Capítulo 61 (Recta final)

2.2K 321 567
                                    

He descubierto lo peligroso que resulta un nunca, provocador para un retador, traicionero para un cobarde

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

He descubierto lo peligroso que resulta un nunca, provocador para un retador, traicionero para un cobarde. Cuando era joven no reparaba demasiado en las emociones, tal vez esa fue la razón por la que me costó aprender a procesarlas y me golpearon con tanta fuerza en un momento difícil. Pero, ahora, tras un desfile de lecciones aprendidas en los últimos años me sentía más honesto conmigo mismo. Era capaz de reconocer el dolor, hablar de ello, aceptarlo.

También aprendí que uno es su mejor amigo, por más egocéntrico que pueda sonar. Eso no significa que no puedas apoyarte en las personas grandiosas que la vida pone en tu camino, pero sí que existen momentos que tendrás que atravesar en solitario y es necesario haber hecho las paces contigo mismo para no ser el primero en hacerte pedazo cuando estás a punto de quebrarte.

Una vez un psicólogo me dijo que una buena forma de cerrar ciclos con personas de las que no podrás despedirte es escribirles una carta, decir todo lo que guardas, sin importar nunca llegue a sus manos. Así que esa tarde en la soledad de mi cuarto decidí plasmar todo lo que enredaba mi cabeza. Era una montaña de pensamientos que no me dejaba descansar, necesitaba dejarlos en algún sitio y pensé que esa hoja sería un buen confidente. Protegidos, sin hacerle daño a nadie.

Estaba tan inspirado que juro que casi me sentí el ganador de un Nobel liberando a mi poeta interior, pero tuve que interrumpir la emotiva ceremonia que se llevaba en mi imaginación porque el sonido de la puerta mató mi escenario.

Fruncí las cejas un poco fastidiado. Nadie me visitaba en domingo, al menos nadie que no pudiera llamarme. Esperé en silencio, con la esperanza de que se cansara y se marchara, pero cuando entendí que quien estuviera del otro lado no se rendiría, porque parecía que no captaba la indirecta de que "no había nadie en casa", no me quedó de otra que abandonar de mala gana mi cama esperando fuera algo realmente importante.

Maldije entre dientes empujando la silla por el pasillo. Que si es el hombre que le vende a mi madre esas cremas que dejan la casa oliendo a eucalipto, le voy a decir un par de cosas... Sin embargo, me quedé de piedra cuando abrí la puerta.

 —¿Pao? —murmuré sorprendido dejando caer la mandíbula. Tuve el impulso de tallar mis ojos, por si resultaba un sueño, pero al contemplarla a detalle confirmé de inmediato que se trataba de ella. Agité la cabeza, despabilándome al notar el viento revolvió su cabello—. Perdón, entra, vas a congelarte allá afuera —le animé invitándola con un ademán al interior.

Después de caminar desde la avenida en medio de ese inesperado vendaval ni siquiera lo pensó. Pao se abrazó a sí misma, suspirando muerta de frío.

 —¿Cómo estás? —le pregunté recorriendo a su lado el estrecho pasillo.

—Helada —respondió sin dudarlo. Sonreí.

—Sí, lo noté en tus mejillas —admití. Pao arrugó su nariz en un adorable gesto, intentando verlo por sí misma. Supongo que se dio cuenta de que era imposible porque ahora el color rojizo que la inundó fue por la vergüenza. El sonido de mi risa le dictó estaba atento a sus movimientos por lo que decidió no perder más el tiempo.

El club de los rechazadosWhere stories live. Discover now