Capítulo 57

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Mamá, por supuesto, estaba preocupada

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Mamá, por supuesto, estaba preocupada. 

Era totalmente comprensible que se culpara por lo sucedido con Jane, pero hubiera agradecido que dejara de actuar como si fuera a morir por dormir en casa de otra persona por tiempo indefinido.  ¡Y eso que todavía no le contaba que había visitado a Hades!

Por suerte la mamá de Adrian ofreció salir con ella, invitarle un café y qué sé yo, para distraerla, darme tiempo y tranquilizar sus nervios de madre.

En ese último tiempo había descubierto que, por más que el descendiente de Hefesto alegara que Michelle Katsaros era una mala madre, sin duda su apoyo era esencial.

Solo tenía el tiempo que tomara convencer a mi madre que no era tan mala idea estar lejos de Jane por una temporada para echar a andar un plan que tenía más posibilidades de fracasar que de triunfar.

Todo lo que tenía era un chaleco tejido que Atenea había hecho para mí la última vez, el único objeto que me conectaba a ella y esperaba que fuera suficiente.

Leí la hoja donde había anotado la premisa con la que me presentaría ante ella.

«No importa cómo sucedan los hechos realmente, sino quién los cuenta y la versión que prevalece al final».

Me puse la prenda y me miré al espejo, esperando que mi reflejo me diera algún tipo de discurso motivacional.

--Pero qué estás pensando, Lizz –Me dije--.  Probablemente esa sería la señal que estas esperando para irte al siquiátrico.

Entonces sucedió, básicamente, eso.

--¿Y por qué no? --Mi reflejo me sonrió.  Me eché hacia atrás y choqué con la cama, cayendo sobre el colchón, mientras mi imagen ni siquiera se movía de su sitio. 

Dio un paso adelante, y de pronto el vidrio se convirtió en plasma, un compuesto moldeable que permitió que la figura abandonara la superficie, mientras adquiría más altura, su pelo se tornaba aún más dorada y las curvas de su cuerpo, mucho más pronunciadas.  Por supuesto, el chaleco de Atenea fue reemplazado por una camiseta rosada que decía “Afrodita” con letras brillantes.

Hace tres horas atrás habría agradecido mucho más la visita.

--¿Qué haces aquí? –pregunté.

--Ciertamente no podía creerlo cuando Ares me dijo que eras su nueva campeona –dijo, mirándome con desdén--, pero supongo que nunca ha sido muy exigente con sus héroes.

--¿Por qué viniste? –insistí.  Mi voz sonaba asustada y temblorosa.  No es fácil que tu suegra te odie, y menos cuando ella es la diosa de la belleza y la sexualidad, mientras tú andas por la vida pasada de kilos, con el pelo desteñido y usando un labial barato.

--Quiero hacer un trato contigo, Elizabeth Sagarra –anunció.

En otro contexto, su propuesta pudo haber sido la mejor noticia del día.

--No me ayudaste con mi tarea –acusé.

Afrodita amplió sus ojos azules.

--Creí que tenías mucho más de diez años –señaló, asombrada.

--Tengo el doble –Me defendí.

Su impresión no menguó ni un poco.

--Quizás los mortales están madurando más lento en estos tiempos –comentó para sí misma.

--¿Por qué dices eso?

--¡Por Zeus! ¡Soy la mismísima Afrodita y vine en persona a ofrecerte un acuerdo! ¡Deberías estar alagada!

Ya veo de dónde sacó el orgullo Eros.

--Bueno, ¿y qué quieres? Tengo una cita con otra diosa –respondí.  No era cien por ciento cierto, pero algo de verdad tenía y probablemente era la única mortal en la tierra que podía decir algo como eso.

--Podrás pensar que soy orgullosa y superficial, pero también soy madre y no hay nada más triste para mí que ver a mis hijos enfrentados. –A decir verdad, yo tampoco la estaba pasando muy bien al respecto--. Necesito que le busques una pareja a Anteros.

Por suerte estaba sentada cuando la escuché.

--Espera, tú eres la diosa del amor y tienes un hijo que todos los meses lo eligen empleado del mes en Tinder.  ¿Por qué me buscarías a mí?

--El oráculo me lo ha dicho, no puedo interferir porque soy su madre y esas son decisiones que le corresponden solo a los hijos, pero sí hay parejas que se conocen a través de amigos, y tú tienes parte de los poderes de Eros.

--Sí, suena bien, salvo por el hecho de que no somos amigos.

--Puedo darte a cambio lo que sea.  ¿Belleza? ¿Amor? ¿Fama?

--Rompe la maldición de Adrian –dije instantáneamente y sin pensar.

Afrodita se quedó helada.

--¿Eso quieres?

--Es mi precio.

Podría decirse que le estaba agarrando el ritmo a esto de negociar con los dioses.  La hija de Zeus se lo pensó y decidí usar un truco que había aprendido de Eros.

--Se acaba el tiempo –dije.

--Estoy pensando –contestó ella.

--Cinco minutos…

--Dame un momento.

--Cuatro minutos y medio… Cuatro minutos… Tres y tres cuartos…

--Deja de hablar, me confundes.

--Dos y medio… Dos…

--Ya, ya, de acuerdo. –Extendí mi mano para sellar el trato, pero ella no la recibió--. Con una condición: Tendrá solo un año para conquistar a la chica, el destino los presentará, pero solo yo sabré quién es la indicada, descubrirlo será parte del azar, como es para todos los mortales, y solo podrá ser eterno y extenderse al resto de las generaciones, si es ella quien llega a mí, implorando que así sea.

--Eres maléfica –acusé.

--En el amor y en la guerra todo vale, querida, por eso salgo con Ares.

Suspiré.

--Tanto Adrian como ella podrán modificar este contrato, al menos una vez cada uno –sugerí.

--¿Y por qué tendría que tolerar eso?

--Porque conseguirle pareja a alguien como Anteros, de seguro se convertirá en un fuerte dolor en el trasero para mí y… ellos tienen derecho a opinar sobre algo que los involucra a ambos, no puedo decidir por ellos, por eso, permítelo, al menos una vez.

Afrodita lo pensó.

--Una, nada más, solo una vez Adrian, solo una vez la muchacha.

Asentí con la cabeza, y en un breve instante, sin que pudiera verlo venir, Afrodita me besó.

Asentí con la cabeza, y en un breve instante, sin que pudiera verlo venir, Afrodita me besó

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Cupido Otra Vez [#2] Where stories live. Discover now