Capítulo 36

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—¡De pie, de pie! —exclamó Adrian, ayudando a levantarme

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—¡De pie, de pie! —exclamó Adrian, ayudando a levantarme.

No necesitaba repetirlo.  Rápidamente me incorporé y adopté una posición defensiva frente al dios recién llegado.  Anteros traía puesta su típica chaqueta de cuero, sus pantalones negros y su camisa oscura que lo hacían ver igual que el chico malo de la película.  Aún así su tremendo parecido con Eros no dejaba de sorprenderme.  

—Es una lástima que Hefesto te haya legado esos reflejos —comentó Anteros.

El mortal se encogió de hombros, como si no le importara mucho.

—Tiene su lado interesante.

—Anteros, explícame esto —exigí, levantando la nota.

El dios sonrió con suficiencia.

—Es bastante obvio —dijo—.  He vencido el duelo.

—No te entiendo —musité—. ¿Dónde está Eros?

—Aquí estoy —habló Eros.

Me di la vuelta y lo reconocí de pie, a pocos pasos de distancia.  La emoción me pudo y corrí a él.  Me estrechó en sus brazos con una firmeza que me resultó horriblemente dolorosa, como si me estuviera pidiendo disculpas.

—Lo siento —confirmó.

—Realmente perdiste —musité.

—No, no perdí —respondió.

—¿Y entonces? —inquirí.

—Anteros descubrió donde escondí su corazón —explicó—,  por eso te atrajo hasta él.

—¿Y dónde está el bendito corazón? —preguntó Adrian, manifestando lo mucho que lo cabreaba toda esta situación.

—¿No es obvio? —repuso Anteros—.  Tú lo dijiste, los dioses pueden ser tan básicos como los humanos.  Si llevarlo consigo es peligroso porque podría recuperarlo, ¿a quién más se lo confiaría?

—Oh, por dios —mascullé, revisando mis bolsillos instintivamente, como si fuera a encontrarlo mágicamente dentro de uno.

—Es una suerte que hayan venido los dos, así tú me devuelves la moto, y tú me entregas mi corazón —concluyó—. ¿Dónde está?

Nadie dijo nada por unos insoportables minutos.

—En realidad, se lo di a un herrero —explicó Eros, mirando sobre mi hombro, hacia la persona que estaba unos pasos más atrás.

—Un momento, creo que ya sé dónde está —intervino Adrian, abriendo sus ojos y volteándose a ver el carcaj de flechas que había olvidado en el suelo—. ¡Maldición!

Se echó a correr tan rápido como pudo, pero Anteros ya se había puesto en movimiento.  Un arco apareció en las manos de Eros, quien arrojó una flecha para entorpecer el camino de su hermano y darle tiempo a su rival.

Cupido Otra Vez [#2] Where stories live. Discover now