Capítulo IV: La libreta.

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Al caminar con rapidez, Cassie casi terminó dándose de bruces contra otros dos chicos en la entrada de la biblioteca, los esquivó por poco y siguió con su camino, sin mirar atrás ni una sola vez, tenía la extraña sensación de ser perseguida y unas...

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Al caminar con rapidez, Cassie casi terminó dándose de bruces contra otros dos chicos en la entrada de la biblioteca, los esquivó por poco y siguió con su camino, sin mirar atrás ni una sola vez, tenía la extraña sensación de ser perseguida y unas indudables ganas de echar a correr, más no podía hacerlo si no quería atraer la atención de los demás alumnos que caminaban por los pasillos. 

Al llegar al auditorio donde el maestro Antoine Jouvet dictaba clase, tocó la puerta con suavidad y se reprendió porque tal vez no se había escuchado en el interior, tras unos segundos dudando sobre volver a tocar, se decidió por alzar la mano de nuevo justo cuando la puerta se abría. 

Por suerte, Cassie se detuvo de darle un par de golpes justo en el rostro de una chica, claramente de un nivel mayor al suyo, y le entregó el libro que el maestro Antoine le había pedido. La chica paseó la mirada entre ella y el libro, asintió y le cerró la puerta en las narices, sin modular agradecimiento alguno.

La joven se quedó ahí parada mirando la puerta del auditorio, perdida en sus pensamientos de nuevo; comenzó a imaginarse qué tipo de pensamientos recorrerían la mente de Lysander tras su encuentro, aunque el joven no exteriorizaba nada, seguramente en su interior bullían sus emociones, como hacían tantos de personajes de la gran cantidad de libros que Cassie había leído a lo largo de su vida. 

Sin más para hacer, Cassie tomó rumbo hacia su taquilla y depositó ahí los libros, del bolsillo delantero de su chaleco sacó su lápiz y bolígrafo, y los guardó también, después de todo, aún tenía más de media hora para matar antes de su siguiente clase. Lo único que conservó en sus manos era la libreta donde solía anotar ideas para posibles historias y un lapicero micropunta, con el cual se le facilitaba escribir, le parecía mucho más ligero. 

Cerró la taquilla y de dirigió hacia el jardín central, aquel rodeado por las bellas columnas, en medio del jardín había una hermosa fuente ornamental, a su alrededor habían varias especies de plantas y todas se veían bellamente cuidadas; era un lugar tranquilo y hacía que Cassie rezumara creatividad. 

Ella se sentó en un de los bancos que rodeaba la fuente y abrió la libreta, de color negro, con un sonrisa en el rostro. 

Una sonrisa que se borró al instante mientras ella se tragaba un grito. 

Aquella no era la libreta de Cassie, a rebosar de garabatos, poemas insulsos y tediosas historias que escribía en su tiempo libre. Esta libreta, exactamente igual en el exterior pero cuyo contenido parecía sacado de una película de Tim Burton, no por el estilo en los dibujos, sino por la oscuridad y misterio que desprendían.

Solamente en la primera página habían varios dibujos en grafito; todos rostros, de diferentes tamaños y en diferentes posiciones, pero el que más resaltaba era el de una chica, justo en la mitad: su cabeza estaba ladeada, la mitad del cabello le caía en el rostro ocultando parcialmente sus facciones y su mirada desprendía melancolía. 

Cassie cerró el libro, le parecía estar violando la intimidad de su propietario... Lysander, nada más y nada menos, como estaba escrito en la parte inferior de aquella primera página. Debía ser que Cassandra había tomado por error su libreta en el incidente de la biblioteca, dada la causalidad que ambos tenían la misma y en su vergüenza, ella no se había fijado. 

Cassandra miró de un lado para el otro, como si la estuvieran observando o fuera a ser descubierta cometiendo una fechoría en cualquier momento. Para la mente de la joven era demasiado en qué pensar: ¿Cómo regresarle aquella libreta al joven que la intrigaba? ¿Lysander habría notado ya el error?

Los ojos de la joven se abrieron desmesuradamente al notar que posiblemente Lysander leyera su libreta, aunque mucho de lo escribía era por su desbordante imaginación, también habían algunas cosas un tanto personales, las cuales no quería que nadie se enterara, por supuesto, jamás imaginó que algo así podría ocurrir, el escenario nunca había sido contemplado por su mente y no sabía cómo proceder. 

Cassie apretó la libreta contra su pecho mientras comenzaba a respirar erráticamente, el pánico arrasando en su cuerpo y su corazón bombeando al doble de la velocidad normal. ¿Qué pensaría Lysander al leer todo lo que surgía en su mente? ¡Por Dios! La mayoría de las veces eran situaciones fuera de contexto y dignas de una novela de ficción.

¡Qué desastre!, pensó Cassie en medio de su marea emocional y mientras perdía los estribos, sentada sola en aquella banca no notó a su compañera Amely hasta que la zarandeó cuando estuvo frente a ella, trayéndola de nuevo al mundo real. 

  —  ¿Qué ocurre? —inquirió Amely alejando su cabello corto y rizado de su rostro, la mayoría de los días se quejaba sobre eso pero no lo peinaría ni aunque la señalaran con un arma o eso decía ella, pues sería peor y se le esponjaría —. En este momento pareces la mismísima reina de los espantos ¿Viste un fantasma o algo por el estilo?

Amely estaba convencida que entre las paredes del instituto de invierno se movían seres sobrenaturales pero nunca había hallado indicios de ello, aunque seguía insistiendo. La chica tenía una clara inclinación por el misterio y lo paranormal, sobretodo si tomabas en cuanto que contaba que cuando era pequeña solía ver espíritus, no es Cassandra le creyera. 

— Nada que ver  —  respondió Cassie con voz trémula, desechando las ideas de su amiga con un movimiento de su mano.

Amely se sentó a su lado y detalló el jardín, la mayoría del tiempo no comprendía cómo Cassandra era capaz de escribir ahí, rodeada del continuo ruido de la fuente y los estudiantes moviéndose de un lado para el otro. Al ser también una estudiante de escritura podía ver el encanto del lugar como causa de  inspiración pero Amely era completamente incapaz de escribir junto a muchos sonidos, ella prefería el silencio.

  — Entonces, ¿A qué se debe tu cara de muerto? — preguntó directamente. Cassandra acunaba una libreta contra su pecho y parecía a punto de perder sus cabales. Aunque era una chica algo tímida y bastante de reservada, la mayoría del tiempo se mostraba como una persona apacible y afable, todo lo contrario a este momento. 

  — Esta libreta es de Lysander Aldrich. 

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