Capítulo 60

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Si los héroes de los mitos griegos supieran lo fácil que es abandonar el templo de una diosa, la mitad de sus aventuras no serían tan interesantes, mientras que la otra mitad perdería por completo de sentido, así que me guardaré el secreto para mí

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Si los héroes de los mitos griegos supieran lo fácil que es abandonar el templo de una diosa, la mitad de sus aventuras no serían tan interesantes, mientras que la otra mitad perdería por completo de sentido, así que me guardaré el secreto para mí.

Cuando llegué junto a Medusa a la casa de Adrian, Atenea ya tenía acorralados a Flor y Agustín. Era el momento de definir el desafío y al parecer, nadie tenía ni la menor idea de qué hacer.

Nuestra entrada fue tan pacífica como el llanto de un bebé.  Apenas Fran a nos vio, lanzó una exclamación advirtiendo a todos que cerraran los ojos, el primero en hacer caso fue Agustín, quien fue tan obediente, que incluso se desmayó.

Bueno, un hombre no puede soportar tantas emociones en un solo día.

—Sabía que vendrías —declaró Atenea—, pero dudaba si podías llegar a tiempo.

—Nos estábamos poniendo al día —expliqué—.  Yo solo tengo veinte años, pero Medusa me gana por varios miles y nos tomó un poco más de tiempo.

La diosa asintió, sin inmutarse.

Fran caminó con los ojos cerrados y extendiendo los brazos en el aire para evitar chocarse.

—¿Dónde demonios estás, Liz? —preguntó.

Pude haberle dicho que los ojos de Medusa no tendrían efecto en ella, pero se veía demasiado graciosa, así que la dejé seguir haciendo el ridículo, de todos modos, los demás mortales tampoco estaban viendo.

—Sigue derecho... un poco más a la izquierda —Le indiqué—. ¡Cuidado! ¡Vas a chocas con Medusa!

—¡¿Qué?! —chilló, abriendo los ojos del susto.  Su mirada se encontró con los ojos de la mujer con cabellos de serpiente y un grito se escapó de su garganta.   Ocultó su rostro tras sus brazos y se quedó muy quieta, encogida en el suelo.

—Esa es una posición bastante incómoda para quedarse hecha piedra —comenté.

Entonces Fran volvió a incorporarse, temblaba y miró sus manos, estupefacta.

—No soy una estatua —musitó.

—Los ojos de Medusa no tienen efecto en las mujeres —expliqué.

—¡¿Qué!? —exclamó, sorprendida.  Volvió a ver a la Gorgona, sin dar crédito a lo que oía.

—Eso fue muy mal educado —espetó ella.

Fran balbuceó algo que con mucho esfuerzo y solidaridad podía entenderse como una disculpa.

—No entiendo nada —intervino Flor, abriendo los ojos.  Sin embargo, cuando Medusa se volteó a verla, chilló y los cerró de nuevo.

—Tranquila, es normal, con el tiempo te acostumbras —expliqué—.  Y ahora ven, que no pasará nada.

—Esta no es la bienvenida que me prometiste —acusó.

Cupido Otra Vez [#2] Where stories live. Discover now