Capítulo 61

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Conocí a Hefesto

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Conocí a Hefesto.  No eran las condiciones que esperaba, pero tampoco podía quejarme.

No era feo, al menos no horripilante como describían los mitos habituales, solo no era tan guapo como el resto de los dioses que había visto, pero principalmente se debía a las consecuencias  del constante uso de la fragua y la impresión que causaba que no tuviera una pierna, uno solía pensar que los dioses tenían cuerpos perfectos y sin defectos, ese no era su caso, y podía entender que los antiguos griegos, con sus elevados estándares de belleza, se sintieran incómodos. 

Pero bastaba mirar el rostro de su descendiente directo para entender que bajo esos defectos podía haber un rostro divino. 

Claro que en este caso, Hefesto se encontraba medio amordazado, lo que le restaba divinidad.

Ares terminó de amarrarlo al poste y le acomodó la venda en los ojos, para evitar que se convirtiera en piedra y no pudiera adelantarse a los golpes que estaba por recibir.

Adrian, con ayuda de Eros, se había encargado de instalar un espejo gigante, en altura, de modo que los espectadores del género masculino no tuvieran problemas para ver el partido.  Todavía no entendía de dónde había salido, pero a estas alturas ya entendía que tratándose de los dioses nada era imposible.  Absolutamente nada.

Esperaba que los vecinos no preguntaran.

Afrodita se encargó de diseñar nuestras camisetas.   Fran y Flor utilizarían el rosa, mientras que Medusa y yo tendríamos blancas.  Al igual que en los verdaderos equipos deportivos, teníamos auspiciadores, en este caso, a nosotras nos patrocinaba "Afrodita Tendency" y a nuestras rivales "Afrodita Fashion Emergency".  Cuando Atenea se dio cuenta, escribió en nuestro pecho "Atlético de Atenea FC", y en las otras "Real de Atenea FC".

Creí que la cosa no podía estar peor, hasta que a Eros se lo ocurrió poner un par de corazones en nuestros pantaloncillos, a la altura de nuestro trasero.  En otras palabras, iba a correr con un corazón bien rojo dibujado en cada una de mis pompas.

—Saca eso —exigí.

—Yo también auspicio esto —reclamó.

—No, tú con suerte podrás comentar el partido.

—Eros, hazme un favor y ponles la fragua en algún lado —pidió Adrian.

Inmediatamente, el dibujo deseado apareció en mi estómago.

—Pero ¿qué?

—Yo también patrocino esto —dijo Adrian.

—Que no se te peguen las malas costumbres —alegué.

—Lo llevo en los genes, no es mi culpa —Se defendió.

Iba a seguir reclamando, pero un pesado casco me cubrió el rostro.

—¿Y esto qué es? —inquirí, furiosa.

—Yo también patrocino —explicó Ares.

—Esto es muy pesado para correr con él.

Cupido Otra Vez [#2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora