Marian Lodge

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Un elegante y flamante barco surcaba los mares rumbo a la gran ciudad costera de Kingston, este barco era de colores negros y amarillos, elegantemente equipado, con velas blancas siendo suavemente azotadas contra el viento y yendo a vapor. En la cubierta, caminaban los oficiales británicos trayendo consigo varias cosas, en lo que respectaba a las armas del barco, además de muchas otras cosas.

Una alta y apuesta mujer empezó a bajar de unos escalones en una pequeña superficie donde se encontraba la parte principal del barco, incluido el timón del capitán mismo, esta señorita, de unos cuarenta y séis años tenía unos impactantes ojos verdes con dejes blanquecinos, unos finos labios seductores que a veces se tornaban a rosa y en ocasiones a rojo, una flaca y refinada nariz, y como era de ser, una bellamente fiera e imponente mirada que lograba que muchos hombres se estremeciesen y, al mismo tiempo, la adorasen y deseasen en cielo. Ella era bastante alta, y traía esa tarde puesta un largo corsé azul y una chaqueta con piel y pelos de león, para alzar aún más su palpable elegancia y aristocracia, sus manos estaban cubiertas por guantes blanco, y en una traía su abanico rosado con flores en su tela.

Ella era Lady Marian Lodge, una de las figuras políticas más importantes en cruzar los mares, era hija del célebre Thomas Lodge, representante de la Corona Británica en los mares y mismo que logró aniquilar a gran parte de los piratas acaecida la contienda pasada, ella de alguna manera siguió sus pasos y se convirtió en una especie de embajadora del Rey no sólo en Europa, sino también en las colonias instaladas en el Caribe. Era viuda, pues antaño se llamaba Marian Smith, desposada con Lord Josh y con quién tuvo a una única hija; Alyson, de dieciocho años, la cuál había heredado mayor parte de los bellos rasgos de su madre y al igual que esta, sacó ese rubio dorado que a la mujer tanto le ha caracterizado, la joven vivía en Kingston y ahora que iba para allá, se imaginaba que podría encontrarse nuevamente con ella en ese transcurso.

Un hombre perteneciente a la tripulación, con los brazos cruzados hacia atrás, un sombrero negro de marinero y un chaleco azul tornándose a morado (Decorado con unos ocho botones grises en el centro) se le acercó, aclarando su voz.

-Milady, estamos a punto de llegar a Kingston.

Ella se mostró neutra, pero su lírica y, al mismo tiempo, profunda voz qué destilaba melodía, respondió:

-Eso es una buena noticia...oficial.

El hombre se retiró asintiendo con la cabeza levemente y ella miró hacia el horizonte, con su siempre maliciosa mirada, pero que más bien era neutra en sí.

Conforme el barco se fue acercando más, se distinguieron las edificaciones y el puerto mismo, donde estaban anclados varios barcos más parecidos al que venía transportando a Lady Marian. El capitán ordenó a la tripulación echar las anclas a la arena y ella, ayudada directamente por dos jóvenes oficiales, bajó hasta el bote que estaba echado en las aguas, para transportarla hasta el muelle, Marian sacó su elegante paraguas y se lo colocó en el hombro izquierdo, para protegerse del inminente sol que hacía en ese entonces. El bote se separó casi de inmediato del barco y se acercó al muelle, donde pudieron notar que les esperaba unos hombres erguidos, templados y fríos pero bien vestidos sin protección alguna al fuerte sol, una vez se detuvieron, otro hombre joven le ofreció la mano a Marian y ella la aceptó, subiendo a la madera del muelle, el mayor de estos se le acercó para hacer una leve pero necesaria reverencia dada su presencia, y dijo:

-Bienvenida seáis a Kingston, Lady Marian Lodge.

-Muchas gracias, Almirante Rickford -Dijo ella, empezando a soplarse con el abanico que tenía en mano-

-El Gobernador de la ciudad, Lord Patrick Olsen, os está esperando ahora mismo en su mansión al borde de la montaña situada justo a nuestras espaldas.

El Reino de los Piratas I - El Capitán de las Siete MaldicionesWhere stories live. Discover now