36. Martina

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Estaba segura de que todos en aquella casa debieron escuchar los gritos a la noche, que todos podían leer en mi cara que había tenido un par de orgasmos, que todos podían sentir que mi piel había despertado del letargo

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Estaba segura de que todos en aquella casa debieron escuchar los gritos a la noche, que todos podían leer en mi cara que había tenido un par de orgasmos, que todos podían sentir que mi piel había despertado del letargo. Claro que sabía que al menos las dos últimas ideas no tenían sentido, pero era imposible que no lo notaran, yo me miraba al espejo y me veía brillar.

Mis poros estaban despiertos, mi piel ultrasensible. Con solo recordar que me besó hasta en las partes más impensables de mi cuerpo, me volvía a estremecer, me estaba dando una ducha cuando comprendí el alcance de aquella acción, él quería que sintiera todo su cariño, todo su deseo, su veneración, lo guapa que él me veía, lo importante que era que me sintiera bien, amada... No era como Juanjo cuando subía encima y me la metía sin más, era otra cosa, algo demasiado íntimo, demasiado profundo, demasiado perfecto.

Y yo estaba en las nubes. Me sentía pletórica y no podía creer que todo se debiera a una noche de sexo increíble.

Bajé a desayunar y supe de inmediato que, al menos Pablo y Leticia, nos habían escuchado, bastaba con ver sus miradas y sus risas disimuladas, Adrián los miró con advertencia, no dijeron nada. Yo me moría de vergüenza, pero a la vez estaba orgullosa. Lo había disfrutado, sí, y eso estaba bien, era normal.

Sus padres no nos miraron raro, por lo que guardé la esperanza de que se hubieran perdido el espectáculo, después de todo, las habitaciones de ellos estaban más distanciadas. Además, lo único de lo que hablaba Estela era de la lista que nos había entregado a cada uno para que no se nos pasara nada por alto.

Al mejor estilo de un general del ejército, se puso de pie frente a la mesa y comenzó a repartir papeles con los nombres de cada uno y las actividades. No podía creer que había una lista con mi nombre, estaba tan sorprendida como halagada.

—Mamá, Martina es invitada, no puedes ponerla a trabajar —se quejó Adrián.

—Sí que puedo, y no es invitada, es parte de la familia hace años, ¿verdad, cariño? —dijo mirándome con ternura.

—Claro que sí —respondí contenta—, no tengo problemas de ayudar, me gusta ser parte —admití.

Era cierto, y aquella mañana estaba especialmente cargada de ánimos para hacer lo que sea que me pidieran.

Leti se tragó una risita disimulada y luego se quejó porque la mandaron a limpiar los baños.

Al acabar el desayuno, cada uno lavó lo utilizado, porque esa era la regla de la casa, y luego nos dispusimos a hacer las tareas asignadas.

—¿Qué tienes que hacer? —preguntó Adrián alcanzándome en el jardín—. Puedo terminar lo mío y ayudarte.

—No es necesario, puedo hacerlo, me gusta hacerlo... Me agrada que me consideren parte de la familia, Adri... siempre he querido ser parte de una familia.

Él me abrazó de espaldas y me besó en la mejilla.

—Bueno, así no van a trabajar mucho —dijo Pablo acercándose con una escoba en la mano—. ¿No tuvieron suficiente con la sesión de anoche? —preguntó divertido.

—Basta —lo calló Adrián amenazándolo con el dedo índice. Supongo que no quería que yo me sintiera mal, pero yo me eché a reír y miré a Pablo con picardía.

—Nunca podría tener suficiente de tu hermano —admití.

—Oh, Dios, qué asqueroso —exclamó Pablo y se marchó muerto de risa hacia el lado de la casa que le tocaba barrer.

—¡Tú comenzaste! —gritó Adrián divertido, su hermano le levantó el dedo del medio y nos echamos a reír. Luego me susurró al oído—. ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi Martina?

—No lo sé, dímelo tú, has despertado a la lujuriosa.

—Oh, y me encanta esa chica... —susurró antes de darme un beso.

—¡Más trabajo y menos besitos! —grito Estela desde la puerta de la casa. Nos echamos a reír y fuimos a buscar lo que necesitábamos para cumplir con nuestra parte de la lista. A Adri le había tocado fregar los pisos del pórtico mientras que yo debía buscar el inflador para comenzar a inflar los globos que luego Samuel, el padre de Adri, tenía que colgar en las puertas y ventanas.

El resto de la jornada nos cruzamos de aquí para allá, cada quién en lo suyo, pero cada vez que nos veíamos, nos tomábamos unos minutos para besarnos, pero Estela no tardaba en llamarnos al orden entre risas y comentarios jocosos. Me sentía a gusto en esa familia que me hacía sentir tan parte de ellos; me sentía feliz con Adrián y la manera en que me cuidaba, me protegía y me trataba; me sentía útil, bonita, deseada, integrada.

¿Qué más podía pedir? Todo era perfecto.

¿Qué más podía pedir? Todo era perfecto

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Una chica como yoWhere stories live. Discover now