Capítulo 37 ❤ + Aviso importante

3.4K 576 903
                                    

No entendí cómo pude ser tan imbécil para aceptar quedarme a cuidar a los niños

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

No entendí cómo pude ser tan imbécil para aceptar quedarme a cuidar a los niños. Yo no era niñero de nadie. Bien, lo hice porque imaginaba que el lío estaba relacionado con Alba y en esas condiciones Álvaro tenía más derecho a estar a su lado, sumado al hecho de que su amigo era el abogado.

Sin embargo, por otra parte, no podía olvidarme de Pao. Miriam no había dado muchos detalles, así que no sabía si ella también estaba dentro o únicamente las acompañaba. Solo esperaba que estuviera bien. Intenté repetirme que sí. Después de todo, hablaba de Pao, ella nunca se metía en problemas.

Entonces, no sabía por qué aún estando tan seguro de eso, no lograba estar tranquilo. Observé el celular por millonésima vez. El tiempo no avanzaba, parecía que se había quedado estancado. Maldita sea, ¿sí funcionaría esta cosa?, pensé revisando la hora en Internet. Todo normal. Cerré los ojos, aceptando eran los nervios, pero cuando volví a abrirlos ¡no había pasado ni un minuto!

Tampoco ayudó a mi alma atormentada escuchar de fondo los gritos de Hectorín y Nico que corrían por toda la casa detrás de una contenta Lila. Le di un vistazo a su hermano Valentín para que pusiera orden, eran de su familia, pero él siguió perdido en su celular. Resoplé. Vaya, seguro le dicen el responsable.

—Hey, Lila —la llamé, ocupándome personalmente del asunto o me explotaría una vena. Ella frenó de golpe al escuchar su nombre, cambió de dirección deprisa iniciando una carrera que terminó a mis pies—. Buena chica —la felicité acariciando sus orejas—. ¿Por qué no juegan a darle galletas? —les propuse a los dos. Era una actividad tranquila, así podía vigilarlos—. Sabe hacer trucos —mentí como un vendedor desesperado.

A Hectorín se le iluminó la mirada al entregarle la bolsita en sus manos. Me pregunté si estaría haciendo lo correcto cuando lo observé sentarse en el piso antes de darle la primera. No pasó nada, Lila no hizo más que mover la cola, pero pareció ser suficiente para tenerlos contentos.

—Mamá dice que no hay que darles tanto de comer —comentó Nico al ver como la atiborraba de galletitas, una tras otra, sin parar. Sonreí recordando el tamaño de su gato, estaba a dos pasos de convertirse en un elefante.

—Pero tú no le haces mucho caso con eso, ¿verdad? —pregunté divertido. Ese gato debía sacar comida de alguna parte, por la manera en que se echó a reír supe de dónde.

—Emiliano... —dijo de pronto Hectorín entretenido con Lila que intentaba treparse para robarle comida. Cualquiera que la viera pensaría no la alimentaba.

—¿Qué pasa? —pregunté distraído.

—¿Me regalas a Lila? —lanzó de pronto, casual, con una enorme sonrisa.

—¿Qué?

—Que si me dejas llevarme a Lila a mi casa —repitió—. Puedo cuidarla bien —me aseguró feliz. Creí que no lo decía en serio—, darle galletas, bañarla y jugar con ella —enumeró, como si fuera tan sencillo—. Siempre he querido un perrito. Por favooor —suplicó uniendo sus manos con un mohín. Ese viejo truco no funcionaba conmigo—. Además, me quiere mucho, ¿no ves? —argumentó, abrazándola. Ella lamió su cara, como lo hacía con todos.

El club de los rechazadosWhere stories live. Discover now