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¿Cuántas veces en la vida puedes perderte?

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¿Cuántas veces en la vida puedes perderte?

Estaba acostada en mi cama con la vista clavada en el techo, la oscuridad me rodeaba y solo brillaban sobre mi cabeza aquellas estrellas fosforescentes que Juanjo había colocado allí hacía ya un buen tiempo para satisfacer uno de mis eternos caprichos de niña, porque eso era a veces, una niña.

Supongo que no haber pasado por las etapas de la vida de una manera más normal era lo que me llevaba siempre al mismo punto, a las mismas dudas, a las mismas preguntas sin respuestas, a los mismos vacíos, a la soledad... esa a la que tan acostumbrada estaba. La que amaba y aborrecía en iguales proporciones.

Suspiré e intenté organizar todo lo que pululaba en mi mente, pero era un desastre, un caos que llevaba tiempo desordenado y que no encontraba la manera de ordenar. Me había leído un millón de libros y había visto unas quinientas películas en un año, tantas que pensaba que al final todos eran un poco lo mismo y el vacío se hacía más grande. Pero me había vuelto una adicta, porque era la única manera que tenía de evadirme, de esconderme en un paréntesis en el cual las cosas eran seguras.

En los libros que leía y en las películas que veía siempre había finales felices, eso era lo principal para que yo los eligiera. Antes no era tan exigente, también disfrutaba con un buen drama que se convertía en un mar de lágrimas, pero en aquel punto solo quería llorar si me prometían que luego reiría. Sería porque mi vida estaba tan atascada que probablemente necesitaba que alguien me asegurara con fuerza que el final sería feliz, que al fin tanta lloradera valdría le pena.

Me gustaban esos libros de romance contemporáneo en los que los personajes principales siempre estaban en una encrucijada cuando arrancaba la historia, se sentían un poco como yo, perdidos, confundidos, frustrados... Y luego podían darse el lujo de ir a una playa desconocida o a Alaska, o quizá a un pueblo perdido y mágico de su infancia donde se encontraban con un primer amor que nunca habían olvidado del todo. Luego venía lo bueno, todos esos momentos que hacían crecer al personaje, lo hacían madurar y comprender errores, ser capaz de perdonar y perdonarse, crecer y dar pasos hacia adelante. Y entonces siempre había un momento que lo echaba todo a perder, pero sabías que solo serían unos capítulos, porque al final, el amor triunfaría. Y no solo un amor romántico y rosa como en las novelas que antes solía leer en las peluquerías a las que iba con mamá cuando era pequeña, sino uno maduro, uno que había atravesado tormentas y que, aun así, se había impuesto ante las trifulcas de la vida. Y no solo un amor a otra persona, sino un amor a uno mismo, una confianza y autoestima que el personaje había logrado conseguir a lo largo de la historia.

Para las películas era menos exigente, me conformaba con romances rosas que me hacían sentir, paisajes maravillosos que me invitaban a fantasear y personajes de infarto que me hacían soñar con aquella persona que ya nunca llegaría a ser, pero que anhelaba con locura desde que tenía consciencia sobre mí misma.

Cerré mis ojos e imaginé lo fácil que sería que alguna de mis escritoras favoritas tomara las riendas de mi vida y me escribiera los siguientes capítulos, así no tendría que ser yo la que tomara las decisiones, odiaba hacerlo, nunca estaba segura de qué opciones tomar o cuáles eran las mejores. Vivía atravesada por una culpa invisible que cargaba en una mochila que alguien había colocado sobre mis hombros y que no sabía muy bien qué contenía, aunque lo intuía. Me daba miedo abrirla porque no sabía qué sería de mí cuando lo hiciera.

Volví a centrarme en la brillante idea de que mi escritora favorita, aquella de la cual había leído todos sus libros, aquella con la que sentía que conectaba de una manera muy especial y a la que solía atosigar por Instagram con la ilusa intención de ganarme su amistad para poder abrirme paso en su mundo y conocer el interior de alguien que me intrigaba por sobremanera por la pasmosa facilidad que tenía para plasmar en letras los sentimientos y emociones más humanas; continuara mi historia y me escribiera uno de esos capítulos tan sentidos, tan profundos, tan brillantes en los que siempre encontraba respuestas incluso a preguntas que aún no me había planteado.

Pero el problema era que yo nunca había sido protagonista, yo siempre era la segundona, la mejor amiga que daba su vida por alguien más, la chica fea a quien nadie miraba, la rara, la calladita, la tímida, la que nunca se sentía parte de nada y pensaba que no encajaba con nada ni con nadie. ¿Cómo haría mi escritora favorita para convertirme en la protagonista de mi propia historia sin que los lectores no se aburrieran al leer mis idas y venidas? ¿Qué escribiría para que mis días no fueran tan vacíos? ¿Cómo me mostraría los caminos que no logro ver? ¿Tendría un amor de esos que te erizan la piel y te hacen temblar? ¿Me lo merecía yo o tenía que conformarme con lo que estuviera a mi alcance? ¿Me regalaría una amiga y confidente de esas que son leales y que nunca fallan? ¿Cómo describiría mi cuerpo para que a los lectores no les resultara asqueroso y dejaran de leer en la página cinco? ¿Y cómo sería el final? ¿Sería feliz?

Sería tan fácil para mí, tan cómodo. Podría dejar de pensar y analizar todo el día las cosas que me sucedían, podría al fin dejar de sentir que no encajaba porque ella se encargaría de hacerme encajar, inventaría personajes que colaran conmigo y que me quisieran de verdad. Sería mucho menos doloroso de lo que era ahora mi vida y mucho menos agotador, podría acostarme a dormir sabiendo que en unos cuántos capítulos las cosas irían a mejor.

Pero no, la vida no era así y yo no era un personaje de un libro.

La vida no era así y mi escritora favorita, por muy buena que fuera, no tenía el control sobre mi historia.

La vida no era así y yo no sentía que me merecía un protagónico porque no tenía las características para serlo. Si se hiciera un casting para elegir personajes principales de un libro, yo no quedaría jamás porque para empezar, los personajes principales siempre se veían bien.

La vida no era así y yo no encontraba la manera de pasar página o de cerrar un capítulo, o a lo mejor el libro que narraba mi vida no estaba repartido en capítulos, sino que era un todo agobiante en el cual no había respiros. Una vez intenté leer un libro así, no marcaba inicio y fin del capítulo y a mí me desconcertaba, porque siempre he sido de esas que nunca deja un libro en mitad de un párrafo sino al final de un capítulo... y este no los tenía y yo no podía parar.

A lo mejor ese era el problema, no lograba ordenar los capítulos de mi vida y darles forma de una manera que me hiciera comprender hacia dónde iba y de dónde venía, que me hiciera darme cuenta de en qué sitio me encontraba. A lo mejor no podía parar y necesitaba hacerlo...

Suspiré.

Mejor intentaba dormir, porque eso últimamente era todo lo que me hacía bien. Dormir y olvidar por un rato, dormir y soñar, dormir y no sentir, dormir y pausar mi vida y las decisiones. Dormir y descansar.

 Dormir y descansar

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Arrancamos.

Actualizo Miércoles y Sábados. Hoy van dos capítulos por ser el primer día :)



Una chica como yoNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ