Capítulo 9. Madrugada de pesadilla

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El viento silbaba anunciando que algo terrible se avecinaba, el cielo era una capa oscura que no permitía la presencia de las estrellas y la luna

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El viento silbaba anunciando que algo terrible se avecinaba, el cielo era una capa oscura que no permitía la presencia de las estrellas y la luna. La música había parado y todos estábamos quietos. Gastón oscureció su mirada y se dirigió a una de sus gárgolas.

—Rancio.

La gárgola apareció al segundo frente a mis amigas y a mí como un escudo protector. Apenas pude asimilar como los desgraciados bromistas corrían hacia la camioneta para salir huyendo del lugar. Gastón sin prisa fue a colocarse frente a la camioneta y antes de que arrancaran, el vampiro hizo algo que me dejó helada.

—Por Dios, los va a asesinar —susurró Nora.

Mis pies no me respondían para ir a detenerlo, algo dentro de mí me gritaba que dejara a Gastón hacer lo que él sabía hacer, destruir.

Colocó una mano frente al cofre de la 4x4 y esta no pudo avanzar por más que aceleraba el vehículo. Gastón ni si quiera se movía, era como intentar atravesar un muro con cien metros de concreto. Las llantas rechinaban y hasta sacaban chispas por la insistencia del pedal. Nubes de polvo se formaban alrededor de las llantas, pelando por completo el fino césped. No se daban por vencidos y Gastón menos.

Escuché los gritos de desesperación y de histeria cuando la camioneta saltó por el ruido que vino de adentro del cofre, el motor se había calentado tanto que empezó a salir vapor de todos lados.

—Joder —susurró Janis en pleno shock.

—Ay, Gastón —mi voz trémula reveló mi preocupación al ver como el vampiro se había expuesto ante humanos.

Una cosa es que Nora y Janis estaban al tanto de lo que era Gastón, pero estos chicos que dejé de considerar mis amigos desde ahora eran un peligro potencial.

Las luces de la camioneta comenzaron a fallar, Rancio no nos dejaba avanzar ni un centímetro mientras Gastón hacía su trabajo. Pero logré zafarme de la gárgola para correr hacia el vampiro, en mi pobre intento de fuga, Cortalenguas se puso frente a mí, más serio, mucho más grande y concentrado en su trabajo.

—Le sugiero que se quede quieta, mi señora —dijo Cortalenguas, sus cejas arrugadas me rogaban que le hiciera caso y así fue, solté un suspiro cuando miré más allá del brazo de la gárgola y vi como los chicos de la camioneta salían disparados.

Huían como cobardes, dándome la espalda después de semejante acto. Mi cumpleaños terminó siendo un desastre y lo que me molestaba de todo esto era que en el hospital tuvieran esa imagen de mí, de una maldita puta que se acuesta con sus jefes para ser reconocida. Yo no era así.

Gastón apenas se movía, miraba correr a sus víctimas y de pronto esa enorme gárgola llamada Martillo se acercó al vampiro. Agudicé mis oídos lo mejor que pude:

—Tráemelos con vida.

Martillo avanzó a máxima velocidad, desapareciendo más allá de las rejas que limitaban el enorme patio de la mansión.

3° El amo del desastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora