Capítulo 8

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Capítulo 8

Sentía que le iba a explotar la cabeza. Estaba hirviendo y prefería no moverse mucho. Le dolía todo, absolutamente todo. Alargó un brazo para acariciar al oscuro felino que dormitaba junto a ella, que ronroneó complacido. Eva se acurrucó rodeándolo con los brazos tras subir un poco el volumen de la radio. Consideraba que estar enferma era lo peor que te podía suceder en aquel lugar. No había nada que hacer, solo podías quedarte metida en tu habitación mirando al techo. Y estabas completamente a merced de tus pensamientos. Se pasó una mano por la cabeza, disfrutando del tacto de su pelo cortado al uno. Era una sensación que siempre le había gustado. Sandra, su compañera de cuarto, le había dejado un par de libros antes de ir a clase pero en ese momento no tenía ganas de leer. Un movimiento en la puerta interrumpió sus pensamientos. Ali estaba apoyada en su escritorio con una taza de té en la mano y la frente arrugada de preocupación.

-Te he traído té -comentó mientras se lo señalaba.Se acercó a la cama y le palpó la frente, con gran alivio al ver que ya no tenía fiebre.

-¿Te encuentras mejor? -añadió.

Eva se incorporó y cogió la taza de té. Ali era un encanto con tantas atenciones y aunque a veces pudiera agobiar un poco se sentía agradecida de tenerla allí.

-Sí, estoy bien. No te preocupes.

Ali la arropó un poco más y le avisó de que volvería después de trabajar para ver si estaba mejor, lo que le recordó que no había comido. Salió de allí tras lanzarle una mirada preocupada. De nuevo sola, los pensamientos volvían a la mente de Eva. Cerró la ventana por la que entraba un poco de aire y cerró los ojos intentando relajarse con la inconfundible voz de Lorde de fondo. Tomó aire, todo el que pudo, y lo soltó poco a poco. No sabía por qué, quizás por los restos de la fiebre, pero amargos recuerdos venían a su mente.

Estaba en el bar de sus padres, quién sabe qué día era. Como muchas otras veces, le habían pedido que se quedara por la noche tras la barra para ayudar al negocio familiar. Por aquel entonces ya se había cortado el pelo y llevaba una camisa de cuadros con las mangas remangadas por el calor que le daba tener que estar atenta a los clientes. A aquellas horas muchos ya estaban bastante achispados y Eva tenía que recurrir a toda su paciencia para controlar a los más problemáticos. Si le hubiera dicho eso a su madre, esta habría suspirado y le habría respondido que la problemática era ella. Que ya hacía tiempo que solo traía problemas a casa. Y con problemas se refería a chicas. A que le gustaran las chicas en concreto. No sólo eso, también alegaría a sus “ataques de ira”, a lo violenta que se ponía algunas veces haciendo que su progenitora temblara de pies a cabeza. Pero seguramente no fuera tan explícita, la mayor parte del tiempo fingía que todo estaba bien y que su padre y Eva todavía se hablaban. Tenía que admitir que las cosas eran bastante difíciles en aquellos momentos. Lo único que la mantenía en casa era el hecho de que la necesitaran para mantener a flote el negocio. Había cogido una bandeja y, tras colocar un par de cervezas y unas patatillas, había salido de su puesto tras la barra para servirles a un par de chicos sentados en la terraza. Cuando estaba entrando en el local, vio por el rabillo del ojo que un par de chicos que habían estado allí más de una vez se sentaban junto a los recién servidos. No tenía muchas ganas de atenderlos, los conocía del instituto y había tenido algún que otro enfrentamiento con ellos. Le llevaban algunos años y se habían graduado con dificultad hacía un par de cursos. Entró de nuevo en la barra y pidió a Lourdes, la cocinera, que fuera preparando una tortilla. La chica cogió un par de vasos para lavarlos en la pila tras la barra y se había concentrado en aquella tarea frotando los bordes de los recipientes.

-Eh marimacho, ¿nos vas a dar de comer o qué? -había gritado de repente uno de los chicos, cuyo nombre no recordaba. La chica apretó los dientes, esperando a que se calmaran y se fueran. Tampoco eran el tipo de gente que solía pasar por aquel local familiar. Habían empezado a reírse a carcajadas y las risas llegaban hasta allí. Sabía por qué iba la cosa, y aquel día ya le había soltado un par de gritos a su padre al salir de casa para verse con aquella chica, así que no tenía ánimos para aguantar aquello.

Tenemos tiempoWhere stories live. Discover now