Capítulo 56

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Pasé por la clínica bien temprano, y atendí el gato drogadicto de la anciana loca que se hacía llamar como la misma diosa griega y me dirigí al departamento

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Pasé por la clínica bien temprano, y atendí el gato drogadicto de la anciana loca que se hacía llamar como la misma diosa griega y me dirigí al departamento.  Sin duda, la parte más difícil del día.

Mientras caminaba, busqué distraer mi mente con cualquier pensamiento que me diera confianza, pero acabé repitiendo la historia de Medusa por milésima vez. 

El alboroto de los dioses se había vuelto tan parte de mí día a día, que ya lo había asimilado, sin embargo, probablemente nadie sería capaz de escucharme sin dudar de mi sanidad mental, salvo contadas excepciones, que por supuesto, compartían el mismo síndrome.

Una de ellas era Fran, que curiosamente me llamó cuando estaba a pocos pasos de mi destino.

—Tengo una idea —anunció—.  El misterio no está en Medusa, sino en Atenea.

—¿A qué te refieres? —pregunté.

—Míralo así, Agustín es Poseidon, Atenea es ella misma y Flor es Medusa.  ¿No te parece?

—¿Y eso qué significa?

—Aún no lo sé, pero lo averiguaré.  Quizás nos faltan datos, como en esos problemas de matemáticas donde siempre el profesor esconde parte de la información con el único fin de confundir a los alumnos.  ¿No has pensado que tal vez Atenea le dio la misma oportunidad a Medusa, pero ella no pudo derrotarla?

—El mito no dice eso —espeté.

—¿Cómo va a decirlo? Medusa está atrapada en el templo de una diosa que la odia, ¿crees que alguien le ha podido preguntar su versión de los hechos?

Guardé silencio, plantándome frente a la puerta de mi departamento.  La propuesta de Fran era muy loca, pero había aprendido a no subestimar las ideas por más descabelladas que fueran, en especial tomando en cuenta que el Olimpo seguía su propia lógica.

—Te llamo luego —contesté.

—Pero, Liz, piénsalo —urgió.

—Sí, lo haré.

Colgué, y al igual que en la antigua Grecia, me preparé para enfrentar mi destino.

Me habría gustado tocar el timbre y por casualidad, nadie abriera, así tendría la excusa en mi conciencia de que al menos lo intenté, pero a la suerte le gustaba ponerse en mi contra y Jane abrió.

Me habría gustado decir que me planté frente a ella y reproché su actitud enérgicamente, pero olvidé qué estaba haciendo ahí apenas la vi.

—¿Quieres entrar? —preguntó dubitativa.

No respondí, solo pasé por su lado y me detuve en la sala, reconociendo la fachada de lo que alguna vez consideré mi hogar.

Este era ese incómodo momento donde tenías que hacer las paces con tu hermana antes que tu mamá llegue.

Cupido Otra Vez [#2] Where stories live. Discover now