39. Martina

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Eran casi las cuatro de la madrugada cuando llegamos a la habitación, me senté en la cama y me saqué los zapatos

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Eran casi las cuatro de la madrugada cuando llegamos a la habitación, me senté en la cama y me saqué los zapatos. Entonces me puse de pie y comencé a desprenderme el vestido. Él también estaba desvistiéndose, se acababa de sacar el saco y la corbata.

En ropa interior me acerqué a desabrocharle los botones y él me observó hacerlo. Le saqué la camisa y luego él acabó de sacarse el pantalón antes de tomarme por sorpresa de la cintura y arrojarme con él a la cama.

Nos besamos, estábamos cansados, pero el deseo era más fuerte. No fue lento, pero fue tierno, nos terminamos de desvestir con premura y una vez desnudos, él guio sus dedos hacia mi centro.

—Estás lista, y así de pronto —susurró entre un gemido al tiempo que me mordisqueaba el cuello.

—Estoy siempre lista para ti —admití.

—Mmmm —gimió.

Buscó un preservativo y se lo puso, se acercó a mí y me miró desde la posición que había adquirido, arrodillado sobre la cama. Se coló entre mis piernas y me separó las rodillas para acercarse y sin mucho preámbulo ingresó en mí. Una vez dentro, se quedó quieto, me abrazó y me besó los labios con una dulzura que yo jamás hubiera asociado al sexo con Adrián, que hasta ese momento había sido mucho más instintivo y salvaje. Enredamos nuestras lenguas en un beso sin fin y luego se apartó para mirarme, sin moverse ni un poco en mi interior, acarició mi rostro con dulzura, mis mejillas, mis cejas, delineó mi nariz, pasó su pulgar por mis labios.

Yo sabía que él quería decir algo, pero no se animaba a hacerlo. No era necesario, todo su cuerpo me lo gritaba, sus ojos, la ternura con la que me veía y me tocaba. Yo comenzaba a sentir lo mismo, pero me parecía demasiado pronto y eso me asustaba, por eso me moví, contraje mis músculos internos para apretarlo y me contorsioné un poco más hacia él.

Sonrió, una mezcla de lascivia y dulzura que podrían hacer estallar mi corazón en mil pedazos.

Entonces comenzó a moverse, lento, profundo, delicioso. Yo le seguí el ritmo y subimos juntos por una espiral de placer que no parecía tener fin. Otra cosa nueva para agregar a mi lista: jamás había hecho el amor de esa forma, tan sentida, tan pausada, tan profunda.

Nos hacíamos el amor sin dejar de mirarnos a los ojos y gritarnos lo que todavía no nos animábamos a decirnos, pero ambos éramos plenamente conscientes de lo que sentíamos, porque esa era la conexión que siempre habíamos tenido, la de saber leernos, comprendernos, aceptarnos.

Le pasé las uñas por la espalda cuando la tensión se hizo insostenible.

—Vamos, juntos —susurró en mi oído y me mordió el lóbulo desatando el último resquicio de cordura que me quedaba.

Gruñimos y ahogamos los gemidos en un nuevo beso mientras nuestros cuerpos explotaban a la vez.

Y luego, sin decir palabra alguna, se retiró el preservativo, se acomodó a mi lado y me envolvió en sus brazos. Mi espalda por su pecho, su miembro pegado a mis nalgas, nuestras piernas unidas y encastradas.

—Buenas noches, Marti.

—Buenas noches, Adri.

Y antes de dormirme tuve la certeza de que con él lo quería todo aquello de lo que hablaron sus padres, el amor bonito, las peleas, el sexo animal y el dulce, los momentos difíciles y también los que eran simples y fáciles, llorar, reír, el calor y el frío. El presente, el pasado y el futuro. Con Adrián quería una vida, la suya, la mía, la nuestra.


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Una chica como yoWhere stories live. Discover now