Capítulo 7

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Las chicas estaban frenéticas. Hacía mucho que no tenían un día libre y les dejaban salir del reformatorio. Iban a la ciudad y todas querían aprovechar para comprar algunas cosas e ir a cenar por ahí. Además, tenían libertad para vestirse como quisieran y todas revolvían en sus armarios buscando algo que les gustara. Cuando Irene le preguntó a Isabel si iba a salir, le respondió que sí, pero que ya tenía compañía. Eso llamó bastante la atención de la rubia, que se había puesto una camisa blanca y unos pantalones azul celeste. Los gritos en los pasillos habían subido de tono, era curioso lo que podía alegrar a aquellas chicas un paseo por el centro.
En el bus, las parejas de asientos eran las de siempre. Irene y Raquel estaban juntas, esta última vestida completamente de negro. Claudia y Mónica estaban justo delante suya, escuchando música cada una por un auricular. La bajita había empezado  a cantar a voz en grito y Mónica le había tapado la boca, provocando las risas de la otra. Más hacia delante, Ali y Eva discutían sobre qué hacer primero. La primera tenía una lista de sitios que podían visitar que había buscado en internet y Eva se reía de ella. "Eres organizada hasta para esto", le decía entre risas.
-¡Yo quiero ir de compras! -había saltado Claudia, que se había puesto un vestido de flores y tenía las mejillas sonrosadas.
Al llegar a la ciudad a todas les pareció curioso y, para qué negarlo, algo triste, que todo el mundo siguiera con su vida como si el reformatorio no existieran. Todos parecían tener prisa. Entraban en tiendas, cafeterías y cines. Iban con miles de bolsas en la mano y con el móvil pegado a la oreja como si lo que le dijeran tuviera una gran trascendencia. Pero no tuvieron mucho tiempo para admirar el curso de la vida. Pronto estaban en una de aquellas tiendas que se encuentran en todas las ciudades del país. Las seis pululaban de un lado a otro del local buscando algo que se adaptara a su estilo. Eva buscaba desesperada la talla de un pantalón, lamentándose de haber engordado, cuando Ali se acercó a ella con un par de blusas en la mano.
-¿Necesitas ayuda? -le había preguntado. Se había dado cuenta de la mirada de preocupación de su amiga y se sintió en la obligación de hacerle compañía. La chica aceptó, y  ambas se pusieron a buscar aquella talla.
Claudia estaba metida en un probador intentando meterse un top por la cabeza. Irene había entrado en la cabina y le ayudaba tirando hacia abajo. Con algo de dificultad, la camiseta entró por la cabeza de la chica. Mirándose en el espejo, la castaña preguntó:
-¿Qué tal me sienta?
La verdad era que le quedaba como un guante. La chica tenía un cuerpo pequeño pero perfectamente proporcionado. Tenía una fina cintura y aquel top realzaba las suaves curvas de su torso. Irene no pudo negar que aquello le favorecía. Salieron de allí cargadas de bolsas, cuyo número fue aumentando a medida que pasaba la tarde. Se probaban sombreros y gafas de sol, haciendo el tonto frente a una cámara fotográfica. Habían entrado en una cafetería y salieron de allí con cafés en la mano y una sonrisa en la boca. Les quemaba pero no les importaba. Entre risas, fueron a sentarse en un banco bastante más decente que los del reformatorio en un parque medio olvidado. Las seis se habían acomodado como podían y disfrutaban de un rato de descanso.
-En los que va de curso nunca nos habían dejado salir, ¿por qué hacen esto? -había inquirido Irene sorbiendo de su vaso. Se le había quedado un pequeño bigote de espuma en los labios que provocó las risas de las demás.
-No tienen ningún motivo, la verdad. Pero saben que a veces nos viene bien algo de aire fresco -fue lo que respondió Raquel. Claudia le ofreció un trozo de magdalena y aquella conversación pareció extinguirse. Se estaba empezando a hacer de noche y las farolas del parque se encendían poco a poco. Mónica se levantó como impulsada por un resorte y se sacudió las manos en su pantalón de estilo militar. Propuso ir a un pub que había por allí cerca, uno de esos que Ali había estado investigando durante los días anteriores. Raquel activó el Google Maps, que ya les había salvado de perderse un par de veces aquella tarde. Tuvieron que dar un par de vueltas encontrándose a gente joven con copas en la mano hasta que llegaron a la entrada del local. Irene estaba bastante cansada de andar y, tras echar un vistazo al ambiente del local, se dirigió a la barra y pidió una copa. Era un pub como otro cualquiera. Las canciones de moda del verano pasado servían de telón de fondo para conversaciones sin importancia e intentos de ligoteo. Había una pequeña pista de baile, nada del otro mundo, y un hombre de unos treinta años estaba apostado tras la barra, mirando con curiosidad al variopinto grupo. Claudia estaba bastante animada, así que se llevó a Mónica al centro del local moviendo las caderas, con la otra siguiéndola completamente hipnotizada. Ali había arrugado la nariz sin muchas ganas de fiesta pero dispuesta a estar allí por la demás. Eva le insistía para que bailara pero la pelirroja no parecía con ánimos. Cuando Irene se acababa de sentar en una banqueta frente a la barra, y con el hombre dispuesto a cualquier cosa por aquella joven, Raquel se acercó a ella. Se había sentado en el asiento de al lado y, tras pedir dos cubatas, la amenazó:
-Ni se te ocurra pagar eso, yo invito.
Irene se sintió extrañamente complacida ante aquel comentario. Ambas se giraron y se apoyaron en la barra para observar a sus amigas. Claudia y Mónica bailaban cada vez más pegadas, se notaba que en cualquier momento se iban a pegar un morreo. Eva había conseguido empaquetarle un cubata a Ali, que lo bebía a sorbos balanceándose al ritmo de la música mientras la otra hacia el tonto a su alrededor, el alcohol le había subido demasiado rápido. Entre las cuatro casi parecían chicas normales disfrutando de un viernes noche. Y las luces del local les daban un brillo fantasmal.
-¿No bailas? -preguntó Irene, pero la morena desechó la idea con un movimiento de cabeza. Tras darle un sorbo a su bebida soltó un comentario que llevaba un tiempo rondándole por la cabeza.
-¿Sabes? Me gustas mucho.
Irene rió sonrojándose, hacía mucho que no se sentía tan cómoda con una persona.
-Tu también me gustas -susurró ella, dándole instantáneamente un beso en la mejilla y haciendo que la otra esbozara una enorme sonrisa. De repente, un pensamiento completamente inofensivo salió por la boca de Raquel, como queriendo restarle emotividad a ese momento.
-Hace un montón que no veo una película -fue lo que comentó-, ¿tú no?
Irene tuvo que admitir que entre las clases y el taller no había tenido mucho tiempo para distraerse. Ya animada por el alcohol, propuso ver algo juntas.
-¿Cuál es tu película favorita? -aquella pregunta de Raquel parecía tener una doble intención, tanto proponer un plan como conocer más a la chica. Irene se tomó unos segundos para responder.
-Heathers, ¿la conoces?
Raquel frunció el ceño, buscando en su mente algún recuerdo de esa película.
-Me suena de oídas, nada más -acabó respondiendo. Irene se sintió algo avergonzada pero le explicó por encima de qué iba, y que la actriz Winona Ryder salía en ella. Ante el asombro de Raquel por la curiosa trama de la película, la chica propuso verla cuando pudieran. En ese momento, y tras aceptar el plan, la chica de gafas se excusó yendo al baño e Irene echó un vistazo a su alrededor, viendo que Mónica y Claudia hacía mucho que habían pasado de los besos y que Ali estaba cada vez más achispada. Eva había desaparecido por el local. Volvió a su bebida y cuando se dio cuenta un chico no mucho mayor que ella se había sentado junto a su silla. Tenía el pelo largo un poco enredado y unas cejas espesas. Con una mirada inquisitiva señaló su vaso.
-¿Estás aquí sola?
Irene, que nunca se había sentido cómoda frente a los chicos, murmuró un no. El muchacho se presentó como Iván, que vivía por la zona y que nunca las había visto. La rubia se inventó una historia sobre una excursión y el otro no hizo ninguna pregunta más sobre el tema. Se había acercado algo más a ella y había apoyado una mano sudada sobre su pierna. La chica solo murmuraba monosílabos, no sabía cómo manejar la situación y se estaba empezando a poner nerviosa. Además, tenía la sensación de que Raquel estaba tardando mucho. Iván cada vez se acercaba más a ella y, por mucho que susurró algún que otro no, no se daba por vencido con sacarla a bailar.
A unos metros de allí, Ali había olvidado sus vergüenzas y cantaba una canción de reggeaton antiguo con Eva. El bolsillo del pantalón le empezó a temblar y, apoyando su vaso en una silla, cogió el teléfono. Era Sandra, en quince minutos salía el autobús para volver a la residencia y las estaban esperando. Ali se reprochó no haber estado más pendiente de la hora y, pidiéndole a Sandra que las cubrieran, colgó el teléfono. Ya había avisado a Eva y Raquel se acercó a ellas tras salir del baño. Tuvieron que ir a buscar a Claudia y Mónica a una esquina del local, que se separaron desganadas. Al llegar a la barra se encontraron la desagradable escena de Irene siendo atosigada por un tío. Entre Ali y Raquel se acercaron allí, la primera murmurando excusas de que se tenían que ir y la otra fulminándolo con la mirada. El chico estaba confuso y le preguntó a Irene si le daría su número a lo que, ahora que se sentía con total libertad, se negó rotundamente. Al salir de allí Raquel no pudo evitar hacerle el corte de manga y las seis salieron corriendo. Tenían diez minutos para llegar a la parada y ofrecían todo un espectáculo a cualquiera que pasara por la calle aquella noche. Algunas se reían de los nervios y tropezaban de vez en cuando. Ali no paraba de animarlas a ir más rápido, diciendo que iban a llegar tarde. Cruzaron alguna que otra calle en rojo y estuvieron a punto de atropellarlas. Apurando mucho, consiguieron llegar al lugar en el que estaba el autobús. Justo en ese momento el resto estaban subiendo al vehículo así que, recuperando el aire, no tuvieron problema en camuflarse entre las demás.

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