Una chica como yo

58. Martina

Adri dijo que tenía una sorpresa para mí y que esperaba que todo saliera bien, me pidió que me preparara para salir y que estuviera lista para las ocho. Cuando subí al auto le pregunté a dónde iríamos, él insistió en que era una sorpresa, pero que por favor no me apresurara a sacar conclusiones. Cuando llegué, no reconocí el lugar, pero cuando Flavia me abrió la puerta supe que era la casa de Bruno.

Había una mesa preparada para cinco y Bruno hacía carne asada, Sebastián me pidió que pasara y me preguntó qué quería tomar. Me sentí incómoda al inicio, pero decidí hacer lo que Adri me pidió y no apresurarme a sacar conclusiones, así que conversé con Flavia sobre el viaje y la ciudad.

Cuando la cena estuvo lista y nos sentamos a la mesa, noté cierta tensión en el ambiente.

—Martina —dijo entonces Bruno—. Creo que te debemos una disculpa y por eso queríamos ofrecerte esta cena, sabemos que el daño que pudimos haberte causado cuando éramos muy jóvenes fue muy profundo y te marcó... no somos idiotas, pero no podemos cambiar el pasado, aunque quisiéramos, lo único que podemos es ofrecerte nuestras disculpas y pedirte que nos des otra oportunidad para demostrarte que no somos tan idiotas.

Flavia sonrió y miró a su novio.

—No lo son tanto —añadió y yo también sonreí.

—También me sumo a esas disculpas —dijo Sebastián—, nuestro amigo Adrián está muerto por ti y nos confesó que también lo estaba cuando éramos unos críos, sentimos mucho que, por miedo a enfrentarse con nosotros, no te lo haya hecho saber, pero nos alegramos de que ahora estén juntos... Por favor, queremos ser parte de sus vidas y para eso necesitamos que nos perdones.

No podía creerlo, no hay nada como recibir una disculpa de la gente que te causó dolor, incluso aunque llegue luego de tanto tiempo.

—Está bien, chicos... gracias por esto —dije con emoción.

Flavia suspiró como si hubiera estado conteniendo la respiración.

—Al fin —dijo y me miró con cariño—, necesitaba otra mujer en este grupo —añadió.

Nos echamos a reír y comenzamos a hablar de cualquier cosa. Me sorprendí al enterarme de que Bruno era muy buen contador y trabajaba para la empresa que llevaba la contabilidad de la clínica, que Sebastián y Flavia estaban buscando un hijo y que los chicos no eran los villanos que había creído siempre, solo habían sido idiotas, pero habían crecido. Me sentí a gusto con ello, sin fantasmas del pasado y con ganas de un futuro compartido entre risas, videojuegos y bebidas. Les dije que no sabía jugar, pero Flavia prometió que me enseñaría.

Salí de allí renovada y les agradecí por la velada.

Mi mundo se seguía expandiendo y lo más hermoso era que al fin formaba parte de él, al fin vivía mi vida.