara de molestar pero la otra hizo oídos sordos. Cuando la morena estaba a punto de hacer una curva, consiguió agarrarla por la muñeca. Sus fríos ojos verdes la miraron con asco y la chica intentó zafarse. Pero Mónica era fuerte, y no le permitía moverse.
-Suéltame, me das asco.
Mónica estaba viendo algo en ella que nunca había visto. Y el miedo le hizo aflojar la mano. Cuando la otra estaba a punto de irse, la pelirroja suplicó.
-Raquel, no tengo muy claro lo que pasó el otro día. Ayúdame, por favor.
Pero los ojos de la otra no mostraban ni una pizca de pena.
-¿Por qué debería ayudarte? -esas palabras sonaron más cortantes que nunca-, no te debo nada. Ninguna de nosotras te debemos nada.
Las manos de Mónica se contrajeron en un puño, una rabia horrible empezó  a invadirla instándole a pegarle una paliza allí mismo. Intentó controlarlo mientras balbuceaba.
-Sé que no debería haber bebido, no sabes cuanto lo siento. Debí haber liado una buena y Claudia...
La otra le tapó boca con una mano, y se acercó a Mónica apretando los dientes.
-Ni se te ocurra nombrar a Claudia. Lo del otro día no fue una simple borrachera. Eres asquerosa, Claudia nunca se mereció estar contigo. Aléjate de ella.
Todo ese tiempo Mónica había estado apretando los puños, los recuerdos de aquella noche habían ido llegándole poco a poco durante el fin de semana. Ya no podía aguantar más aquella rabia y en cuanto la otra dejó de inmobilizarla dio rienda suelta a sus puños. Uno de los golpes acertó en la ceja izquierda de la morena, que empezó a sangrar sin darse cuenta. Intentó defenderse de aquella loca como pudo, pero tenía demasiada fuerza. En cuanto consiguió zafarse de ella, murmuró:
-No quiero volver a verte.
Se alejó de la chica poniéndose los auriculares. Un éxito de los dos mil empezó a sonar en su cabeza.

Llovía con fuerza, como si el cielo estuviera rabioso. Era de esperar, después de todo un fin de semana lleno de nubes negras. Las cortinas de la habitación se balanceaban con el viento y las plantas de de Ali corrían peligro. Con uno de los típicos moños que solo te quedan bonitos cuando te quedas en casa y una gruesa bata de peluche, la chica trabajaba en el proyecto que tendría que entregar al día siguiente. Llevaba con el ordenador encendido durante horas y ni siquiera se había dado cuenta de que había empezado a llover. Una débil tos la desconcentró durante un segundo. Se giró hacia Claudia, que metida en la cama observaba la pared de enfrente con la mirada perdida y un libro en las manos, que sin duda no estaba leyendo. Verla sin su eterna sonrisa y con los ojos caídos hacía sentir a Ali que el mundo se desmoronaba. Se fijó en la ventana y, temerosa de que las plantas sufrieran más daños, se levantó a cerrarla. De repente el silencio inundó la habitación y la pelirroja se dio cuenta de que en algún momento de su sesión de trabajo se había hecho de noche. Era casi la una. Apagó el ordenador resignada, a la mañana siguiente se saltaría la primera hora para acabar el proyecto. Pasando sobre revistas y lacas de uñas que llevaban en el suelo un par de días, se acercó a la cama de Claudia. Al sentarse junto a ella la chica pegó un respingo, ni siquiera la había visto. Su compañera empezó a pasarle los dedos por el pelo, jugando a hacerle trencitas mientras la otra empezaba a cerrar los ojos poquito a poco. El frío tacto de los dedos de Ali en su cuero cabelludo la relajaba y el nudo de la garganta se aflojaba solo un poquito. Se agarraron de la mano, y la que estaba sentada susurró:
-¿Quieres que vayamos a hablar con alguien?
Temía que su amiga no le respondiera. Solo fue capaz de negar con la cabeza y Ali le apretó la mano. Aquello le venía grande. No tenía ni idea de cómo ayudarla. Suavemente, se levantó y se fue a su cama. El silencio había vuelto a la habitación y con las luces apagadas se hacía aún más palpable. Claudia se giró en la cama hasta quedar mirando cara al techo. Se sentía sucia. Se sentía una muñeca de trapo, ¿aquello tenía algún sentido? Tenía la sensación de que todo aquello era un sueño y que en cualquier momento despertaría. Y sentía pánico. Se moría de miedo solo de pensar en verla y no podía ni mirarse el cuerpo. Miles de pensamientos se arremolinaban en su cabeza. Haber estado todo el fin de semana allí metida le había traído recuerdos que prefería olvidar. Llevaba toda su vida olvidando. Ignorando y dejando pasar. Fingiendo que todo iba bien. No podía seguir haciendo eso. No era capaz. No podía. Poniendo todas sus fuerzas en ello, fue capaz de susurrar aquellas palabras.
-Ali, ¿estás despierta?
La chica murmuró un sí.
-¿Puedo contarte cómo llegué hasta aquí?
Ali se incorporó en la cama y miró a su compañera. Eran las primeras palabras que pronunciaba en todo el fin de semana.
-Claro, sabes que estoy aquí para todo.

La carretera era tan larga que no se veía nada a lo lejos, y un único coche la atravesaba con la música a todo volumen. El chico que conducía tenía una sonrisa resplandeciente y el sol del ardiente verano le había dado el color perfecto. Llevaba unas gafas indudablemente caras y con la otra mano agarraba la pierna de su chica. Estaba eufórico. La otra, también con unas ostentosas gafas, estaba recostada en el asiento del copiloto con las pálidas piernas apoyadas en la guantera, mientras admiraba sus sandalias nuevas. Raúl le había dicho el nombre de la marca pero ella ni se acordaba, solo sabía que eran preciosas y que había sido un logro que la estirada de la dependienta no los viera sacarlos de allí. Bueno ni la de la tienda de las gafas, ni la de los móviles ni la de los auriculares. Ni cualquiera de las cosas que llevaban en el maleter. Qué podía decir, eran realmente buenos en eso y su carita de niña buena era todo un plus. Llevaban horas conduciendo pero no notaban el cansancio. Se habían subido del coche tras conseguir aquellas maravillosas sandalias en aquella ciudad y ahora probablemente se dirigirían a cualquier otra.
-Claudia, quita los pies un momento que voy a coger tabaco.
La chica recogió sus piernas mientras se apoyaba en su novio. Él le dio un paternal beso en la cabeza y le ofreció un cigarro, a lo que aceptó encantada. Exhalando el humo, Claudia se dio cuenta del hambre que tenía. Le crujían las tripas y se estaba empezando a sentir mal.
-Raúl, me encuentro mal. Tengo mucha hambre.
El chico la miró algo irritado, no tenía pensado parar por el camino a dondequiera que fueran. Y ambos se estaban achicharrando. Le dio un pequeño beso en la oreja y susurró:
-Paramos un ratito y luego buscamos una gasolinera y pillamos algo, ¿te parece?
La mano del rubio había empezado a subir por debajo de la falda de la chica y esta asintió, llevándose el cigarro a los labios de nuevo. No tenía ganas de aquello pero si no ya podía irse despidiendo de un simple sándwich de gasolinera. Mientras el muchacho buscaba algún sitio para parar en medio de la nada, empezó a hablar.
-Luego podemos parar en una ciudad que hay por aquí al lado. Conozco un amigo que puede acogernos. Tiene sofá cama y minibar.
Claudia le respondió que aquello era estupendo, aunque al final siempre acababan metidos en algún piso atestado de gente, con olor a orina, y lleno de borrachos. A veces deseaba seguir en su casa. Pero adoraba a Raúl. Si se había fugado era para estar con él. El chico encontró un pequeño descampado justo al lado de una gasolinera. Mientras aparcaba soltó un grito de victoria.
-¿Ves? Es perfecto.
Tiró la colilla por la ventana y se acercó a la chica, que había apoyado la cabeza en el asiento dejándole hacer. Empezó por el cuello, mientras seguía subiendo bajo la falda. Estoy estresado, llevo horas conduciendo; era lo que había susurrado mientras le estrujaba el pecho. Claudia estaba cansada, pero qué más daba. El ya había llegado a la ropa interior y se estaba desabrochando la bragueta. En diez minutos comería algo, pensó mientras el otro la penetraba mientras le tiraba fuertemente del pelo. A los diez minutos el chico había abierto la puerta del coche con una sonrisa de satisfacción en los labios, mientras la otra salía por el otro lado. Raúl le puso su navaja en la mano mientras que, orgulloso, sacaba una pistola de su cazadora. Claudia se asustó de inmediato.
-¿Qué haces con eso? ¿Estás loco? Puedes herir a alguien.
El rubio le recolocó el asa del sujetador mientras comentaba:
-Así seremos mucho más efectivos, correremos menos riesgo. Y es mejor probarlo en una simple gasolinera. ¿No ves que aquí no hay ningún peligro?
Claudia no estaba segura, las armas le daban pánico, pero aún así siguió al chico. Ella cogería un sándwich y se iría de allí, no tenía ganas de ver cómo su novio se metía en un lío. Ambos entraron en el local, saludando con un movimiento de cabeza al treintañero que estaba en la caja. Claudia se acercó al estante de las revistas, fingiendo estar muy interesada. Pasó un par de minutos allí hasta que, tras lanzar una mirada a Raúl, se acercó a los sándwiches pero notó que algo no estaba bien. Desde donde estaban los mapas de carretera, el chico desenfundó el arma apuntando al muchacho del mostrador, que acababa de levantar las manos y estaba muerto de miedo.
-Abre la caja -le ordenó al cajero, que se había quedado en shock- ¡¡¡ahora!!!
Este consiguió reaccionar y con manos temblorosas abrió la caja. Le iba dando los billetes poco a poco a Raúl, que ahora apuntaba al pobre hombre directamente en la cabeza. Claudia se había quedado paralizada, no le había pasado en la vida pero no sabía cómo reaccionar. Aquel proceso que parecía tan lento se vio interrumpido por un grito. Al otro lado del aparcamiento, un coche de policía estaba llenando el depósito y dos agentes habían salido del coche al ver la escena. Venían corriendo y Raúl empezó a meterle prisa al cajero. En cuanto tuvo los billetes gritó.
-Hostia puta Claudia, vámonos.
Su novio soltó la pistola y echó a correr hacia la puerta, saliendo justo quince segundos antes de que llegara la policía. Las piernas de Claudia por fin reaccionaron cuando aquellos hombres llegaban a la puerta y cogió la pistola con manos temblorosas. No tenía por donde salir. Apuntó a una pierna del hombre que la miraba suplicante mientras los otros abrían la puerta al grito de suelte el arma. A la pequeña le dio un vuelco el corazón y disparó.

Tenemos tiempoWhere stories live. Discover now