Capítulo 15

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La pareja acababa de salir de los vestuarios y caminaban despacio hacia el borde de la piscina con intención de nadar un poco. Raquel agarraba la cintura de su novia susurrándole que la iba a tirar al agua, mientras que la otra reía intentando zafarse. Al otro lado de la sala se abrió la puerta. Irene, que había logrado sentarse en el bordillo, y Raquel, levantaron la cabeza extrañadas de que hubiera alguien allí. Isabel estaba plantada en el borde de la puerta, completamente paralizada. Y con algo en la mano que desde la otra punta de la piscina no eran capaces de ver.
-Isa, ¿qué haces aquí? -preguntó la rubia, incorporándose. Pero la otra no dijo ni una palabra. Pasó al lado de la piscina en completo silencio y con los ojos fijos en Raquel. Con un duro brillo en la mirada. Cuando llegó a su altura Irene levantó la cabeza, intentando entender qué estaba pasando. Desde aquella posición no era capaz de distinguir su rostro. Su compañera de cuarto se quedó frente a frente con Raquel, que estaba visiblemente confusa.
-¿Qué cojones...?
-Eres una puta -sus ojos comenzaron a echar chispas- eres el demonio, siempre has sido tú. ¡TODO ESTE TIEMPO FUISTES TÚ!
Le echó las manos al cuello, ambas muy cerca del bordillo, pero la morena fue capaz de agarrarle las manos.
-¿¿¿Pero de qué estás hablando???
-¡¡!Tú le diste la paliza de su vida a mi hermano!!! ¡¡¡Todo esto es por tu culpa!!! Toda mi vida es culpa tuya.
En los ojos de Raquel apareció una mirada de entendimiento, y de mucho miedo. No pudo reaccionar a lo que pasó después. Irene se dio cuenta de lo que iba a hacer su compañera e intentó gritar, pero no le salían las palabras. Tenía un destornillador. No lo habían visto. Y ahora acababa de sacarlo dispuesta a atacar a la chica que tenía delante. El primer golpe fue en el hombro, se le quedó clavado pero Raquel fue capaz de quitárselo sin poder alejarse mucho más. Pegó un gran chillido. La tenía prácticamente encima y su hombro empezaba a sangrar. La otra era muy rápida y con ágiles movimientos iba dando un golpe tras otro. La chica consiguió reaccionar y ambas se tambalearon junto al bordillo. Con toda la fuerza que pudo, la morena empujó hacia el vacío. El golpe del cuerpo contra el agua retumbó en aquella habitación. Isabel intentó gritar, pero el agua se le metía en la nariz y en la boca, bloqueándole todos los mecanismos de respiración. Raquel se había quedado de piedra e Irene se acercó a ella, sacudiéndola.
-¡No sabe nadar! tenemos que hacer algo
Raquel estaba conmocionada, y observó a su novia confusa. Tenía sangre en la cara y se asustó, hasta que se dio cuenta de que era suya y que le había salpicado. Cuando fue capaz de procesar la información hizo lo que nunca creyó que haría en su vida. Saltó a la piscina, sintiendo cómo su estómago se encogía y cómo le escocían las heridas en contacto con el cloro. Entreabrió los ojos, buscando a Isabel por aquellos metros cuadrados. En cuanto la encontró nadó rápidamente hacia ella. Le. cogió la cara entre las manos intentando comprobar cómo estaba, pero no tenía ni idea. Intentó levantarla. Le pesaba muchísimo, tiraba de sus hombros hacia abajo, pero siguió en ello. Primero salió la cara de la muchacha, con los ojos cerrados y la piel completamente pálida, a la que siguió una gran bocanada de aire de Raquel, que agarró a su acompañante como pudo, mareada, y la arrastró hacia la esquina. Sintiendo que llevaba horas nadando con aquel peso encima, consiguió llegar al bordillo. Unos brazos agarraron el cuerpo de la chica, apoyándolo con dificultad fuera de la piscina y alguien cogió a Raquel en volandas. Había varias personas alrededor de una muchacha que no abría los ojos. Alguien bombeaba su pecho intentando que el agua saliera y que la chica lograra respirar, no lo conseguía. Seis pares de ojos que en algún momento habían entrado en la sala se humedecían. Las chicas se estaban poniendo nerviosas mientras intentaban animar a la chica. Tenía que salir de ahí. Tenía que respirar. Y Ali no conseguía nada haciéndole el boca a boca, no podía ayudarla. No podía salvarla. Ali no podía ayudar a nadie. Gruesas lágrimas empezaron a caer por sus mejillas mientras chillaba pidiendo ayuda.

Una joven Alicia con el pelo todavía de su color natural miraba por la ventana de la cabaña esperando la vuelta de Matías. Fregaba los platos de la comida como si se le fuera la vida en ello y había hecho del paño de cocina su mejor amigo. Estaban muy lejos de la civilización, bastante cerca de las montañas. Pero tenían agua y podían mantenerse en calor, eso era lo importante mientras Roberto no contactara con ellos. Ali intentaba ignorar el hecho de que tenían kilos de droga en el desván fregando los platos y leyendo viejos libros que alguien había dejado por allí, pero a veces le era imposible. Se había atado un pañuelo a la cabeza y había guardado toda la loza cuando un muchacho con barba de varios días entró en la casa y gritó que había llegado. Entró en la cocina y le dio un suave beso en la mejilla a la chica, que se recostó sobre la alacena. El muchacho apoyó unas bolsas de comida rápida sobre la mesa, orgulloso de su hazaña.
-He traído algo de comer, ¿te apetece?
Ali asintió, estaba cansada y bastante aburrida de haberse pasado todo el día allí metida. Se sentó frente a su chico, que repartió la comida entre ambos. Comía famélico y la chica se rió de él, llevando al otro a hacer un comentario fingiéndose el ofendido.
-Madre mía, menudo agotamiento de día.
La chica tampoco sabía todo lo que pasaba allí fuera, pero se atrevió a preguntar:
-¿Un día duro?
Matías asintió, y se frotó sus gruesas cejas como queriendo decir algo. Se limpió los restos de grasa con una servilleta y sacó su teléfono del bolsillo. Ali le miraba interrogante, ¿qué está pasando? El otro jugaba a darle vueltas al aparato sin levantar la vista. Su novia se acercó por detrás y le abrazó escondiendo la cabeza en su hombro.
-¿Qué pasa? -susurró mientras le daba un beso en el cuello. Por fin, el otro se animó a responder.
-Tengo noticias de Roberto.
Aquellas palabras fueron un jarro de agua fría para Ali. Sus encargos le empezaban a causar angustia.
-Tenemos trabajo. Tienes -aclaró crujiendo los nudillos- trabajo. Tienes que coger toda la droga y llevarla a Francia.
A Ali se le cayó el trapo que tenía en aquel momento en la mano.
-¿A Francia? ¿Yo sola? Pero qué estás diciendo.
Nunca habían hecho nada por separado. Aquello era surrealista. No podía cruzar la frontera ilegalmente ella sola. Matías sabía todo lo que estaba pasando por su cabeza pero le tenía miedo a Roberto y ni loco se le ocurriría negarse a sus órdenes.
-Yo tengo que irme a Bilbao, salgo esta noche.
Un incómodo silencio reinó entre ambos.
-Tengo que llevarme el coche, lo siento.
La cara de su novia se desencajó. ¿Qué quería decir con eso? Al mirar a los ojos a Matías se dio cuenta. Iba a tener que ir sola, caminando, con ese tiempo de mierda y kilos de droga a la espalda. Lo primero que hizo fue negarse, ni loca saldría de la cabaña, pero Matías corrió hacia ella y la zarandeó. No se daba cuenta? Si se quedaba allí pronto llegarían los matones de Roberto. O la policía. Si se quedaba en España cualquiera de los dos la encontraría. Tenía que irse. Matías intentaba controlar su pánico y convencer a Ali de que aquello era lo mejor. La chica chilló, lloró y le suplicó que se quedara o se fuera con ella, pero a media noche un coche cruzaba a toda velocidad la carretera con destino al País Vasco. La chica se había quedado sola. Aquella noche no pudo dormir. No dejó de dar vueltas en la cama sin saber qué hacer ni cómo solucionar aquello. Tuvo tantos ataques de pánico que no pudo ni contarlos. Durmió tan solo 20 minutos. A las seis de la mañana, ojerosa y débil, se abrigó para salir al frío de las montañas. Había llegado a la conclusión de que no tenía ninguna otra opción.

Caminó durante días, parando de vez en cuando para descansar y comer algo de lo que había metido en su mochila. Caminaba de noche y dormía de día. No quería arriesgarse a que nadie la viera. A cada día que pasaba iba perdiendo fuerzas, y evitaba llorar a toda cosa ya que sabía que aquello la retrasaría. Tenía que llegar a Francia. En cuanto le entregara la droga a aquellos tíos lo dejaría absolutamente todo y volvería a casa. No quería seguir con aquello. Lo peor llegó cuando empezó a llover y el viento le silbaba en los oídos mientras escalaba rocas y atravesaba montes. Aquello estaba desierto y se sentía atrapada en una pesadilla. Había llegado al punto de que por mucho que descansara le pesaban las piernas. En esos casos, paraba un momento a apretarse las botas y colocarse el abrigo, y seguía avanzando.

A los pocos días Ali estaba completamente desubicada, ni siquiera se reconocía ni sabía lo que pasaba a su alrededor. Y aquella mochila le pesaba horrores. Una noche, todas las pilas de su linterna se agotaron y solo le quedaba una débil luz. Ali tenía que estar muy concentrada para no cometer el error de pisar mal y caer. Hacía un rato que oía un extraño ruido que cada vez se hacía más fuerte, y estaba convencida de que debían ser sus alucinaciones. Pero no se iba, cada vez sonaba más cerca y llegó un punto en el que no podía oír nada más. No se dio cuenta de que las luces habían aumentado, ahora todo estaba iluminado y los rayos se movían de un lado al otro, solo estaba atenta al horrible ruido que le taladraba la cabeza y a intentar pararlo. Pegó un grito y se tropezó con una enorme rama que había en el camino. Cuando dio con la cabeza en el suelo empezó a oír voces, voces de gente que corría de un lado para otro y que le arrancaban de la espalda el enorme peso que no la dejaba respirar.

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