Capítulo 8. Terrible sorpresa

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Mis gemidos eran reprimidos por la mano de Gastón que la tenía pegada a mi boca mientras me embestía con dureza

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Mis gemidos eran reprimidos por la mano de Gastón que la tenía pegada a mi boca mientras me embestía con dureza. Estaba por volar entre el mar de las sensaciones más deliciosas. En esta ocasión decidió no romper mi ropa—por obvias razones—, pero sí me había dejado con el sostén medio puesto ya que le gustaba ver mis pezones duros.

Emití un vergonzoso chillido cuando se quedó unos segundos adentro para empujar más, mis piernas temblaban y yo convulsionaba desde lo más profundo de mi ser. Tan pronto como se levantó me llevó con él, colocó las manos en mi trasero para más facilidad de cogerme de pie mientras mis piernas quedaban pegadas en sus costados.

—Gastón, por Dios —gemí y volvió a taparme la boca cuando no pude evitar soltar un grito.

—Silencio.

¡Como si su maldita polla no tuviera la culpa!

—Así, Maddy, quiero que te corras así, sujétate de mis hombros y no grites.

—Eres un... —ahogué un grito cuando aumentó la velocidad, me sacudía en las alturas con él moviéndome a su antojo hasta lanzarme por el precipicio de mi orgasmo. En un esfuerzo sobrehumano logré quedarme en silencio mientras todo dentro de mí se llenaba de placer.

Gastón me tumbó sobre la cama para reposar, escuché como subía sus pantalones, cerraba la cremallera y el tintineo de su cinturón. Se vestía después de haber hecho un espléndido trabajo, joder ¿Cómo iba a regresar después de esto? La poca energía me fue consumida por el vampiro de la destrucción.

El colchón se hundió de repente, ambas manos estaban a la altura de mis hombros y se acercó para besarme.

—Hay que limpiarte para que vuelvas a tu guardia.

—Desearía no hacerlo.

—Solo dilo y moveré unas cuantas cosas —sonrió con malicia.

No podía, tenía que seguir trabajando.

—Es mi trabajo, solo necesito unos minutos.

Asintió.

—Como gustes.

Unos segundos más acostada para recuperar mi respiración y me levanté. Gastón estaba en esa postura, con sus manos adentro de los bolsillos de sus pantalones, observándome en un silencio sepulcral en las penumbras de la habitación, hasta parecía que el verde de sus ojos brillaba como si se tratara de un felino en plena caza nocturna.

Algo me faltaba, acomodé mi sostén debidamente, miré por todas partes en busca de lo que no veía por ningún lado.

¿Qué mierda? Juraría que estaba en el colchón revuelto con las sábanas.

—¿Buscas esto?

Su voz ronca me hizo voltear a verlo y de uno de sus dedos colgaba la prenda extraviada. Mi tanga.

3° El amo del desastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora