15. Martina

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No sabía a qué estaba jugando Adrián, lo único que sabía era que mi cuerpo parecía despertar de un letargo eterno y de que por más miedo que tuviera, él tenía una llave que yo no conocía

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No sabía a qué estaba jugando Adrián, lo único que sabía era que mi cuerpo parecía despertar de un letargo eterno y de que por más miedo que tuviera, él tenía una llave que yo no conocía. Adrián podía abrir compuertas en mi interior que yo no sabía que existían. No era que nunca hubiera sentido excitación o que mis relaciones no hubiesen sido placenteras, pero era algo de otro nivel, una manera de despertar mi cuerpo con solo palabras que yo no había experimentado hasta ese momento.

Él no me había tocado siquiera y yo me derretía por dentro, había tenido que cruzar mis piernas ante la inminente necesidad que se abrió entre ellas. No tenía idea de cómo controlar aquello y no estaba segura de querer hacerlo. Lo más cercano a esa manera de excitarme era cuando leía libros eróticos y me imaginaba las escenas, pero con Adri yo era la protagonista y eso me descolocaba por completo.

No quería pararlo, no quería dejar de sentir aquello, por el contrario, quería ir más lejos, atravesar mis propios límites. Sentir. Pero siempre tenía en mi interior esa voz de alarma que me gritaba que no lo hiciera, que acabaría mal, que yo no podía permitirme esta clase de juegos. Ojalá pudiera ser un poco más como Merce, estaba segura de que si le hubiese pasado a ella se hubiera arrojado a sus brazos sin pensarlo dos veces, ella era así, iba de frente con la vida, aunque a veces se la llevara por delante, estaba segura de que era mejor arrepentirse de lo hecho que de lo no hecho, así que tomaba todas las oportunidades que la vida le daba y sacaba el jugo de cada una de ellas.

Me levanté, cerré la puerta, busqué mi toalla y me metí al baño. Aún era temprano por lo que preparé la bañera y me desnudé para dejarme caer en el agua tibia. Toda mi piel estaba despierta y excitada, igual que en la noche anterior, comencé a enjabonarme mientras pensaba que horas antes ese jabón lo había acariciado a él.

Me lo imaginé en la ducha, me lo imaginé haciendo aquello que me confesó haber hecho en la noche, me lo imaginé pensando en mí mientras lo hacía.

Por una milésima de segundos mis fantasmas quisieron decirme que eso era imposible, que él y yo no éramos un espectáculo digno de ver, pero luego recordé sus palabras en mis oídos. Su descaro al decirme lo que deseaba hacerme, su sinceridad, el sonido grave de su voz excitada. Dejé que mi mano vagara por mi cuerpo al tiempo que me miraba a mí misma y observaba la reacción de mi propio cuerpo. Sentí que mi piel respondía a mis caricias, que la excitación fluía en mi interior, que todo mi ser reaccionaba a mis pensamientos.

Era cierto, sí que podía conectar con las sensaciones. Sí que podía sentir, aunque mis curvas no fueran las de una modelo. Sí que podía experimentar placer. Comencé a tocarme el brazo, el abdomen. Lo hice de manera suave y me sorprendió comprobar lo bien que se sentía, por momentos pensaba que no era mi mano la que me acariciaba así, ¿tendría eso que ver con lo mucho que me rechazaba a mí misma? Lo seguí haciendo y fui un poco más lejos, encerré mis pechos entre mis manos y observé mis pezones endurecerse, recordé sus palabras sobre ellos y los acaricié. Masajeé mis caderas y busqué mi intimidad para encontrarme con mi propia humedad rebosante.

Sonreí, me gustaba lo que sentía. Por un instante me animé a cerrar los ojos y pensar en mí como una mujer sexy y atractiva capaz de gustarle a un hombre cualquiera, a un hombre como Adrián. Lo había hecho en el pasado, le había gustado a los chicos con los que había estado y me lo habían hecho saber. ¿Por qué entonces me empeñaba yo misma en no gustarme?

Empecé a regalarme placer, me dejé ir en sensaciones y fantaseé con la idea de que él me estuviera espiando tras la puerta del baño. Por el contrario a lo que hubiera esperado no sentí vergüenza ni incomodidad, sino un cierto placer prohibido que solo alimentaba la excitación.

Y me gustó, me gustó sentirme así, caliente y desinhibida.

Cuando terminé de bañarme, me vestí con una sonrisa en los labios, me sentía liviana y me imaginaba a mí misma como una de esas protagonistas de los libros o de las películas que tenían una noche loca con un chico al que acababan de conocer o que se liaban en una historia de pasión con su mejor amigo. Me reí porque me parecía una locura que alguien como yo pudiera vivir una historia como esa, y no es que me lo planteara, es solo que la sola idea me hacía sentir un poco más viva que de costumbre.

Me vestí y salí dispuesta a ir a trabajar, me sentía contenta a pesar de todo los problemas que tenía a mi alrededor. Cuando pasé por la sala lo vi sentado comiéndose una manzana, estaba descalzo y traía una toalla por el cuello. Dios, era sexy hasta cuando no quería serlo.

—¿Ya te vas? —inquirió y no hizo preguntas que sabía que me podían incomodar. Me gustaba eso de él, estiraba y aflojaba la cuerda y eso era divertido y excitante.

—Ya... Al salir tengo sesión con Nadia así que llegaré sobre las ocho.

—Yo no creo que llegue a cenar, tenemos una presentación esta noche. No llegaré muy tarde, supongo que sobre las diez —informó.

—¿Te dejo cena?

—Si haces algo sí, ya sabes que siempre tengo hambre —respondió y me guiñó un ojo—. Que tengas una linda tarde, Martina.

—Y tú, Adri.

Y nunca mi nombre sonó tan bien en sus labios. Y nunca el suyo tuvo un sabor tan dulce en los míos.

¡Feliz día del libro! Les traje un capítulo de regalo

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¡Feliz día del libro! Les traje un capítulo de regalo.

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Una chica como yoWhere stories live. Discover now