Capítulo XXX: Selene.

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Selene entró en el auditorio con la frente en alto, después de años de haberse negado a tomar sus respectivas pastillas para contrarrestar la enfermedad que corroía su mente por fin decidió hacerlo de nuevo, después de todo, había tomado una decisión. Aquellos medicamentos habían centrado ligeramente sus pensamientos y le otorgaron otra perspectiva, por lo menos le ayudaban en algo. 

La noche anterior Lysander, su hermano, se había marchado de la casa para regresar al instituto en el que actualmente estudiaba, como de costumbre, a Selene le tomó mucho de sí controlar la ansiedad y el desorden que eso causaba en ella, dada su crianza y el hecho de que siempre estuvo acostumbrada a tener a Lysander a su lado, cuando él decidió tomarse un tiempo para entregarse a lo que amaba hacer, ella estuvo en desacuerdo y cada fin de semana, el domingo en la noche era una tortura. 

Así que decidió hablar con Andrew para hacer algo a respecto; Andrew fue contratado a tiempo completo al morir su madre y desde que su padre real, Geremy Aldrich, comenzó a apartarse de ellos, él tomó la responsabilidad, aunque Geremy no desapareció del todo, enviaba el dinero de sus hijos.

No había persona en el mundo en la que Selene confiara más que Andrew.

Sin embargo, cuando la joven entró en los aposentos del hombre mientras él se encontraba sentado en un escritorio de madera junto a la ventana de la habitación, él se llevó una gran sorpresa al recibir esa petición de Selene.

  — Quiero mis medicamentos —mencionó ella con su voz monótona, un tono ya característico. 

Andrew ni siquiera se molestó en refutarla o preguntarle, se dirigió al cajón en el que guardaba bajo llave todo aquello que implicara peligro para Selene o que en un arranque de ira la llevara a cometer algo de lo que se arrepentiría más tarde y le indició que lo siguiera a la cocina, donde le dio una dosis junto con un vaso de agua. 

  — ¿A qué se debe esto?— preguntó él.

 — Mañana quiero ir e inscribirme en L'hiver Institut  — afirmó la joven.

  —  Señorita Selene, sabe lo complejo que es ser aceptado ahí, además, hay que tener en cuenta sus condiciones.

  — Podemos negociar con el director y en cuanto a ser aceptada, hay algo que puedo hacer. 

Y así fue, en una noche consiguió una autorización firmada por su psiquiatra para asistir a clases normalmente, incluso podría ayudarla, aunque debía seguir al pie de la letra una receta médica que le había enviado. Por su parte, reunió todos los dibujos que había hecho a lo largo de los años, por suerte, Lysander no era el único que tenía una fijación por la ilustración, y los acomodó en una carpeta. 

Todo fue preparado para hablar con el director del instituto y a primera hora, Andrew la llevó hasta ahí. Selene no podía contener la emoción y ansiedad que recorría su cuerpo, quería ver a su hermano pero también quería huir en cuanto puso un pie en las instalaciones, muchos estudiantes voltearon a verla, algunos con el ceño fruncido y otros con cierto miedo reflejado en sus ojos, como si se tratara de un espectro.

Por primera vez en años, Selene fue completamente consiente de sí misma: su peso era realmente bajo para su estatura debido a la poca comida que recibía, no disfrutaba ese acto en absoluto, muchas cosas eran insípidas o amargas a su gusto. Su piel blanquecina tenía un tono enfermizo, rara vez salía a la luz del sol y contrarío a lo que siempre hacía, llevaba zapatos, aunque los odiase. 

Quizá parecía una extraña invadiendo el lugar.

Andrew la había animado en cuanto salieron de la casa, eso hizo a Selene sentirse mejor e incluso había tomado un par de minutos en la mañana para peinarse frente al espejo, cosa que nunca hacía, debido a su desprecio por los mismos.

En otras palabras, para cuando estaba sentada frente al director hablando con su representante, ella estaba más que lista para recibir una negación y regresar a casa a su vida llena de desgracias y soledad. 

Apretó la mandíbula.

De no ser por su mente defectuosa...

  — Muy bien, Señorita Aldrich, he de admitir que estoy gratamente sorprendido con sus obras, sin duda alguna son algo inquietantes y completamente diferentes al trabajo de su hermano —  admitió el director admirando las obras de Selene que tenía ante en sí en el escritorio— Por lo general, no se admiten estudiantes después de iniciadas las clases, con una carta de recomendación previa y una valoración completa de su trabajo pero... Dado que su padre es un viejo conocido mío y veo talento en usted, haré una excepción. 

Selene alzó la mirada incrédula, hace un instante observaba sus manos mientras la retorcía con nervios: — ¿De verdad? 

  — Sí, por suerte, todo el papeleo está completo y debido a su condición tendrá que visitar al psicólogo estudiantil con frecuencia, esto último fue una recomendación de su psiquiatra — siguió hablando el hombre aunque Selene ya lo sabía, su médico valoraría mejoras con su interacción con el mundo exterior, algo que la tenía seriamente aterrada— Le pediré que le presenten a la maestra Emilia, ella valorará sus obras y la ayudara con un plan de estudio, si todo va bien, seguramente podrá integrarse a las clases en la tarde.  

Selene asintió, esperaba ser capaz de seguir las recomendaciones del rector y su psiquiatra. No pudo evitar comenzar a retorcer sus manos de nuevo mientras la guiaron por todo el instituto y le hicieron tomar unas pruebas, todo hacía que su corazón se acelerara peligrosamente, eran demasiados estímulos a los que acostumbrarse y ahora Andrew no estaba a su lado para ayudarla, se sentía incapaz de valerse por sí misma, era una inútil.

El sonido del correr del agua en la fuente del jardín central.

El murmullo de los estudiantes en los pasillos.

Los sonidos de los instrumentos cuando pasaron por los salones de música.

La constante brisa. 

Los leves rayos solares.

Las miradas indiscretas.

La ausencia de sonrisas.

La maestra Emilia la ayudó a familiarizarse con el lugar y luego la llevó a su oficina donde analizó con ojo crítico sus ilustraciones, sus obras siempre tenían trazos agudos y dispares, ella trabajaba el carboncillo con muchísima presión y las sombras de los dibujos los hacían oscuros y perturbadores, además las múltiples deformidades de las formas humanas que, por lo general, surgían de sus sueños. 

  — Tu arte es peculiar — señaló Emilia y luego lo dejó de lado, juntando todas la hojas.  — Haré una evaluación de conocimientos, esto determinará las clases que verás y luego organizaremos tu horario, cuando acabemos hablaré con tus profesores.

Claro, debían informarle a los maestros lo mal que estaba Selene de la cabeza y advertirles de sus impulsos inusuales, de cierta forma, ya no se sentía tan abrumada por estar ahí, aunque todavía no había pasado lo peor.

No.

Lo peor ocurrió cuando la maestra Emilia la condujo a su primera clase, Historia del Arte I como le dijo, y la joven entró al auditorio. Odiaba mirarse al espejo por dos razones, una de ellas, es que en su mirada siempre veía apatía.

Reconocía ese brillo despreciable.

Y ahora, sintió la presión social cuando viarias miradas apáticas la analizaron mientras entró con pasó determinado, fingiendo una seguridad que no sentía.

Lo único que la tranquilizó fue ver a su hermano sentado en medio del mar de estudiantes. 

Él la miraba con molestia.

Él la miraba con molestia

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