Capítulo 63 (Recta final)

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Su tierna risa hizo eco en el pequeño estacionamiento, empujé con más fuerza la silla que se deslizó con rapidez por el asfalto

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Su tierna risa hizo eco en el pequeño estacionamiento, empujé con más fuerza la silla que se deslizó con rapidez por el asfalto. Percibí su respiración acelerarse por la alegría a la par sus manos se aferraron a los brazos de la silla. No dejaba de repetirme que estaba loco y lo acepté, pero dicho de sus labios no sonó como un defecto. Cualquiera que hubiera presenciado nuestra improvisada carrera hubiera pensado habíamos perdido el juicio, estaba en lo cierto.

Liberándome de mis viejos demonios, me entregué completamente a mi felicidad, y descubrí que cuando crees no puedes ser más dichoso la vida te demuestra tu error. Esa mañana, por ejemplo, sentí el corazón saltar en mi pecho cuando al frenar de golpe me encontré de cerca su bonito rostro. Había pintado un mohín para reclamarle me detuviera, pero pronto se convirtió en una sonrisa al besarla. Quería besar a esa mujer toda la vida.

—Estás nervioso —notó, acunado mi rostro entre sus manos al separarnos.

—Dios, pensé que lo disimulaba bien —mentí. Sonreí sin poder evitarlo, ella me imitó. Siempre lo hacíamos, sonreíamos por el simple hecho de estar vivos. Eso que por sí solo era un regalo, en su compañía se convertía en una bendición—. Adiós al Óscar por mejor actor de reparto —lamenté.

Pao arrugó su preciosa nariz a la par se echó a reír. Sonreí como un idiota al escucharla, me encantaba ese sonido, me encantaba ella. Sus ojos se clavaron en los míos con esa mirada dulce, estudió mi semblante sin prisas antes de apoyar su frente en la mía.

—Eres tan lindo —comentó contenta.

—Acabas de subir mi autoestima al mil por ciento —aseguré—. Además, espero la fotografía me haga justicia.

Ella se apartó un poco para mirarme a la cara con los ojos entrecerrados.

—Me temo que tu autoestima en lo físico está bastante alto —me acusó divertida clavando su dedo en mi pecho. Reí ante su comentario—. En el resto... —meditó, ladeando el rostro—. No te preocupes, verás que todo saldrá bien —me animó siendo tan dulce como siempre. Sonreí—. Si lograste cumplir con todas las clases esto solo será un paso más.

 —Dios, me siento un poco ofendido por eso último —dramaticé.

—Emiliano... —me regañó, entendiendo solo bromeaba—. ¿Por qué nunca...?

—Voy a dedicártelo —solté de pronto, sin contenerme, interrumpiéndola. Sus palabras quedaron el aire, en el mismo que me obligué a respirar. Darle voz a mi corazón, sin aplicar filtros, necesitaba mucho valor, pero ahora era capaz de reconocer sí lo tenía.

—¿Qué? —murmuró confundida.

—Es una tontería —admití sintiéndome un poco patético, mas no quise guardármelo. Si había algo que me gustaba de lo nuestro eran los momentos en que podía decir lo que pensaba sin importar que tan tonto fuera o que débil pareciera—, pero siempre quise ganar alguna carrera y dedicárselo a la persona que más amo en el mundo, así que tomaré esto como una y si sale todo bien, quiero dedicártelo —le expliqué mi poca ambiciosa meta—. En realidad, quiero dedicarte todas las cosas buenas que haga bien de ahora en adelante —confesé, siendo más específico.

El club de los rechazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora