Especial Alba

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Nunca pensé en casarme

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Nunca pensé en casarme. Es decir, posiblemente lo imaginé, como un deseo fugaz, cuando era mucho más joven, pero al dar de lleno con las dificultades de la vida lo descarté. Pensaba, ¿quién soñaría con alguien como yo para ser su esposa? Peor aún, ¿existiría alguien en el que podría confiar para imaginar un para siempre? El matrimonio es un tema muy serio. Vamos, era consciente que existía el divorcio, pero quién se casa pensando en la separación.

Y ahora, en contra de mis pronósticos, estaba a punto de casarme con el mejor hombre que había conocido en mi vida, el único capaz de soportar mis malos momentos (que eran muchos) y mi carácter (que no se caracterizaba por ser dulce). Además, había demostrado su amor no era frágil, sino que soportaba la tempestad, su mano me sostenía en mis peores días y su voz tenía las palabras para ahuyentar mis fantasmas. No podía imaginarme con alguien que no fuera Álvaro.

Luchaba con una mezcla de nervios y felicidad. No es que me angustiaba firmar una hoja, me preocupaba todo lo que implicaba la palabra matrimonio. Empezando, por poner un ejemplo, con vivir juntos. No tenía idea si nos entenderíamos en la misma casa. Esperaba que sí, en verdad deseaba que todo marchara bien, que él hallará en mí lo que había buscado, pero conociéndome la veía un poco complicado.

Álvaro le propuso a mi mamá unirse, pero ella se negó para no interferir en nuestra vida de recién casados. Estaba convencida que en unos meses se arrepentiría. A mamá le aterraba la soledad. Tampoco podía culparla. Es complicado luchar con una casa vacía. Los recuerdos hacen mucho ruido.

Contemplé el techo reflexionando el cambio tras la muerte de papá, pero no llegué a ninguna conclusión. Suspiré, agitando mi cabeza. Ese era el peor momento para pensar en cosas que no podían resolverse, pese a que mi mente parecía gozar con colocar un lío más en la interminable torre. Así que, evitando enredarme con desgracias, abandoné la cama. Al ser consciente que ser la novia no me daría ningún beneficio en esa casa me levanté para comenzar mi rutina. Además, me ayudaría ocuparme en algo más productivo que rodar en el colchón.

Por desgracia, no estaba acostumbrada a tener un día para mí. Es decir, ser el centro de atención me agobiaba un poco. Había pasado años viviendo para otros, y siendo honesta no me gustaba del todo el cambio de papeles. Nunca fui la maestra de la adaptación.

Después de lavarme la cara, cepillarme los dientes y atar mi cabello rojizo, que llamaría la atención hasta que un árbitro de fútbol, me encontré en la cocina. Chasqueé la lengua. Todos seguían dormidos y estaba segura que si probaba algo del refrigerador lo echaría afuera de los nervios, si es que antes no me arrojaban fuera de la casa por despertarlos.

Se me escapó otro suspiro. Crucé mis brazos sobre la mesa del comedor, apoyando mi mentón en ellos antes de sacar mi celular para buscar algo con que entretenerme. A esas alturas hasta noticias tontas vendrían bien.

Busqué, de manera inconsciente, en mis contactos el nombre de Álvaro. Siempre lo hacía cuando algo me preocupaba, hablar con él ayudaba. Sin embargo, noté no estaba conectado y tampoco creí fuera una buena idea llamarlo. ¿Qué se supone que le diría? "Perdón por levantarte, es solo que hoy me caso y... Espera, es contigo". Negué. De no ser porque él se encargado de remarcar que todo iría bien, se ocupó de muchos detalles y estuvo en cada paso, estaría convencida la boda sería un auténtico desastre en el que yo encajaría muy bien.

El club de los rechazadosWhere stories live. Discover now