Capítulo 3

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Había llegado el momento de ir a su nueva habitación. Irene acababa de llegar a la tercera planta y estaba apoyada en el canto de la puerta de Claudia y Ali. Intentaba reunir fuerzas para ir allí, no podía negar que tenía algo de miedo. Ali estaba sentada en su escritorio y organizaba unas libretas como si se le fuera la vida en ello. Claudia jugueteaba con una radio, buscando algo que les animara.
-No te preocupes tanto, -decía la chica- solo tienes que ignorarla y no tendrás que verla más que a la noche. Puedes escuchar música o leer un libro.
Irene sonreía y asentía, su amiga intentaba darle ánimos pero dudaba que eso le sirviera para algo. Le daba pequeñas patadas a su bolsa de lona, retrasando el momento de ir a su habitación. Ali, sin embargo, le agarró la mano y le dijo:
-Todo va a salir bien.
La chica se dio cuenta de que era hora de irse y, tras despedirse, cogió su bolsa y pasó por los pasillos en los que cada vez reconocía más caras. Por fin, llegó a su habitación. La puerta estaba entreabierta y la única luz que se veía era la de una mesilla de noche. Abrió del todo y entró en la que sería su morada durante un largo tiempo. Había dos camas gemelas con su correspondiente mesilla y una pequeña estantería, frente a cada una de ellas una cómoda con un espejo, y a cada lado un escritorio coronado por una larga estantería y un corcho. Su lado estaba completamente vacío. En la cama derecha, una chica de unos dieciséis años estaba tumbada boca arriba. Sobre su cama había una cruz cristiana y su mesa estaba plagada de libros. Había unos cuantos pósters y dos zapatillas rojas estaban desperdigadas por el suelo. No podía verle la cara a la chica, la tapaba una Biblia que parecía leer muy concentrada. Tenía el pelo muy largo y oscuro, desperdigado por el sobrio edredón de su cama. Al oírla entrar se incorporó dándole un buen susto a Irene, que ya había tenido su dosis de sobresaltos por día.
-¡Hola, soy Isabel!
Por su tono parecía una persona completamente normal, e Irene suspiró con alivio mientras apoyaba su bolsa encima de la cama. La chica se acercó a ella, curiosa.
-Soy Irene, -saludó la chica, que sin saber qué decir frente a aquellos profundos ojos verdes, añadió- se ve que vamos a ser compañeras.
Isabel le sonrió y asintió.
-Podemos ser amigas -fue lo que dijo como si nada mientras subía las persianas de su habitación. Tenía la esperanza de no tener problemas con su nueva compañera. Isa le explico lo más básico de la habitación, que podía poner fotos en el corcho, colgar hasta dos prendas de ropa en la puerta y tener cierto orden. La chica asentía, y tras esa retahíla añadió, con algo de miedo.
-Veo que eres religiosa.
Isabel sonrió y se echó el pelo tras las orejas, aquello le había traído bastantes problemas.
-Sí, me hace llevadera la estancia aquí.
No añadió nada más, solo la miró con sus profundos ojos verdes, buscando su aprobación. Irene le preguntó por los baños, no quería sentirse incómoda con aquella chica que no se parecía en nada a la terrorífica Isabel que le habían esbozado sus amigas. La chica salió de la habitación, prometiendo ayudarla a decorar su parte cuando pudiera comprar cosas, y la llevó al final del pasillo. Irene sabía que ahí estaba el baño pero no había entrado todavía. A esas horas no había nadie así que lo pudo ver con tranquilidad, aunque aquello no fuera muy grande. A un lado, seis váteres, frente a ellos, unos espejos, y al otro lado más lavabos y las duchas. Suspiró al ver que tenían cortinas. Había tenido malas experiencias en algunos campamentos.
-No entres en las duchas ni  muy pronto ni muy tarde, no uses el tercer baño y ni se te ocurra ofrecerle a nadie alguno de tus productos. Ah, y evita cualquier ducha que huela extraño.
Irene no pudo evitar una sonrisa, aquella chica parecía maja.
-Seguiré tus consejos.
Isabel, que manoseaba una pequeña cruz de oro que llevaba al cuello, preguntó:
-Qué optativas has cogido? No te he visto en mi aula así que no tenemos al mismo tutor. El mío es Fangoso.
Irene se echó a reír, ¡qué nombre más divertido para un profesor! Su compañera no pudo más que seguirle el rollo, en el fondo siempre le había hecho gracia. Al conseguir calmarse, respondió.
-Voy a francés y a debate.
-Genial, -dijo su compañera visiblemente alegre- yo también voy a francés. Y que sepas que el profesor es ese tal Fangoso.
Ambas se sonrieron y la muchacha de ojos verdes siguió palpando su colgante.

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