46. Martina

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Tenía las palabras en mi boca, sentí el «te amo» deslizarse por mi garganta y llegar hasta la punta de mi lengua

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Tenía las palabras en mi boca, sentí el «te amo» deslizarse por mi garganta y llegar hasta la punta de mi lengua. Deseaba decírselo, más después de aquello que había dicho, de lo bien que me hacía sentir con sus palabras y su confianza en mí, con su paciencia infinita. Sabía que, como siempre, me colocaba en primer lugar y estaba dispuesto a esperar a que yo diera el paso para ir más lejos.

No tenía ganas de nada, esa era la verdad, no sé si porque me había afectado mucho lo de Juanjo o porque mi mente estaba desordenada, pero me agradaba saber que él era paciente. A veces comparaba a Juanjo con Adri, era imposible no hacerlo. Estaba tan acostumbrada y había normalizado tanto ciertos comentarios, que esperaba que los hiciera, como por ejemplo que insistiera para tener relaciones o que me dijera que estaba loca por plantearme hacer toples con mi cuerpo, pero él nunca respondía así, ni siquiera insinuaba algo sexual, aunque dejaba siempre claro que le gustaba y que la decisión estaba en mi cancha. Me sentía a gusto, lo amaba, y, aun así, seguía teniendo miedo.

Y no se lo dije.

Cuando llegó el sábado desperté nerviosa, no sabía qué ponerme para enfrentar a los chicos que tanto daño me habían hecho, pero comprendía porqué para él era tan importante que fuera. Él no quería que yo sintiese lo que sentía con Juanjo, que no se me cruzase por la mente que él me escondía o se avergonzaba, pero yo no estaba segura de encajar en ese grupo. Por años lo deseé, pero ya no era una niña y había aceptado que jamás sería como ellos.

Merce opinaba que no debía preocuparme, que iba con Adri y que sus amigos iban a respetarme, que no me pasara películas y que se suponía que la madurez tendría que haberles llegado también a ellos. Después de todo, todos somos un poco idiotas a los dieciséis, eso fue lo que dijo y sé que tenía razón.

No estaba del todo segura, pero era cierto que debía poder compartir con la gente con la que él frecuentaba, porque éramos pareja y eso hacen las parejas. Hasta esas pequeñas cosas eran una lucha para mí: ir y tratar de encajar o esconderme como siempre lo había hecho, aunque deseara que las cosas cambiaran.

«Si quieres que algo cambie, cambia tú primero». Fue lo que me dijo Merce cuando le manifesté mis inquietudes.

Terminé por vestirme como me sentía cómoda, me puse un pantalón de jean y una blusa negra. Era un punto medio, no iba con nada demasiado atrevido, pero tampoco iba cubierta como si tuviera que ocultar mi cuerpo.

—Te ves perfecta —dijo Adri al verme.

—¿Seguro?

—Sí, seguro —respondió—. ¿Tú estás cómoda?

—Sí, no quiero ir con vestido ni nada de eso... estoy bien así.

Él me abrazó y me colocó sus dos manos sobre las nalgas, me dio un beso y luego mordisqueó mi cuello.

—Hueles a mi perfume favorito.

—¿Cuál es? —pregunté.

—Tú —susurró.

Una chica como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora